Bolloré, M.Y. y Bonnassies, O. (2023): Dios-la ciencia-las pruebas, traducción de Amalia Acondo, Editorial Funambulista. [584 pp, 23,65 euros].
Corominas, Jordi (2023): Entre los dioses y la nada. Religiones, espiritualidades, ateísmos, Barcelona, Fragmenta Editorial.
Agradezco a los autores que se hayan tomado el tiempo de contestar mis críticas a su libro. No es frecuente hoy en día discutir posiciones diferentes y a menudo irreconciliables sin descalificar al otro y menos que los autores de un superventas mundial, como señalan en su réplica, se dignen contestar a un autor que con su reciente libro, Entre los dioses y la nada. Religiones, espiritualidades, ateísmos, solo ha alcanzado una segunda edición en catalán. Claro que el número de ventas, como seguro que piensan también M. Bolloré y O. Bonnassies, no indican nada sobre la consistencia y valor de verdad de los argumentos de unos y otros. Valgan algunos ejemplos. R. Dawkins, representativo de lo que se ha solido calificar como nuevo ateísmo, ha vendido desde 2006 más de 3 millones de ejemplares de El espejismo de Dios donde se sostiene justo la posición contraria de nuestros autores. La ciencia mostraría la irracionalidad de toda creencia en Dios. El libro de Kramer, El martillo de las brujas (1487) se convirtió en uno de los libros más vendidos de la Europa moderna, pues abundaba y daba pábulo en la creencia en brujas de la mayoría de la población, mientras que el libro de Copérnico, De las revoluciones de las órbitas celestes, considerado como uno de los libros fundantes de la ciencia moderna, fue un auténtico fracaso de ventas.
Pero no nos andemos por las ramas y vayamos al grano. Mantengo el núcleo de mi crítica, válido, por cierto, tanto para los nuevos ateístas (que afirman que la ciencia muestra que Dios no existe y que la creencia en él es irracional) como para M. Bolloré y O. Bonnassies (que afirman justo lo contrario): la ciencia contemporánea se basa en un naturalismo y agnosticismo metodológico. La ciencia solo tiene en consideración lo empíricamente medible y controlable, las regularidades y las supuestas leyes que gobiernan las entidades naturales que captamos con nuestros sentidos, o con diversos instrumentos y, en el ejercicio de la investigación, se intentan poner entre paréntesis las propias creencias (de índole atea, religiosa o agnóstica) para que no actúen como un sesgo que la desvirtúe. Además, debe intentarse que las hipótesis científicas sean falsables a partir de la experiencia científica (Popper), lo cual asegura precisamente el desarrollo y el avance de las investigaciones. De la ciencia, por tanto, no pueden inferirse enunciados del tipo «Dios existe», muy propio de los que he calificado como creacionistas científicos, o «Dios no existe», como pretende el «nuevo ateísmo». Cualquier salto desde una hipótesis o teoría científica a una creencia atea, religiosa o agnóstica se hace con base en la creencia personal del científico, no con el método científico. Y esto afecta tanto a creencias de índole religiosa o teológica, como a cosmovisiones y elaboraciones filosóficas ya sean religiosas o ateas. Precisamente llamo en mi libro «cientificismo» o «cientismo» a todas aquellas ideas que se presentan como científicas, pero que van más allá de lo que permite la naturaleza del método científico (a él remito al lector para profundizar en estas consideraciones).
Ahora bien, a pesar de que las teorías científicas no pueden abonar ni el ateísmo, ni la religión, ni una determinada espiritualidad, sí que tienen un impacto crítico en muchas creencias (espirituales, ateas y religiosas). Como mínimo nos obligan a no reducir la creencia a un mero cuento de hadas, a no ser crédulos e ingenuos y a reflexionar como adultos. Por ejemplo, la teoría de la evolución no se puede compatibilizar con la idea de que las especies biológicas, incluida la humana, fueron creadas por Dios tal y como son ahora, ni el conocimiento actual del ADN puede compatibilizarse con teorías racistas como las que pretendió defender el nazismo «científicamente». Dicho esto, la interpretación de los datos e hipótesis científicas nos permite elaborar teorías cosmológicas y metafísicas, más o menos razonables, muy diversas y a menudo incompatibles entre sí. Es perfectamente legítimo defender el Dios Creador desde una argumentación filosófica y es una lástima que M. Bolloré y O. Bonnassies no mantengan la distinción entre la ciencia contemporánea y las posibles y diversas cosmologías metafísicas que pueden ser compatibles con sus resultados.
Enunciado el núcleo central de mi crítica, que implica una comprensión de los caminos (métodos) de la razón para profundizar en una realidad siempre abierta y del modo como se solapan (temas tratados con más amplitud en Entre los dioses y la nada), paso a puntualizar todos los asuntos a los que aluden M. Bolloré y O. Bonnassies en su respuesta. Intento referirlos todos al centro de mi crítica y evitar la anécdota.
Hawking abrazó al principio la idea del multiverso (la idea de una multiplicidad de universos). Desde una cosmología filosófica no me parece absolutamente insostenible. Pero, como explica Herzog, Hawking la descartó porque la teoría escapa a cualquier experiencia científica. La idea del multiverso desde una determinada metafísica (no desde el método científico) puede ser tan legítima como la idea de un Dios Creador o la de un Dios panteista que se identifica con el universo o una parte suya. Stephen Hawking, en dirección contraria a sus primeras aportaciones científicas, ha popularizado la idea de un universo sin singularidades. Su propuesta de un modelo basado en una teoría cuántica de la gravedad tendría la virtualidad de describir un universo que podría ser finito temporalmente, pero sin ningún borde en el espacio-tiempo en el cual se tuviese que recurrir a Dios o a alguna nueva ley para que estableciese las condiciones de contorno del espacio-tiempo. Se podría decir: «la condición de contorno del universo es que no tiene ninguna frontera». El universo estaría completamente autocontenido y no se vería afectado por nada que estuviese fuera de él. No sería creado ni destruido. Simplemente sería.