El contrato de prostitución conyugal: Catherine Robbe-Grillet

Nota editorial: Ofrecemos, en concepto de prepublicación, el capítulo inicial del libro de José Lázaro: El contrato de prostitución conyugal. Catherine Robbe-Grillet, que llega a las librerías el 18 de septiembre 2024.

El paratexto de su cuarta cubierta lo presenta de la siguiente manera: «Cuando Catherine llevaba un año casada con el novelista y cineasta de vanguardia Alain Robbe-Grillet (que ascendía hacia la celebridad), él le entregó la propuesta de un “Contrato de prostitución conyugal”. Ella no llegó a firmarlo, pero se convirtió en la sumisa de su marido. Hoy, a punto de cumplir 94 años, la actriz y fotógrafa Catherine Robbe-Grillet es la Dominatriz y Maestra de Ceremonias más célebre de Francia. Este libro relata y analiza su historia, a la vez que plantea un profundo enigma sobre la naturaleza humana: ¿cómo es posible que el dolor se transforme en placer, la humillación en excitación y la sumisión en satisfacción? ¿Es realmente el sadomasoquismo uno de los placeres más intensos que se pueden alcanzar? 

Con una estructura mixta entre el retrato biográfico y el ensayo narrativo, este análisis teórico se ilustra con un amplio catálogo de escenas sadomasoquistas tomadas de la literatura clásica, del cine y de los relatos clínicos. La presencia continua de esas escenas en la cultura actual contrasta con la pobreza de la investigación científica y la reflexión teórica sobre ellas. La hipótesis que aquí se plantea entiende el sadomasoquismo como una extraña metamorfosis de sensaciones y sentimientos que nos invita a profundizar en los aspectos más importantes y menos explorados del animal humano». 

 

Capítulo 1 

El contrato 

En el año 1958 Catherine Rstakian tenía 28 años y llevaba uno casada con el escritor y cineasta experimental Alain Robbe-Grillet, que ascendía rápidamente hacia la celebridad como máximo representante del movimiento vanguardista incipiente por entonces en la literatura francesa: le nouveau roman. A finales de septiembre su marido le entregó cinco páginas manuscritas, enrolladas y atadas con un fino cordón rojo. Era un contrato de prostitución conyugal: 

 

—El presente contrato se establece entre los abajo firmantes con objeto de precisar los derechos especiales del marido sobre su joven esposa, en sesiones particulares, pagadas en metálico, durante las cuales será sometida a malos tratos, humillaciones y torturas, superando los límites establecidos por la costumbre durante el primer año de matrimonio. 

