El feminismo temprano de Carlos Castilla del Pino (2)

Leer también: Carlos Castilla del Pino. Más allá de la medicina (1)

 

Nota editorial: Con el presente texto inédito de Amelia Valcárcel —miembro del Consejo Asesor de Hedónica— sobre el papel de Castilla en el incipiente feminismo español del franquismo tardío continuamos el dosier consagrado a la memoria de este autor.

 

Amelia Valcárcel

 

El libro Cuatro ensayos sobre la mujer fue uno de los grandes éxitos editoriales de su momento. Se tiraron más de veinte ediciones legales y muchas más que no lo fueron.  Entraba un tema, el feminismo de la Tercera Ola, que reverdecía en todo Occidente. Lo que Carlos Castilla colectó en ese volumen fueron ensayos separados, cada uno de los cuales contenía una visión progresiva del tema.

En el primero de ellos, se enfrenta al feminismo con la suspicacia con que lo hizo toda la izquierda española, entonces y además, clandestina.  Es cierto que «la mujer», pues siempre utilizará este genérico, está alienada. Pero no puede lograr su liberación sino como parte de la liberación total de la sociedad, por lo tanto el feminismo radical se equivoca.  Como agenda, se hace cargo de la necesidad de lo que entonces se llamaba «planificación familiar».

En el segundo ensayo su visión es más profunda y se dirige a conocer el modo por el cual se deviene mujer.  Se las compone para explicitar el aprendizaje del narcisismo y la pasividad. Sin la alienación de las mujeres, ni la familia ni las normas que ella enseña pueden ser establecidas. También esta alienación supone un vasto conjunto de relaciones objetales.  Las mujeres, por madres, enseñan la sociabilidad y además, estabilizan el sistema.

En el tercer ensayo, dedicado a la pareja, Castilla del Pino describe con minuciosidad los cambios que en el ambiente estaban produciendo las nuevas posiciones y la fortaleza de la clase media.  Y aborda el fracaso matrimonial, cuya etiología dictamina en términos schopenhauerianos: en el matrimonio,  varón y mujer no buscan la misma cosa. No es realista pedirle al amor que dure eternamente. El noviazgo está lleno de simulación y de él surgen matrimonios en que los individuos no se conocen realmente. La relación de pareja, así como las relaciones de varones y mujeres en general, están en un proceso de cambio, pero los cambios no se han internalizado todavía[1].  Son estos años franquistas en que ni siquiera el divorcio existe y las españolas viven en muerte civil.  Aboga Carlos Castilla pues por el divorcio.

En el último ensayo realiza una reflexión sobre su práctica médica.  Recibe muchas pacientes que le relatan lo mismo: se dieron cuenta tarde y están arrepentidas de la situación a que han llegado y en la que viven. Según es la situación de las mujeres y su general falta de medios educativos, están por su mayor parte impedidas para obtener una identidad funcional. La liberación femenina se muestra como algo intrincado, si bien las apreciaciones que hace de la situación son cada vez más finas. Las mujeres son muy capaces de realizar análisis muy precisos de sus situaciones, pero no tienen la misma precisión en sus objetivos[2]. Los cambios cuantitativos no han logrado alcanzar la igualdad cualitativa. Lo tienen difícil las mujeres porque la erotización de la sociedad trabaja en su contra. La relación interpersonal hombre-mujer no se realiza sobre la base de relaciones totalizadoras, sino sobre el carácter específicamente sexual, de cuasigenitalidad, de las mismas. «La persona deja de ser tal para ser su sexo. El valor de cambio que adquiere es ese precisamente. Por eso, fuera de la relación sexual, la persona no interesa»[3] . Los varones se comportan fetichistamente con las mujeres: son objetos. El feminismo de Carlos Castilla es auroral, distante y con capacidad analítica, pero definitivamente poco empático.  De hecho, ni la palabra le gusta. Aun así estos trabajos suyos fueron determinantes para el surgir y afianzarse del feminismo y su dialéctica en aquellos primeros años,  tanto en objetivos como en argumentaciones. 

Los libros de esta etapa de Carlos Castilla del Pino nos hablan ciertamente de la época, pero también, y con profundidad, de él mismo.  De su crecimiento intelectual, de su propio carácter. En él la curiosidad dominaba como una pasión intelectual absoluta.  Tampoco podía hacer completa epojé porque no sabía ni quería suspender el juicio. No podía ver sin interpretar.  Nunca se aburría, incluso si tenía que participar, sin interés, en una actividad; le acababa encontrando el quid[4]. Tal era su capacidad de autoabastecerse que él mismo se pone contra sí mismo en guardia: «Hay que cuidar mucho de no caer en la hipertrofia del Yo que la posesión de determinados saberes facilita, con grave riesgo incluso para terceros»[5].  Como la mayor parte de las pequeñas distorsiones, Carlos Castilla confiaba en el trabajo como la mejor terapia.  El trabajo es la evasión permitida y gratificante[6]. El trabajo robustece el sentido de la realidad. Por duros que sean los otros, son el mundo. Pero también son interesantes. Una valoración negativa de toda la realidad es enferma, como lo es la evasión a la fantasía. Donde el mundo moleste a la sana penetración intelectual, allí ha de ser cambiado. No se sabe, ni sabemos, cómo somos. Nos probamos en lo que hacemos.

