Ferlosio o la historia cultural de un país llamado España

Reseña del libro de Carlos Femenías, A propósito de Ferlosio. Ensayo de interpretación cultural, prólogo de Jordi Gracia, Alianza Editorial, Madrid, 2022

 

 

Quienes vivimos de jóvenes los años ochenta y noventa, tenemos una perspectiva diferente de la que tienen los que nacieron en esas fechas. Esto no quiere ser ni una perogrullada ni algo que refrende una teoría cultural sobre las generaciones. Es algo obvio, porque los que daban sus primeros pasos en aquel entonces no vivieron, al menos teniendo uso de razón, esas dos últimas décadas del siglo XX. Por poner un ejemplo, hoy en día, que empezamos a estar acostumbrados, más o menos, a los gobiernos de coalición, no podemos imaginarnos lo que era un gobierno con mayoría absoluta. Yo tampoco me puedo imaginar, cabal y vivencialmente, lo que supuso experimentar en las propias carnes, de joven o de adulto, una dictadura como la franquista.

Apunto estas cosas porque quiero subrayar que cuando Ferlosio empezó a escribir de manera verdaderamente regular en la prensa diaria, en especial en El País, casi todas las palancas del poder estaban desde 1982 en manos de un partido, el PSOE, y el terrorismo etarra, sin olvidar el del GAL, campaba a sus anchas en el País Vasco y fuera de él. Fue precisamente en 1986 cuando Ferlosio publicó de manera contundente cuatro libros al mismo tiempo, por un lado los ensayos, de muy diferente tono, Mientras no cambien los dioses, nada ha cambiado y Campo de Marte 1. El ejército nacional, por otro lado la novela El testimonio de Yarfoz y La homilía del ratón, recopilación no exhaustiva de sus artículos. Es significativo que El País, en el artículo que publicó el 11 de diciembre, siguiese con la imagen de un Ferlosio novelista porque ponía de relieve «los 31 años de silencio narrativo», pero no aludía en absoluto a un ensayo fundamental que había publicado en 1974, Las semanas del jardín. Pues bien, el efecto de este bombazo cultural fue duradero. En aquel entonces no era él un tótem (si acaso lo fue o lo es ahora), sino un faro crítico por el que había que pasar o recalar para tener una visión no adocenada de lo que ocurría en nuestro agitado y, por aquel entonces, reluciente país, recientemente aceptado en el club europeo. ¿Quién estaba al quite de cualquier suceso terrible que ocurría en el mundo, de cualquier frase, igual de memorable que cuestionable, de nuestro otrora presidente (los gatos y los ratones, la columna vertebral del ejército y un largo etcétera) o de cualquier otro dirigente socialista, o de otro partido? ¿Quién respondía con contundencia a lo que pasaba por ser el pensamiento hegemónico de aquel entonces, de distinto calado que el de hoy en día? En definitiva, ¿quién remaba a contracorriente, haciéndolo además con perseverancia, dignidad y lucidez? No había otro más que Ferlosio, por mucho que se puedan mencionar aquí o allá algunos otros intelectuales críticos, en grado variable y en un registro muy diferente: Fernando Savater, Agustín García Calvo, Manuel Vázquez Montalbán, el dúo, mucho más discreto, Manuel Sacristán y Paco Fernández Buey e, incluso, si se me apura, algún que otro artículo de Francisco Umbral, que no por ser ingenioso dejaba de albergar una mala leche crítica contra el socialismo más soberbio. Pido disculpas de antemano por algún olvido. En cuanto a Eugenio Trías, estaba en aquellos momentos enfrascado en la construcción de su magnífica «ciudad» filosófica, pero remaba entre un catalanismo filosocialista, al principio de los 80, y un anticatalanismo, cada vez menos prosocialista, desde mediados de esta década hasta el final de su vida. Sus libros filosóficos eran impactantes, deslumbrantes, pero no sus artículos de opinión. Estos ni calaban ni alimentaban una verdadera conciencia crítica.