  1. La duración de las sesiones particulares se limitará a dos horas, pero, a discreción del marido, podrá ser más breve. El día y la hora de cada sesión se fijarán de común acuerdo entre ambas partes. Una vez elegida la fecha, solo el marido puede anular la cita. También podrá exigir un mínimo de tres sesiones al mes. El día señalado, en el minuto exacto, la esposa se presentará a la cita, con el atuendo que se le haya prescrito; salvo orden en contrario, se arrodillará inmediatamente ante su marido, con los ojos bajos y las manos a la espalda, y permanecerá en esta postura a la espera de que se disponga de ella.
  1. Durante toda la sesión, la joven se comportará de forma discreta y mostrará una docilidad absoluta. No se sorprenderá por nada, no expresará ninguna opinión sobre lo que se le pida y obedecerá todas las órdenes inmediatamente. Solo hablará si su marido se lo ordena y, en ese caso, se limitará a lo que él le indique. Nunca deberá mostrar la menor iniciativa, sino solo prestarse, con exactitud e inteligencia, tanto a los menores detalles como a las exigencias más escandalosas. Las únicas expresiones personales que se le permiten son las de miedo, dolor y disgusto, siempre que, por supuesto, tales sentimientos se superen rápidamente. La menor vacilación acarreará, además, un severo castigo, dejado a la discreción del marido.
  1. Dado que la joven solo está allí para satisfacer los vicios de su marido —que, por tanto, la tratará con un rigor y una brutalidad constantes— no se planteará la cuestión del placer que ella misma pueda obtener en el proceso. Si es sometida a caricias, solo será porque a su marido le apetece el contacto de su carne y nunca con la intención de hacerla disfrutar. Por tanto, poco importa que lo haga o de deje de hacerlo; tampoco le está prohibido gozar. Pero la única participación que se le exige es de carácter intelectual; una comprensión inmediata de las diversas actitudes y gestos que se le impongan, y que deberá realizar con vistas a la mayor satisfacción del marido.
  1. Estas actitudes serán casi siempre humillantes. Pueden ir acompañadas de cadenas y ataduras de todo tipo, o bien destinadas a mantener su cuerpo en una posición precisa durante las caricias o torturas, o bien tan solo a materializar el estado de esclavitud en el que la joven se encontrará durante las sesiones. Del mismo modo, su sumisión podría hacerse aún más evidente con una venda en los ojos, o algún otro accesorio inventado según la conveniencia del beneficiario. Muchas posturas resultarán además incómodas, pero la joven deberá permanecer en ellas el tiempo que le plazca a su marido dejarla así: como el placer de la esposa no está en juego, el cansancio que sienta por ello no se tendrá en cuenta. Sin embargo, si el dolor es demasiado grande, podrá pedir clemencia a su Amo, que generalmente se la concederá.
  1. Los tormentos que se le apliquen podrán ser variados, o monótonos, si al marido le apetece; tampoco en este caso será la joven quien lo juzgue. Si se aburre, se impacienta o se cansa de un castigo, puede tranquilizarse recordando que el hombre a quien pertenece encuentra satisfacción en él, y que ese es el único propósito de la operación. En general, y sin prejuzgar otras invenciones, será abofeteada constantemente, mordida, etc. Su carne recibirá arañazos, preferiblemente en las zonas más sensibles; por último, será azotada, con un látigo de cuero comprado por ella a tal efecto, en cualquier parte del cuerpo, varias veces por sesión y durante el tiempo que su marido desee. Sin embargo, ningún latigazo, etc., podrá aplicarse con tanta fuerza que desgarre la piel o produzca hematomas evidentes; ninguna tortura podrá dejar marcas visibles al cabo de unas horas. Además, también en este caso, la víctima tendrá la opción de pedir un respiro cuando considere que no puede soportar más el tormento.
  1. A lo largo de estos entretenimientos, el marido concederá la mayor importancia a que su mujer permanezca constantemente ofrecida. Salvo indicación contraria, la menor presión de los dedos debe interpretarse como una invitación a abrirse más, o a entregar más convenientemente la zona que el marido desea ver, acariciar o vejar. En particular, los orificios naturales del cuerpo se presentarán siempre —en la medida en que las órdenes dadas lo permitan— de forma que se facilite al máximo cualquier penetración. Esta regla se respetará en todos los casos, incluso si una tortura intensa, en ese momento, corre el riesgo de desviar la atención de la joven de los deseos eróticos a los que al mismo tiempo debe prestarse. Igualmente, cuando se le pidan caricias con la mano o con la boca, deberá prestarles toda la atención necesaria, aunque la posición en que se la mantenga o la tortura a que se la someta le dificulte la aplicación de sus conocimientos amorosos.
  1. Una vez que el marido se haya cansado (o le interrumpa el límite de dos horas), despedirá a su mujer sin más. Ella deberá respetar hasta el final las normas del presente contrato de prostitución relativas a su compostura. Se arrodillará por última vez, con los muslos separados, las manos levantadas y los ojos muy abiertos, para mostrar su libre aceptación de todo lo que acaba de pasar. Permanecerá así alrededor de un minuto y saldrá de la habitación, después de haber recogido su ropa, sin decir una palabra. Si lo ha hecho todo de forma complaciente y aplicada, se abonará en su cuenta la suma acordada.
  1. Esta suma se fija en veinte mil francos franceses por sesión; pero, si la dureza del trato lo justifica, o si la fortuna del marido lo permite, podrán establecerse nuevas condiciones. Ese dinero pertenecerá a la esposa de pleno derecho: no responderá de su uso y podrá, en particular, emplearlo en placeres en los que su marido no tenga parte: viajes costosos, compras privadas de cualquier tipo, generosidad pródiga con terceros, etc. Excepcionalmente, y con el consentimiento mutuo de los abajo firmantes, podrán establecerse acuerdos especiales para otras sesiones más largas, atrevidas o crueles.

Neuilly, 22 de septiembre de 1958 

  

El currículo de una Domina 

Catherine no firmó el contrato. Sin embargo, la relación con su marido ya iba en esa dirección: Catherine había descubierto en el lecho conyugal que le gustaba el papel de sumisa y lo había contado dos años antes, bajo el pseudónimo Jean de Berg, en la novela La imagen.  

La segunda novela —del mismo género, pero mucho más explícita y basada de forma directa en sus experiencias personales como Dominatriz— la publicó Grasset en 1985 con el título Ceremonias de mujeres; el pseudónimo ahora se había feminizado: Jeanne de Berg. El contenido de ambos relatos es muy distinto, el primero refleja los años iniciales de Catherine como sumisa y el segundo su madurez, transformada en la Dominatriz más célebre del mundillo intelectual parisino.  

La otra serie de sus libros, ensayísticos y documentales, empezó en 2002 con un folleto firmado ya por Catherine Robbe Grillet y titulado Entretien avec Jeanne de Berg, en el que la autora juega con su doble personalidad para construir una autoentrevista sobre las ideas de su «Mrs. Hyde». 

