Nota editorial: El 18 de septiembre de 2024 llega a las librerías españolas el libro de Alice Schwarzer Conversaciones con Simone de Beauvoir (Editorial Triacastela), con el que se inaugura la colección «Libros incorrectos», concebida como «una biblioteca de librepensadores, heterodoxos, proscritos, libertinos, herejes, perversos, disidentes, hedonistas y otras gentes de mal vivir».
Según sus editores, «la elección de Simone de Beauvoir para inaugurar una colección de “Libros incorrectos” se explica porque quien hoy es ejemplo de corrección política era hace sesenta años la intelectual más heterodoxa e intempestiva de la época. El triunfo póstumo de una rebelde en un mundo cuya ortodoxia se va acercando a lo que ella había defendido, contra viento y marea, en su momento.
»Este libro extraordinario ofrece una impecable síntesis de la vida e ideas de Beauvoir en sus propias palabras y en un ágil formato dialogado. La relación entre teoría y práctica o entre ética y conducta; los avatares del feminismo en los años setenta del siglo veinte; su experiencia personal y la relación con Sartre; la revisión de su trayectoria en los años de la vejez…
»Entre 1972 y 1982, la periodista y feminista alemana Alice Schwarzer dialogó repetidamente con Simone de Beauvoir, con quien mantuvo amistad hasta su muerte. El resultado fue esta obra excepcional, inédita en español, que hoy nos ofrece de forma breve, directa y coloquial la mejor introducción a su pensamiento teórico y al relato de su vida cotidiana».
Hedónica. Revista de libros inaugura también la sección denominada «Autopresentación» con la primera de las entrevistas recogidas en el libro: «Yo soy feminista» (1972). Su importancia histórica se debe, entre otras razones, a que en ella Beauvoir hizo por primera vez la afirmación que le da título. Desde El segundo sexo (1949) hasta entonces había rechazado la militancia feminista, que consideraba negativa por suponer una disgregación de la lucha de clases; ella pensaba que la opresión de la mujer, como tantas otras, quedaría definitivamente superada con el inevitable triunfo de la revolución comunista.
YO SOY FEMINISTA
Alice Schwarzer: Desde que apareció El segundo sexo, su análisis sobre la situación de las mujeres sigue siendo el más radical. Nadie ha llegado tan lejos, y se puede decir que usted ha inspirado los nuevos movimientos feministas. Pero hubo que esperar veintitrés años para que se implicara personalmente en la lucha concreta y colectiva. Por ejemplo, el pasado noviembre usted participó en la marcha internacional de mujeres en París. ¿Por qué?
Simone de Beauvoir: Porque creo que, en los últimos veinte años, la situación de las mujeres en Francia no ha cambiado realmente. Se han logrado algunas cosas pequeñas en aspectos legales del matrimonio y el divorcio. Los métodos anticonceptivos se han generalizado, pero no lo suficiente, ya que sólo el 7% de las francesas utilizan la píldora. En el mundo del trabajo, tampoco se ha obtenido ninguna ventaja importante. Quizá estén trabajando algunas mujeres más que antes, pero no muchas.
En cualquier caso, siguen limitadas a posiciones de escasa importancia. Son secretarias, no directoras de empresa, enfermeras más a menudo que médicas. Las carreras más interesantes prácticamente les están vedadas y su carrera profesional está obstaculizada. Todas estas consideraciones me hicieron reflexionar. Pensé que si las mujeres querían cambiar la situación, debían tomar el control. Por otra parte, los grupos de mujeres que existían en Francia antes del Movimiento de Liberación de la Mujer (MLF), creado en 1970, eran reformistas y legalistas. Yo no sentía ningún deseo de unirme a ellos. Pero el nuevo feminismo es más radical. Retoma las consignas de 1968: cambiar la vida hoy. No apuestes por el futuro, actúa sin esperar.
Cuando las mujeres del MLF se pusieron en contacto conmigo, sentí el deseo de luchar junto a ellas. Me pidieron que trabajara en un manifiesto sobre el aborto, declarando que tanto yo como otras mujeres habíamos abortado. Me pareció que era algo bueno, para llamar la atención sobre un problema que, tal como se plantea hoy en Francia, es uno de los más escandalosos: el problema del aborto. Por todo ello fue muy natural para mí, en noviembre de 1971, salir a la calle y marchar con las activistas del MLF asumiendo sus consignas: aborto y anticoncepción libres y gratuitos, maternidad voluntaria.
AS: Usted habla de la situación en Francia. Pero también ha visitado algunos países socialistas. ¿Ha cambiado fundamentalmente la situación de las mujeres allí?
SB: Es un poco diferente. Por ejemplo, vi la situación de las mujeres en la URSS muy de cerca. Casi todas las mujeres soviéticas trabajan, y las que no lo hacen (las esposas de algunos altos funcionarios o de personas muy importantes) son despreciadas por las demás. Las mujeres soviéticas están muy orgullosas de trabajar. Tienen responsabilidades políticas y sociales bastante considerables y sentido de la responsabilidad. Sin embargo, si consideramos el número de mujeres que forma parte del comité central o de las asambleas, que tienen poder real, es muy pequeño comparado con el de los hombres. La mayoría de ellas se dedican a las profesiones menos agradables y menos valoradas. En la URSS, casi todos los médicos son mujeres. Esto se debe a que la profesión médica —al ser la medicina gratuita— es extremadamente dura, agotadora y mal pagada por el Estado.