Los de Ferlosio, apegados al meollo de la actualidad, al envés del día a día de las páginas de los diarios y, a veces, de la televisión —no a su superficie mediática, líquida, que en aquel entonces no era ni mucho menos tan patente como hoy en día— raspaban con denuedo la madera del tiempo histórico, y como un cepillo de carpintero, le quitaban todas sus virutas insustanciales. Es cierto que en algunos asuntos era un tanto zigzagueante, como cuando criticaba el militarismo, pero aprobaba, con los socialistas, el referéndum de la OTAN (algo de lo que se lamentó años más tarde), o negaba validez a la objeción de conciencia, propugnando un servicio militar que formase realmente a la ciudadanía, cuando pocos años más tarde iba el Ejército a profesionalizarse en todos sus escalafones…Pero si había que apoyar la causa del tren y de la bici, contra el coche, junto a García Calvo, en un acto público en la Universidad, lo hacía. El reseñador fue testigo de ello. Ferlosio desconcertaba a veces a tirios y troyanos, pero lo que era siempre admirable en él era la independencia de su criterio, su intempestividad asumida hasta el final.

No se olviden estos apuntes a vuelapluma porque la perspectiva que puede tener un investigador joven como lo es Carlos Femenías, nacido en 1985, sobre Ferlosio, es diferente de la que tenemos los de edad un poquito provecta. Ni mejor ni peor, sino distinta. Cuando ya en los primeros años del siglo XXI leíamos a Ferlosio, no cansaba, ni dejaba de deslumbrar, pero los tiempos, en particular en España y, sobre todo, en el mundo, iban cambiando a marchas forzadas. La imagen de un Ferlosio huraño, en batas y zapatillas, tierno en el fondo, pero siempre encabronado con el mundo de un modo peculiar, iba calando cada vez más, sobre todo entre algunos nuevos críticos literarios que delineaban con mucha inteligencia una genealogía de la modernidad política española, cuando nunca hay una, sino varias en liza.

Ferlosio no fue CT, utilizando este término de Guillén Martínez, nunca perteneció a la Cultura de la Transición, a la «progresía», ni tampoco fue elevado a los altares por la cultura quincemayista. García Calvo, pese a sus intervenciones en la Puerta del Sol, tampoco lo fue. Ferlosio fue siempre de difícil clasificación. Todo esto viene a cuento de que Femenías, en su excelente libro, A propósito de Ferlosio. Ensayo de interpretación cultural, ha cargado tal vez las tintas en los aspectos antimodernos de Ferlosio, en su furia contra el progreso y la lógica del deber y el haber, tan anclada en la Historia, en su sintaxis endiablada, en su gusto por la Edad Media, por Juan de Mena, en todos los elementos arcaizantes que le vendrían de esos tiempos oscuros de la posguerra en los que fue joven, durante los cuales reaccionó contra todo lo que el franquismo iba adoptando como dispositivos legitimadores: el Siglo de Oro, la revolución nacional y juvenil, el nacionalismo rancio y reaccionario, el desarrollismo a todo trapo, etc. No vamos a negar que esos aspectos «antimodernos», con toda la prudencia del término, puedan existir (las tesis del libro de Compagnon, Los antimodernos, que sirve en parte de guía a Femenías, no son nunca explicadas ni, menos, criticadas, lo que se hubiera agradecido), pero sí me parece que el autor menorquín no valora suficientemente todo lo que de modernidad hay en la obra de Ferlosio y, me atrevería a afirmarlo, en su pensamiento: el «fervor husserliano» de los años 60, mencionado por el autor, pero no explicado, la lingüística de Karl Bühler, apenas presente en este trabajo, la función estratégica de la obra de Max Weber en sus análisis de las religiones del libro, de las sociedades, en la que presumo que tuvo que ver su amigo del alma Tomás Pollán, el papel peculiar, pero no menos importante si cabe, de Walter Benjamin en su crítica del progreso, la admiración sin límites que tuvo por Kafka y un largo etcétera. Es todo un mundo curiosamente germanófilo el de Ferlosio, que representa como el envés también germanófilo de Ortega y Gasset, un filósofo tan admirado por su padre, Rafael Sánchez Mazas, como vilipendiado por el hijo. El libro de Femenías habría podido encaminarse por una vía psicoanalítica, ahondando en el complejo de culpa del hijo y en la necesidad de matar simbólicamente al padre, pero no lo hace, afortunadamente. Su análisis es seguramente más complejo y sutil de lo que podría haber sido una indagación familiar más o menos quirúrgica. Es cierto que no tenemos la correspondencia ni otros documentos que podrían conducirnos por esas veredas. Creo recordar, no obstante, sin tenerlo ahora a mano, que José Benito Fernández, en su biografía El incógnito Rafael Sánchez Ferlosio, había dado algunas pistas. Femenías señala el respeto que tuvieron sus hijos por el novelista Sánchez Mazas y la crítica acerba de estos mismos al franquismo y al falangismo. Sostiene Femenías que su obra está, «en parte, determinada por la figura de Sánchez Mazas» (p. 31) y que sentía escrúpulos por tanta muerte y dolor que habíanenerado las ideas de su progenitor. En los años 40 y 50 se iba alejando de su padre, «pero sin herirlo» (p. 33), afirma. Y en lo que se refiere a sus dos primeras novelas, Industrias y andanzas de Alfanhuí y El Jarama, añade que «resulta llamativo que las figuras paternas de dos de las tres novelas de Ferlosio aparezcan bajo el signo de lo elusivo» (p. 193).

