El viaje de Debreczeni al inframundo

De regreso de un viaje de Italia, y con el ánimo de practicar la lectura en italiano, en el aeropuerto de Pisa me llevé el libro Noi, bambine ad Auschwitz (Modadori Libri, 2018), que relata la historia de Andra y Tatiana Bucci, dos niñas sobrevivientes del holocausto. Las hermanas —que siguen con vida en sus ochentas y difunden su experiencia con charlas y entrevistas— no son escritoras de oficio, y el libro cobra más valor testimonial que literario. La vida les fue concedida al ser gemelas y llamar la atención de Josep Goebbels en el centro de experimentos genéticos de Auschwitz-Birkenau. Andra y Tatiana son dos de los cincuenta niños que sobrevivieron entre doscientos treinta mil enviados al campo de concentración.

Esa misma rareza es la del caso de Józesf Debreczeni, autor de un libro de alta factura literaria escasamente conocido durante décadas, en el que relata su periplo en distintos lugares geográficos de lo que él llama Auschwitzlandia. Crematorio frío. Una crónica de Auschwitz (Debate, 2024) fue publicado en húngaro por primera vez en 1950, en la Yugoslavia de Tito, con dos ediciones en 1975 y 2015 que no trascienden las fronteras del idioma. Hasta que, propulsado por el empeño de un sobrino del autor e iniciativa de la agencia literaria Liepman, se decide publicarlo en quince idiomas.

Es así como, tras el tardío hallazgo y los ya existentes y excepcionales testimonios del holocausto de Charlotte Delbo, Elie Wiesel, Imre Kertész o de Primo Levy, con su obra maestra Si esto es un hombre, cabría preguntarse si interesaría un libro que llega a los lectores con tres cuartos de siglo de retraso. La respuesta es un contundente sí. Crematorio frío es un testimonio diferente que parte de la agudeza de los detalles en la crónica diaria de distintos campos de trabajo forzado y luego en un hospital de moribundos.

Si esto es un hombre y Crematorio frío se emparentan por la manera vívida y descriptiva de contar la experiencia sin dejar que las emociones embarguen la buena literatura. Levy tiene su manera de narrar que parte de su carrera como doctor en química, si se quiere forense, puesta en los detalles tan importantes en la literatura testimonial. De la misma manera que lo hace Debreczeni con su entrenamiento periodístico, lo que convierte este libro en una gran crónica, una memoria o incluso una novela de lo real en la que se utilizan los recursos de la literatura al estilo de los grandes narradores de no ficción estadounidenses. Destaca el recurso de lo poético, las descripciones precisas de los métodos de quiebre moral y corporal empleados: «La constante angustia y el agotamiento físico y emocional dejan caer una cortina de niebla sobre mis ojos».

El libro tomó tanto tiempo en trascender las fronteras del húngaro –el clásico cuento de una obra de extraordinaria calidad literaria que se vuelve invisible– a pesar de que, como explica en el epílogo el sobrino, Alexander Bruner, su padre, hermano de Józesf, estando destacado como diplomático yugoslavo en Washington D.C. intentó sin éxito despertar el interés de los editores estadounidenses en la década de 1950.

La traducción al español estuvo a cargo de Eszter Orbán, especializada en traducir a autores del húngaro al español, residenciada en Budapest y fundadora de una revista en línea de literatura húngara. Es interesante ver la frase que sigue al título Crematorio frío en diversas versiones del libro. En polaco: La novela de Auschwitz. En inglés: Reportando desde la tierra de Auschwitz. En español: Una crónica de Auschwitz.

 

***

Józef Debreczeni es el nombre de pluma de József Brunner, periodista y poeta nacido en 1905 en Budapest y fallecido en Belgrado en 1978. Fue editor del periódico Napló en SuboticaSerbia, y luego de Ünnep en Budapest, antes de perder su trabajo por las leyes punitivas antijudías. Su carrera como periodista seguramente influyó en la manera en que retrata lo vivido desde que se encuentra en el primer tren un primero de mayo de 1944 —luego de que diez días atrás se lo llevaran en unos camiones— hasta el 5 mayo de 1945, cuando finalmente huyen «los grises» (nazis) del tenebroso lugar donde depositaban a los moribundos de los campos de trabajo forzado.

Su faceta de poeta logra que la sensibilidad esté presente a lo largo del libro, pero sin caer en sentimentalismo ni victimizarse. Él mismo, convertido en lo que llama un «hombre esqueleto». Al principio, a manera de situar al lector en contexto encontramos dos fotografías: una con sus padres y su esposa y otra en su mesa de trabajo. Al lado de las fotografías hay estrofas de sus poemas:

La culpa se ha borrado, 

de uniforme ha mudado

el verdugo de mi madre

 

***

Crematorio frío es un viaje al inframundo de la tierra de Auschwitz —recordemos que Auschwitz fue el nombre con el que los alemanes rebautizaron a la ciudad polaca de Oświęcim—.  Y es que tenemos que hablar de viaje porque hay desplazamientos a distintas localidades donde transcurre lo narrado como protagonista del horror, que lo sorprendió a los treinta y nueve años. No debe ser al azar que, en la imagen azulada de la portada, se encuentren unos rieles de tren.

