Javier Sádaba (2024): Al final del viaje. Mi vida, mi mundo, Córdoba, Almuzara.
Javier Sádaba (n. 1940) acaba de publicar Al final del viaje. Mi vida, mi mundo, un retrato de una época que va desde la Transición hasta nuestros días y que se suma a tres títulos anteriores más próximos al género de memorias o autobiografía: Dios y sus máscaras (1993), Memorias comillenses (2016) y Memorias desvergonzadas (2018).
Si es difícil fijar la fecha del inicio de la Transición política española no lo es menos determinar su conclusión. Como se sabe, unos fechan el periodo de origen y conclusión entre 1975-1982, otros lo acuerdan entre 1977 y 1981, y no faltan quienes eligen fecha inicial el año 1959 coincidiendo con el Plan de Estabilización y como fecha final la ratificación en referéndum de la Constitución española el 6 de diciembre de 1978. Lejos de emular la exactitud del investigador histórico, la del periodista de archivo o la crónica de calendario, Sádaba ofrece «un relato real con sus idas y venidas» que abarcan desde su llegada a Madrid procedente de la ciudad alemana de Tubinga en 1969 hasta su jubilación como catedrático de Ética y Filosofía de la Religión de la Universidad Autónoma de Madrid en 2009. Se trata de un largo periodo de tiempo en el que se trenzan y solapan al menos tres itinerarios: el religioso, con el abandono definitivo de las instituciones eclesiásticas; el itinerario docente y académico, y el itinerario político y social que se entremezcla con los anteriores bajo la figura de intelectual independiente de izquierdas. Quienes han compartido años de amistad y docencia universitaria, así como quienes conocen la biografía de Sádaba, bien por contacto personal o por la lectura de las memorias referidas anteriormente, no encontrarán nada nuevo hasta rebasar las cien primeras páginas. El paso por las universidades de Comillas, Salamanca, Roma y Tubinga, el descubrimiento de Wittgenstein, un gurú filosófico y vital que le acompaña desde la juventud, o el encuentro con Ernst Tugendhat, «el filósofo que más le ha enseñado», son acontecimientos en la vida de Sádaba conocidos por cercanos, amigos, antiguos alumnos y familiares. Igual que es público y no por ello menos dolorosa la pérdida de su esposa Elena a consecuencia de un cáncer en el año 2015. A los más jóvenes, víctimas a partes iguales de «los vaivenes de las emociones y la anestesia ambiental» (pp. 10-11), puede que este relato personal, deliberadamente desordenado y carente de muchas fechas, les resulte una especie de crónicas marcianas. Pero si la curiosidad logra interrumpir la conexión con internet (Twitter, X, Instagram, Tik Toc, Tic Tac, Kit Kat…), entonces tendrán los jóvenes ocasión de conocer una buena parte de la historia de este país, de la historia de la iglesia española y de las acaloradas discusiones y polémicas en las que se embarcó Sádaba. Y también tendrán ocasión todos los lectores de disfrutar de una crónica de la vida social contrapunto de la versión idealizada y sacralizada de la Transición que gusta olvidar la violencia, el terrorismo de Estado y exagerar y fantasear con el papel desempeñado por el rey Juan Carlos.
Muchas veces se le ha reprochado a Sádaba su tibieza y ambigüedad con relación a la violencia y en especial con la violencia terrorista. Así puede parecer desequilibrado afirmar por un lado y de manera rotunda que «la violencia es la vergüenza de la humanidad» (p. 17) y luego calificar simplemente de «innoble» (p. 50) el asesinato de la dirigente etarra Yoyes en septiembre de 1986. Sea un desacierto a la hora de elegir el adjetivo u otra causa estilística, lo cierto es que en este Al final del viaje, y a pesar del cansancio que respira todo el libro, Sádaba insiste machaconamente en resaltar su compromiso en espíritu y letra con un pacifismo exigente en la teoría y en la práctica que le ha supuesto no pocos disgustos y contrariedades dolorosas, como la ruptura con el colega Fernando Savater situado hoy en la «derecha dura» (p. 162). Muchos recordarán como en el año 1982, coincidiendo con las elecciones generales ganadas por goleada por el PSOE, la TVE y el diario El País («hoja parroquial») se convirtieron en un ring para una agría discusión donde la condena de la violencia terrorista y la defensa de la autodeterminación por parte de Sádaba no logró hacerse entender frente a la postura más digerible de Savater: condena de la violencia y defensa de la unidad de España. Aunque la declaración de alto el fuego permanente de ETA —en 2011— ha rebajado notablemente el ruido que cercó en su día la discusión sobre la violencia política, lo que sigue en pie firme es el llamado «problema de la autodeterminación». Se trata de un asunto clave, nos recuerda Sádaba, para comprender la naturaleza de una reivindicación política que se puede hacer con o sin violencia, pero que siempre chocará con la vía militar elegida por la Constitución española para defender «la integridad territorial» (Art. 8). «Como vasco, y porque me da la gana, defiendo la autodeterminación, pero dudo si votaría por la autodeterminación», afirma Sádaba en la p. 54. La autodeterminación de un pueblo o de un individuo se puede defender siendo vasco o somalí, ambas cosas son accidentales; en cambio, oponerse a la ablación de clítoris es moralmente necesario sea uno vasco o somalí, y encontrar los mejores argumentos para defender una causa política es el deber del filósofo, jubilado o no. Como la expresión añadida «porque me da la gana» no puede revelar más que un hartazgo acumulado fruto de la incomprensión, el lector advertirá rápidamente que el planteamiento de Sádaba descansa en tres puntos (pp. 53-55): uno conceptual (la autodeterminación no es lo mismo que la independencia y mucho menos que el derecho a decidir, un latiguillo político-periodístico irritante); un segundo punto consistente en una crítica del artículo 2 de la CE «La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles»), y finalmente un reproche por la falta del coraje que exhibieron países como Canadá, Checoeslovaquia o Escocia. Sin tener que repetir al detalle lo que Sádaba ha propuesto en infinidad de publicaciones e intervenciones orales, es lamentable constatar que la Constitución española continúe reprimiendo la respiración de los ciudadanos con una férrea faja jurídica que solo permite escuchar la música de una zarzuela nacionalista interpretada en bucle por una orquesta militar.
El paso de los años, el final de viaje empuja a los seres humanos a un escepticismo existencial que apunta y toca el corazón de las convicciones, morales, políticas y religiosas. El «escepticismo apasionado» y «el agnosticismo religioso» van juntos y son los nutrientes del anarquismo profesado por Sádaba que da una mano a la acracia y la otra al espíritu libertario. Todo lo cual no está exento de tensiones a la hora de conciliar ese escepticismo con el dogma del abstencionismo electoral. La contradicción está servida: ¿cómo puede un anarquista adoptar un principio sin excepciones? Quien revisa un dogma, no se convierte en una persona moderada y quien se radicaliza con la edad no debería hacerse más inflexible. Es posible que lo que nos quiere decir Sádaba es que hay que encontrar los «mejores argumentos» a favor de la vida buena para todos antes de embarcarse en la nave de Caronte.