En una entrevista que le hicieron en diario.es a Carlos Femenías, a la pregunta de cómo surgió la idea de escribir un libro sobre Ferlosio respondió diciendo que «mi fantasía con este libro es mostrar cómo una época, un horizonte ideológico, tienen incidencia en los textos que se producen, concretamente en los de este autor». En la introducción es más explícito y ajustado, sosteniendo que «las obras pueden proponerse alumbrar algo nuevo, pero no borrar cuanto las precedió, que pervive intensamente en ellas» (p. 35). Hay una trama que «no empieza ni acaba» en los libros (p. 35). Y en la página siguiente, recalca que a través de su obra se pueden ver «las transformaciones materiales e imaginarias de una cultura» (p. 36). El objetivo no es solo, por lo tanto, analizar a Ferlosio como islote genial de una época a priori mediocre y desde luego terrible, la del franquismo, sino verlo como un síntoma, cierto, un tanto disruptivo, de esa misma época. De hecho, lo que analiza Femenías es cómo las dos novelas de Ferlosio y los relatos que fue publicando en las revistas de los jóvenes falangistas, Alférez, La Hora, Alcalá, luego Revista Española, de indudable interés, fueron moldes narrativos, imaginarios, que se fueron desgajando del molde global falangista. Para ello, el autor de este estudio da muestra de un olfato filológico muy acusado, mostrando el humus hegemónico del que se alimentaban esos textos y la manera como se distanciaban de los ideales, sueños y delirios falangistas. Todo ello sin olvidar la recepción que en el exilio tuvo El Jarama, la actitud que fueron adoptando los hermanos de Ferlosio, Miguel y Chicho, más decididamente antifranquistas e izquierdistas, y las orientaciones que fueron tomando los compañeros de esas revistas en su desencanto progresivo de lo que prometió el franquismo, a la luz del «hombre nuevo» propugnado por los falangistas.