Lo que nos lleva a un mapa a dos páginas, que precede a las fotografías y las estrofas de poemas, con el título El viaje de Debreczeni: De la deportación a la liberación, que bien podría ser también el título del libro o de esta reseña que dejó a quien la escribe un estremecimiento emocional; una conmoción similar a la que produce encontrarse con un océano de zapatos de cuero envejecidos confiscados a judíos al llegar al campo de concentración, en una de las salas del Museo del Holocausto en Washington D.C.

En el mapa están identificados los cuatro desplazamientos principales hacia los campos de concentración y de trabajo forzado del Gran Reich Germánico. La novela de lo real se inicia con un tren en movimiento que va desde Szabdadka (Subotica) hasta Topolya, a unos treinta kilómetros al sur de Serbia. En Topolya, donde cree que será su destino, en aquel primer campo de concentración, dice que estaba todavía un pedazo de su corazón.

Acá se produce lo que veremos a menudo en el libro: las bifurcaciones o dilemas del destino, entre un camino u otro que significan vida o muerte. O, como lo llama Primo Levy, «los hundidos y los salvados» que, en el caso de las hermanas Bucci fue su condición de gemelas: en vez de ser llevadas a la cámara de gas fueron a dar al centro de experimentos genéticos del lager. Cabe señalar que, aunque en alemán todos los sustantivos se escriben en mayúscula, en esta reseña respetaremos la propuesta estética de la traducción al indicarlos en minúscula.

A pesar de que en Topolya estaba un pedazo de su corazón, le anuncian que será deportado junto a los demás. Las personas, una gran mayoría conocidos entre sí, son sus vecinos serbios en la extinta Yugoslavia. Hombres y mujeres con sus hijos son separados en vagones distintos y van amontonados como bestias de carga: «Creo que la asombrosa metamorfosis se produjo allí, en aquel punto desconocido de Europa del Este, al borde de un frondoso bosque, junto al terraplén. Fue allí donde las personas de aquel tren infernal se convirtieron en animales». Los sometidos especulan en el tren si serían llevados a Austria o Alemania. Austria significaba la posibilidad de vida. Alemania, de muerte.

El recorrido atraviesa parte de Serbia, Hungría y Eslovaquia para llegar a Auschwitz, en Polonia, tan cerca de la frontera de la República Checa. Cuando faltaba media hora para llegar les informan del destino: Auschwitz. Y dice: «A partir de entonces, todo aquello se convirtió en una especie de sueño intermitente y agobiante, de los que se tienen tras una cena pesada».

Una de las estrategias del autor que le da una fuerza indudable a la obra es que se narra en primera persona y en tiempo presente. Ello hace que el lector se sumerja en el relato a pesar de la distancia de décadas. Otra característica es la del tiempo lineal y cronológico. Aquí no hay reflexiones hacia el pasado, flashbacks, miradas a la vida que se deja, arrepentimientos o culpas. No hay tiempo para estas cavilaciones. Lo que prevalece es la pura y dura supervivencia. Mucho más adelante en el libro, tras tantos sufrimientos padecidos, el narrador admite: «Nos habíamos convertido en unas criaturas instintivas dominadas por el deseo animal y primordial de comer, tumbarnos, descansar, fumar… Estoy convencido de que por aquel entonces la mayoría de nosotros ya no pensábamos mucho ni siquiera en la familia».

Es progresivo el despojo que va sufriendo de sus pertenencias, las pocas que puede meter en una maleta o que tiene puestas encima. En Auschwitz los obligan a dejar atrás sus maletas o bultos para no volver a verlos nunca más. Luego les quitan la ropa o cualquier accesorio que lleven consigo. De allí hasta perder el nombre y pasar a ser solo un número, tal es el caso de József Debreczeni, prisionero 33031: «Un método bárbaro y al mismo tiempo asombrosamente simple: despojar a millones de personas de su personalidad, su nombre, su condición humana. ¿Cómo voy a poder demostrar que yo soy yo?». El título del libro en inglés de las niñas italianas –Tatiana tenía seis años y Andra cuatro al momento de ser capturadas– tiene un nombre mucho más sugestivo que el original: Always Remember Your Name (Siempre recuerda tu nombre), algo que imploró la madre a sus hijas como única esperanza de poder reencontrarse al terminar la guerra, después  de que les asignaran un número de prisionera a cada una.

 

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