Los años finales de la década de los sesenta, en los que Carlos Castilla del Pino tenía cuarenta años ya bien cumplidos, son aquellos en que solidifica sus intereses intelectuales y da libre curso a su genio.  En el terapeuta resuena siempre el filósofo cuyo guía es Baruch Espinosa.  Hay que vivir y, ya que se vive, hay que entender lo que se está haciendo, de modo que nada pueda angustiarnos. Somos seres-para-la-vida, escribe contradiciendo a Heidegger[7],  proyectos que tenemos que realizar. En este millar de páginas dio las claves de entendimiento, sociales y subjetivas, que permitían afrontar los cambios que la situación perentoriamente demandaba. Se transformó en un maestro. Todas sus posteriores indagaciones sobre pasiones, sentimientos y lenguaje, toda su capacidad explicativa, ya estaba lo bastante desarrollada. Solamente tuvo que seguir dándole libre curso. Las palabras existen para el pensamiento y para la comunicación de lo que pensamos[8]. Los intelectuales son detectores de la realidad que no deben omitir su personal responsabilidad en transformarla. Son suministradores de conciencia. Deben hacer política, no en el sentido profesional, sino en el radicalmente vinculado con la conciencia social. Para ello deben entender, trabajar en comprender y explicar[9]. De estas posiciones su filosofía habría de evolucionar hacia la hermenéutica más depurada, introduciendo cada vez mayor aferencia de datos y líneas de interpretación en su pensamiento maduro y cumplido.

En su trabajo intelectual Carlos Castilla apenas cambió sus centros de interés desde su más temprana obra, el estudio sobre la depresión de 1966, a su Teoría de los sentimientos, del año 2000. Toda su obra está presidida por un esfuerzo de objetivación. Su empeño fue poner negro sobre blanco el tipo extraño de dispositivo que somos y cómo eso que llamamos razón se produce en todos y cada uno de nosotros. Por lo mismo que profesionalmente estaba obligado a contemplar a diario y diagnosticar cómo se producen las desviaciones y enfermedades de la común razón, ésta y toda su masa de sobreentendidos fue su centro de atención principal. El pensamiento de Carlos Castilla es poco o nada romántico: no le fascinan los aspectos anormales del aparato, ni los lugares y modos en que falla: estos simplemente los clasifica y si es posible los reconduce y cura. La locura no le parecía fascinante, sino que le fascinaba la razón.

Entiende que la razón no es meramente la capacidad de clasificar, hacer taxonomías y completar cálculos. Eso es una cosa, como Kant afirmó, del entendimiento. Y en los locos, por ejemplo, el entendimiento no falla, es más, algunos lo tienen exacerbado. La razón es más que el entendimiento, porque consiste en múltiples actividades relacionales que han de producirse con una exactitud portentosa. El conocimiento no puede separarse de la acción. Castilla recondujo hacia la teoría del conocimiento la teoría de la individuación psicoanalítica. Devolvió a las arcas de la filosofía lo que antes fue suyo. Lo recondujo no sin antes rescatarlo también de los saberes agudos pero parciales de la etnometodología, la semiótica, la teoría del lenguaje y la teoría de la comunicación. No abandonó jamás el lugar del juicio y el magisterio. En ello siguió también a Descartes y a Espinosa, en que «el hombre es el juez que decide la perfección o imperfección de las cosas existentes». Trabajó y mantuvo su curiosidad hasta el último momento. Tres días antes de su fallecimiento, cuando lo visitaba, me despidió desde su escritorio donde releía la psicopatología de Jaspers.  «Hay que haber hecho lo que es menester cuando la muerte llegue, de forma que cualquiera puede poner a su proyecto, y sin dolor alguno, la palabra fin…  La angustia ante la muerte no es otra cosa que la angustia ante la vida misma»[10].

 

[1] Castilla del Pino, C. (1971) Cuatro ensayos sobre la mujer. Alianza. Pág. 93.

[2] Castilla del Pino, C. (1971) Cuatro ensayos sobre la mujer. Alianza. Pág. 107.

[3] Castilla del Pino, C. (1969) Psicoanálisis y marxismo. Alianza. Pág. 124-25.

[4] «Un hombre no aburrido puede no gustar del fútbol, pero, en este caso, o deja de verlo o lo ve desde otro ángulo, si por cualquier circunstancia no le es posible eludirlo. entonces saca partido de esta forzada situación y la aprecia en lo que sin duda tiene de positividad, verbigracia, la estupidización del público ante el partido, los fenómenos de comportamiento colectivo, etc.», en Castilla del Pino, C. (1969) La incomunicación. Edicions 62. Pág. 97.

[5] Nota en Castilla del Pino, C. (1969) La incomunicación. Edicions 62. Pág. 116.

[6] «En el trabajo la persona encuentra la forma más “respetable” de evasión y de autoafirmación», Castilla del Pino, C. (1969) La incomunicación. Edicions 62. Pág. 118.

[7] Castilla del Pino, C. (1969) La incomunicación. Edicions 62. Pág. 39.

[8] Castilla del Pino, C. (1968) La Culpa. Revista Occidente. Pág. 160.

[9] Castilla del Pino, C. (1968) La Culpa. Revista Occidente. Pág. 242.

[10] Castilla del Pino, C. (1968) La Culpa. Revista Occidente. Pág. 39.

  1. Castilla del Pino, C. (1971) Cuatro ensayos sobre la mujer. Alianza. Pág. 93. ↩︎
  2. Castilla del Pino, C. (1971) Cuatro ensayos sobre la mujer. Alianza. Pág. 107. ↩︎
  3. Castilla del Pino, C. (1969) Psicoanálisis y marxismo. Alianza. Pág. 124-25. ↩︎

Autor

  • Amelia Valcárcel

    Amelia Valcárcel y Bernaldo de Quirós (1950) es una filósofa feminista española. Ha desarrollado la mayor parte de su docencia en la Universidad de Oviedo y es profesora emérita de Filosofía Moral y Política en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Ha sido vicepresidenta y vocal del Real Patronato del Museo del Prado, y miembro del Consejo de Estado desde 2006 hasta 2023.

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