Respuesta a: A la deriva digital , Palabrería tramposa y Filosofía POP para el consumo de masas en la modernidad tardía
Byung-Chul Han (2023): La crisis de la narración, Barcelona, Herder. [285 pp, 11,40 euros].
Es curioso lo fácil que resulta levantar aplausos a base de lamentar lo horrible que es el mundo en que vivimos. El sufrimiento proclamado por las víctimas del «Sistema» tiene una elegancia especial. Todo lo contrario ocurre ante esos seres repugnantes según los cuales las cosas, en las democracias liberales de Europa y Norteamérica, llevan siglos mejorando y van bastante bien. No, por supuesto, si las comparamos con nuestros ideales y fantasías sobre lo que debería ser el mundo, pero sí cuando las contrastamos con las sociedades que existen o han existido realmente en cualquier otro punto de la geografía o de la historia.
Como director de Hedónica, me ha encantado leer los tres artículos que preceden a esta nota. No podrá decir el filósofo coreano de moda que le prestamos poca atención: cuatro textos para comentar un folleto de cien páginas escasas (descontadas las preliminares y blancas). Pero están, en mi opinión, plenamente justificados. No por la calidad del librillo, que me parece francamente malo, sino por lo que tiene de sintomática la enorme repercusión que los medios han concedido a su autor, cuya omnipresencia en todo tipo de prensa cultural lo ha convertido en eso que suele llamarse «lectura imprescindible».
Juan Alberto Vich y Emilio Cirujano han sintetizado bien La crisis de la narración y han respaldado sus tesis principales, como han hecho previamente muchos miles de lectores. Francesc Borrell, en cambio, ha empezado a decir que tal vez el Rey esté desnudo. Estimulado por la confrontación entre ellos, e invitado por el coordinador de esta revista a cerrar la deliberación, he leído detenidamente el ensayito y he llegado a la conclusión de que Borrell tiene toda la razón, pero se queda corto en su crítica.
La mayor parte del sermón haniano se dedica a resumir el conocido artículo de Walter Benjamin «El narrador» y a parafrasear algunos textos complementarios. Redactado en 1936, ese escrito del hoy tan citado Benjamin lamentaba ya por entonces que el arte de narrar llega a su fin, la figura del narrador nos resulta cada vez más lejana y la causa del desastre es que «la cotización de la experiencia ha caído». Ante tan sorprendente tesis, uno tiende a pensar que algunas agonías se prolongan más de lo previsto.
Los amplios resúmenes que hace Han de sus lecturas son correctos, aunque los originales eran bastante mejores. Lo que añade de su cosecha es una retahíla de lamentos que se resume en tres o cuatro afirmaciones machaconamente repetidas: sufrimos «un vacío narrativo, que se manifiesta como desorientación y carencia de sentido» (p. 11); narración e información se contraponen ya que la segunda «trocea el tiempo y lo reduce a una sucesión de instantes presentes». Por eso hoy estamos más informados que nunca, pero hemos perdido el sentido temporal, nos hemos quedado sin historias, ahogados en un tsunami informativo de narrativas efímeras (p. 15). Hemos perdido con ello la capacidad de empatía y las auténticas comunidades basadas en vínculos personales. El moderno lector de periódicos y usuario de redes sociales salta de noticia en noticia, de banalidad en banalidad, incapaz para cualquier mirada lenta y serena, sin tiempo ni opción para la menor reflexión crítica. Vivimos en la más trivial superficie, pues «en lugar de la interioridad del narrador tenemos la atenta vigilancia del cazador de informaciones»; solo entendemos ya la causalidad mecánica, privados de cualquier mirada mágica o poética (p. 64). Somos bárbaros «emancipados del contexto de la tradición, en el que se integra la experiencia»; de la Storytelling hemos pasado a la Storyselling como marionetas del comercio y el consumo (p. 34). La acumulación de datos lograda por el capitalismo feroz «permite que las plataformas digitales analicen a la persona, como si la radiografiarán, y que controlen su comportamiento en un nivel prerreflexivo». En la época anterior a la Modernidad, la vida se basaba en narraciones, pero en la nuestra ya no hay imaginación narrativa, las personas y las cosas se dispersan sin cohesión, los acontecimientos se yuxtaponen sin sentido (p. 55). En resumen, repite una y otra vez Han, «El mundo se va desencantando progresivamente. Hace tiempo que se apagó el fuego mítico. Ya no podemos recitar plegarias. Tampoco somos capaces de meditar en secreto. (…) Estamos a punto de perder incluso la capacidad de narrar» (p. 72). «Por eso cada vez se elaboran menos teorías, es más, uno cada vez se atreve menos a hacerlas». ¡Qué tiempos aquellos en los que Kant podía escribir La paz perpetua y —en menos páginas de la que necesita el Reverendo Han para su homilía— ofrecernos «una gran narración que incluye a todas las personas y a todas las naciones, unificándolas en una comunidad universal»!