Hay que añadir que las dos interpretaciones, en clave política, de Alfanhuí y de El Jarama, son convincentes aunque no agoten, sobra decirlo, otras posibles lecturas. Por un lado, el primero es visto como «proyecto de huida» (p. 49), de una retórica inflada y de unas promesas no cumplidas, las del final de la guerra. La expulsión de Alfanhui y la fuga de Ferlosio del colegio tendrían paralelismos claros. Con tino afirma que no acaba de ser una novela, sino «un conjunto de estampas enhebradas por un personaje de carácter» (p. 52). Por otro lado, en el segundo se trataría de una alegoría sobre la unión de las «fuerzas del trabajo», las que se encuentran en la venta de la colina, y las «fuerzas de la cultura», los jóvenes que se bañan despreocupadamente en el río y que firman el informe judicial sobre la muerte de Lucita.

Rafael Soriano Fernández (mismas iniciales que Ferlosio: RSF), va a ser el estudiante de medicina que se lance al río para salvar a Lucita, vendedora de helados. Se da así una «celebración y duelo por aquello que se goza y que pronto ha de ser irrecuperable» (p. 118). Dada la imposibilidad de señalar aquí todos y cada unos de los finos análisis de los que hace gala el autor del estudio, solo podemos recalcar que esta primera mitad del libro de Femenías, constituida de tres capítulos, es realmente brillante y supondrá un zócalo de base desde el que partir en todo estudio de Ferlosio.

La segunda mitad del libro la constituyen los cinco últimos capítulos, más cortos, de títulos sugerentes, pero no forzosamente clarificadores. En ella, analiza «la forja de un ensayista», desde los años sesenta, y la actividad intelectual de Ferlosio en los veinte primeros años  de democracia, aproximadamente. El escenario político es distinto y la escritura de Ferlosio también. Este es uno de los grandes obstáculos al que se ve confrontado el estudioso. Aquí se echa en falta un análisis fino de El testimonio de Yarfoz, como lo habían sido los de las dos primeras novelas, y de Las semanas del jardín, ensayo fundamental del Ferlosio que va a iniciar sus lances en el ruedo de la nueva democracia española. En cualquier caso, el autor del estudio da algunas pistas en torno al porqué el novelista se convirtió en un ensayista que van más allá del simple encierro anfetamínico de Ferlosio. Apunta al rol que en los años 70 fue adquiriendo la literatura en la configuración de una nueva ciudadanía y al «ascendiente que la prosa de ideas estaba adquiriendo en el campo literario». Son pistas muy valiosas pero que no termina de desarrollar o de profundizar suficientemente.

Otro asunto que tiene su relevancia en estos últimos capítulos es —como decíamos— el carácter «antiprogresista» de sus tomas de posición políticas y, en definitiva, su pensamiento e imaginario antimodernos. Algunas observaciones son muy acertadas, como cuando afirma Femenías que «era preciso deshacer la concepción épica de la Historia oponiéndole el canto de lo perecedero. En el trasfondo había un diálogo privado con la obra paterna, en cuyo corazón hizo estragos el anhelo nostálgico de revivir el pasado» (p. 192). Claro está, detrás del canto de lo perecedero había en Ferlosio una filosofía de la historia que hubiera sido necesario desentrañar. En este punto, la guerra y su crítica denodada juegan un papel fundamental, sin olvidar sus dardos contra Hegel y Ortega, o sus complicidades con Benjamin. En lo perecedero se ancla algo que fue crucial para Ferlosio, no solo intelectual sino humanamente: la infancia. Recordemos lo que le interesó la historia del niño salvaje (de la que habla algo Femenías), pero también del famoso pasaje sobre una niña «de tres a cuatro años», viendo de repente, in media res, un espectáculo de títeres que, años más tarde, en su discurso del Cervantes, supimos que era su hija, y que se había producido en 1959. Pues bien, esa hija suya murió por SIDA, probablemente lo más doloroso que vivió el ensayista y novelista. Todas estas cuestiones (la guerra, la infancia, la historia) están prácticamente ausentes en el brillante libro de Femenías, cuando son centrales en la obra del ensayista madrileño (de adopción, no de nacimiento).