Las mujeres están limitadas a la medicina y la enseñanza; otras carreras más valoradas, como la ciencia, la ingeniería, etc., son mucho menos accesibles para ellas. Por un lado, no son profesionalmente iguales a los hombres. Por otra parte, en todas partes se produce el mismo escándalo contra el que luchan las mujeres del Movimiento de Liberación: las tareas domésticas y el cuidado de los niños son responsabilidad exclusiva de las mujeres.
Esto se ve muy bien, por ejemplo, en el libro de Solzhenitsyn, El pabellón del cáncer. Aparece una doctora que ejerce la jefatura, es una gran figura de la ciencia médica. Cuando deja a sus pacientes después de un día agotador en el hospital, corre a preparar la cena para su marido e hijos, y a lavar los platos. También es la que hace cola durante horas en las tiendas. De modo que, a todas sus pesadas cargas profesionales, muy pesadas, se añaden las tareas domésticas, exactamente igual que en los demás países. Y quizás incluso peor que en Francia, donde una mujer de esa situación tendría servicio doméstico.
Es una situación que, en un sentido, es mejor que la de las mujeres en los países capitalistas, pero que es más difícil. Lo que podemos concluir es que en la URSS no se ha conseguido en absoluto la igualdad entre hombres y mujeres.
AS: ¿Cuáles son las razones?
SB: Bueno, en primer lugar, los países socialistas no lo son realmente: en ninguna parte se ha logrado un socialismo que cambie al ser humano como soñaba Marx. Se han cambiado las relaciones de producción, pero cada vez se ve más claro que cambiar las relaciones de producción no es suficiente para cambiar realmente la sociedad, para cambiar al hombre. Y por tanto, a pesar de este sistema económico diferente, los roles tradicionales de hombres y mujeres se mantienen. Esto está relacionado con el hecho de que, en nuestras sociedades, los hombres han interiorizado profundamente la idea de que son superiores, en forma de lo que yo llamaría un complejo de superioridad. Y no están dispuestos a renunciar a ella. Ellos necesitan ver a las mujeres como inferiores para aumentar su propio valor.
Ellas mismas están tan acostumbradas a creerse inferiores que son pocas las que luchan por la igualdad.
AS: Hay muchos malentendidos sobre el concepto de feminismo. Me gustaría que me diera su definición.
SB: Al final de El segundo sexo, dije que yo no era feminista porque pensaba que la solución a los problemas de las mujeres debía encontrarse en una evolución socialista de la sociedad. Por «ser feminista», me refería a luchar por las reivindicaciones propiamente femeninas independientemente de la lucha de clases. Hoy mantengo la misma definición: llamo «feministas» a las mujeres o incluso a los hombres que luchan por cambiar la situación de las mujeres, por supuesto en relación con la lucha de clases, pero sin embargo fuera de ella, sin subordinar este cambio totalmente al de la sociedad. Y yo diría que hoy soy feminista en este sentido. Porque me he dado cuenta de que mientras llega el socialismo que soñamos, tenemos que luchar por la situación concreta de las mujeres. Y, por otro lado, me di cuenta de que, incluso en los países socialistas, esa igualdad no se había conseguido. Así que las mujeres tienen que tomar las riendas de su destino. Por eso ahora estoy vinculada al Movimiento de Liberación de la Mujer.
Además, he comprendido —y pienso que es una de las razones por las que muchas mujeres han creado este movimiento— que incluso en los movimientos de izquierda franceses, y también en los de extrema izquierda [gauchistes], había una profunda desigualdad entre hombres y mujeres. Siempre era la mujer la que realizaba los trabajos más humildes y aburridos, los menos visibles. Y siempre eran los hombres los que tomaban la palabra, los que escribían artículos, los que hacían todas las cosas interesantes y los que asumían las grandes responsabilidades.
Así, incluso dentro de estos movimientos que, en principio, pretenden liberar a todos, incluidos jóvenes y mujeres, ellas seguían siendo inferiores. Y la cuestión va incluso más allá. No digo que todos, pero muchos hombres de izquierdas masculinos son agresivamente hostiles a la liberación de las mujeres. Las desprecian y se lo demuestran. La primera vez que se celebró una reunión feminista en Vincennes, varios hombres de izquierdas irrumpieron en la sala gritando: «El poder está en la punta del falo». Creo que están empezando a revisar esta posición, pero precisamente porque las mujeres llevan a cabo una militancia activa independiente de ellos.
AS: ¿Cuáles son, en general, sus propuestas para las nuevas feministas, estas jóvenes combativas más radicales que nunca?
SB: Usted sabe que hay —al menos en América, el lugar donde el movimiento está más avanzado— toda una gama de tendencias: desde Betty Friedman, que es bastante conservadora, hasta lo que llaman la SCUM [Society for Cutting Up Men], es decir, el movimiento para la emasculación de todos los hombres. Y en medio de estas dos posturas hay muchas más. En Francia también hay diferentes tendencias dentro del movimiento. La mía consiste en vincular la emancipación femenina a la lucha de clases. Creo que la lucha de las mujeres, con su singularidad, está ligada a la lucha común de mujeres y hombres. Por eso rechazo completamente el repudio total de los hombres.