El culpable de nuestra desdichada situación está, según Han, perfectamente identificado: «Lo que marca el final definitivo de la narración es la proliferación de la información en el capitalismo», y sobre todo su versión más cruel: «el infierno neoliberal de lo igual, en el que, paradójicamente, se invoca a la autenticidad y a la creatividad» (pp. 22 y 26).
Concluida la lectura, uno intenta recuperarse de tanta jeremiada. Pero, ¡qué verde era mi valle!, ¡qué afortunados fueron nuestros antepasados! Aunque no tuviesen calefacción ni penicilina, viajasen a lomos de una mula y viesen morir de hambre a sus hijos cuando coincidían dos cosechas malas… Pero al menos estaban libres de la infernal sociedad consumista y seguro que disfrutaban una fiesta permanente de alta literatura y pensamiento libre en su empática comunidad solidaria que se reunía amorosamente los domingos en misa de doce.
Uno recuerda en este punto los célebres versos de T. S. Eliot que contienen el gran tema que el librito de Han podría haber sido desarrollado: «Where is the wisdom we have lost in knowledge? Where is the knowledge we have lost in information?». Pero la esperanza se frustra enseguida. Han cita otra vez a Benjamin: «El arte de narrar consiste, en buena medida, en transmitir una historia sin cargarla de explicaciones». Su problema es que ni logra construir una historia ni siquiera intenta explicar sus cuatro afirmaciones tópicas: se limita a repetirlas una y otra vez con mínimas variantes y a salpicarlas con ejemplos pintorescos y citas cada vez más tediosas.
Pero si apartamos la mirada de lo que Han escribe y dedicamos unos minutos a reflexionar sobre ello, la estupefacción aumenta. Uno recuerda los magníficos relatos que disfrutó gracias a novelas o películas de los últimos meses. Y, si lo planteamos al revés, reflexiona sobre lo que hicieron los desconocidos autores (o autoras, naturalmente) que hoy llamamos «Homero». Ante el «tsunami informativo» de las tradiciones histórico-míticas a su disposición, eligieron una guerra, entre las muchas que conservaba su memoria: la de Troya. Seleccionaron después un período de pocos días, anterior a la ocurrencia del caballo de madera. Limitado lugar y tiempo, se centraron en algunos de los combatientes: Ulises, Agamenón, Patroclo, Aquiles… Por otro lado, de la riquísima mitología olímpica, escogieron también un reducido número de dioses y diosas. Cruzando mortales e inmortales, empezaron a narrar la cólera de Ulises cuando se vio privado de la esclava que le correspondía y decidió abandonar el campo de batalla… Poco más o menos lo que tuvo que hacer Bolaño para, ya en pleno auge del capitalismo neoliberal, ponerse a escribir 2666.
Cierra uno, aterrado, la furibunda diatriba de Han y corre a la librería más próxima, con el temor de que haya quebrado por falta de clientes. Sorpresa: está en plena ebullición. Se ha empezado a traducir la nueva Historia de la Filosofía de Habermas, el primer volumen tiene 768 páginas. Lola, mi librera favorita, me muestra cuatro ediciones distintas de Guerra y paz, pero si me interesa otra puede tenérmela pasado mañana. La narración de grandes relatos clásicos realizada por Irene Vallejo lleva docenas de ediciones, además de adaptaciones, versiones en comic… Las ventas son millonarias. Para leer en español Ulises podemos elegir entre seis traducciones diferentes.
Como muy bien apunta Juan Alberto Vich en las líneas finales de su reseña, hay algo paradójico en La crisis de la narración. ¿Ha decidido Han repetir el «caso Sokal» publicando una tomadura de pelo y partiéndose de risa al leer la masa de comentarios elogiosos que se la han tomado en serio? ¿O nos ha lanzado un desafío sarcástico con un texto cuya inanidad demuestra lo fácilmente que se puede colar en el mercado un producto que encarna el propio fenómeno que denuncia? Lo evidente es que podemos olvidar a Byung-Chul Han. O, al contrario, tenerlo bien presente para no dejar que el éxito de camelos como el suyo acaben dándole la razón.