Último asunto es el de su antimodernidad, que en ningún momento del libro es evaluada, aquilatada, razonada convenientemente. Habla Femenías de una «melancolía enfurecida» en Ferlosio con relación a un mundo desbocado, fuera de sí. La hay, desde luego. Y el desbocamiento del mundo lo estamos viendo delante de nuestros ojos, en Ucrania, en Gaza, en Sudán, en Haití, en tantos lugares mártires.

En este aspecto, cobra sentido para el autor del libro aquí reseñado la comparación con la obra de Karl Kraus, en la que hay una «beligerante crítica al Progreso». Ahora bien, Ferlosio no era amigo de lecturas y conferencias públicas regulares, como el escritor austriaco, ni tenía una caterva de admiradores extasiados con su verbo ardiente e indignado. Tampoco terminó su vida en una actitud conservadora, autoritaria, pues no hay que olvidar que Kraus apoyó en 1934 al canciller Dolfuss, ultimo peldaño antes de la anexión alemana. La escritura krausiana es mucho más reiterativa y rabiosa que la de Ferlosio. En fin, Femenías no termina de convencer en esta comparación, máxime si tenemos en cuenta las tan distintas épocas, la de la Austria democrática de entreguerras y la de la España juancarlista.

Convendría haber preguntado si en todo antimoderno hay una búsqueda de una modernidad alternativa, si la modernidad no es algo unilateral, sino plural, si hay una transmodernidad en unos cuantos ensayistas y filósofos españoles del siglo XX, en fin, hubiera sido deseable una lectura en profundidad del libro de Compagnon, tan sugerente y estimulante como discutible, al que hace referencia de vez en cuando, pero al que apenas le hinca el diente. Sea lo que sea, el libro de Femenías es y será un jalón valiosísimo, probablemente el primero de gran peso específico, en la recepción de la obra ferlosiana.

Autor

  • Nacido en San Sebastián-Donostia, en 1965. Estudios universitarios en la Universidad del País Vasco y en la Universidad Autónoma de Madrid. Becario en la Universidad de Lovaina (Bélgica). Estudios doctorales en la EHESS de París y en París VIII. Doctorado en 1995, en Filosofía, con una tesis sobre el problema ético-político en la obra de Gilles Deleuze. Desde 2000, profesor titular de Civilización de España contemporánea, en la Universidad de Le Mans (Francia). Más de setenta artículos sobre filosofía contemporánea, sobre todo ensayo y filosofía española del siglo XX, en especial del exilio republicano español. Autor de De una sensibilidad por venir. Ensayos de estética contemporánea (Madrid, Arena, 2008), Briznas del tiempo (Madrid, Endymion, 2014) y L’essai en Espagne à l’épreuve de l’exil et de la dictature (1939-1976), L’Harmattan, 2023 Paris. Edición crítica de los Escritos sobre Ortega de Zambrano (Madrid, Trotta, 2011), de El pensamiento vivo de Séneca, en 2016, en el marco del vol. II de las Obras Completas de Zambrano, dirigidas por J. Moreno Sanz, y de una amplia antología de las obras de Marín Civera y Luis Abad, dos ensayistas del exilio republicano español: En pos de un nuevo humanismo (Fundación Santander, Madrid, 2018). El año que viene, en febrero de 2025, saldrá el libro L’aventure de l’essai, dedicado a la teoría del ensayo.

    Ver todas las entradas

Comentarios y respuestas: revista@hedonica.es



CONSEJO ASESOR Javier Cercas, Félix de Azúa, Carlos García Gual, J. Á. González Sainz, Carmen Iglesias, Antonio Muñoz Molina, Amelia Valcárcel, Darío Villanueva.


Imagen Centrada y Ajustada

Editorial Tricastela


CARTAS DEL DIRECTOR


BOLETÍN MENSUAL


DESTACADOS

Imágenes con Borde Gris

Editorial Tricastela

Imágenes con Borde Gris

Editorial Tricastela

Imágenes con Borde Gris

Editorial Tricastela

EVENTOS

Eventos pasados Eventos próximos