La publicación de los textos y documentos autobiográficos, que constituyen el grueso de su obra, empezó de forma casi fortuita cuando tuvo que revolver papeles viejos buscando datos cronológicos para una exposición sobre Alain. Encontró unos antiguos diarios íntimos y se los enseñó a su marido, algo asustada por el contenido, que entre otras cosas hablaba claramente de la limitación sexual que él padecía. Para su sorpresa, Alain le ensalzó el valor de aquellos escritos y la animó a publicarlos, insistiéndole en que debía hacerlo antes de que él falleciese, para que no dijeran que lo había traicionado. El libro, Jeune mariée, Journal 1957-1962, apareció en 2004. Tres años después lo completó con un cuadernito más, Le petit carnet perdu: Récit, que también relata y comenta sus prácticas sadomasoquistas. 

Alain murió en 2008 y Catherine prosiguió con sus publicaciones: en 2012, firmada por ambos, apareció su Correspondance 1951-1990. Y en el mismo año ella publicó el libro de recuerdos biográficos sobre la personalidad de él y la larga relación amorosa entre ambos que incluye el texto íntegro del contrato: Alain. 

En 2018, Catherine volvió a contraer matrimonio, esta vez con Beverly Charpentier, la más fiel y amorosa de sus sumisas. 

La mayor parte del trabajo profesional de Catherine se había desarrollado en el cine y el teatro, como actriz pero también como fotógrafa o guionista. No es raro que accediera a protagonizar el documental La ceremonia, dirigido en 2014 por Lina Mannheimer, en el que se filmaron algunos de los rituales que realiza con grupos de amigas dominantes, sumisos y sumisas; también se entrevistó a varios de ellos. La película ofrece, en setenta minutos, un espléndido acercamiento, visual y verbal, al mundo de una mujer única en su género. Si es que pertenece a algún género. 

 

Sumisas y sumisos 

En la historia de Catherine Robbe-Grillet hay muchas cosas sustanciosas que comentar. La primera es la doble inversión que se produce en su trayectoria y que anula cualquier intento tópico de criticar el contrato por sexismo.  

En efecto, el texto que Alain Robbe-Grillet le propuso a su mujer, si se lee de forma aislada y superficial, parece tener todos los elementos necesarios para despertar la furia del feminismo: el varón como Amo absoluto que disfruta de someter, abofetear, humillar y maltratar a la mujer que ha caído en sus redes. Y sin embargo, en su contexto el contrato era una pieza más en el complejo mecanismo de una pareja singular que buscaba de forma lúdica y cómplice el placer mutuo representando escenas que incluían el dolor, la humillación y la dominación, cosa radicalmente distinta del sadismo patológico, en el que una parte disfruta dañando o torturando a otra. 

Ante la conducta de su marido, Catherine descubrió en la sumisión masoquista —envuelta en amor conyugal— un placer desconocido que la llevó a disfrutar con gran intensidad de su condición aparentemente indigna. Pero el siguiente paso rompió ya todos los esquemas: Catherine acabó dando un salto de la posición «sum» a la «Dom» y se convirtió en una Maestra de ceremonias sadomasoquistas en las que participaron, durante muchos años, hombres y mujeres. Especialmente, hombres sumisos y mujeres dominantes. 

* 

Hay en ese punto una cuestión esencial y otra infrecuente. La primera es la posibilidad de intercambiar los papeles de Dominante y de sumiso. Esa flexibilidad de los roles acentúa el carácter teatral y lúdico del sadomasoquismo, para indignación de muchos de sus practicantes, que consideran la propia condición dominante o sumisa como parte intocable de su identidad y se indignan al ver que otros juegan con ella. 

La cuestión infrecuente es la adopción por parte de Catherine del rol dominante vocacional. Siendo ella una mujer que inicialmente adopta, con muchas reticencias, el papel de sumisa por amor, acaba por convertirse en una Dominatriz de mujeres pero, sobre todo, de hombres. Y ese «sobre todo» es fundamental: en el mundo del sadomasoquismo es fácil observar que abundan mucho más los hombres que las mujeres, tanto en el rol dominante como en el sumiso. Y son excepcionales las mujeres auténticamente dominantes. 

La documentación sobre el tema es abrumadora y, al margen de las estadísticas, que son escasas y poco fiables, todos los datos señalan que la afición a los juegos basados en la erotización del poder se da con diferente frecuencia en hombres y en mujeres. La propia Catherine reflexiona sobre el tema en Le petit carnet perdu (2007: 14-33). A los sumisos que buscan en vano una Dominatriz ideal les recomienda: «Si no la encuentras, fabrícala. Establece primero una relación convencional, cuídala para que se desarrolle la confianza y luego ve transformándola poco a poco en una relación sadomasoquista». A diferencia de los Dominantes, que abundan, son escasas las Dominatrices que descubren solas esa vocación, mientras que en muchos hombres parece surgir de dentro, a veces de forma precoz y otras más tardía. «Las Dominatrices son raras en nuestro ambiente —escribe Catherine—, me refiero a mujeres que lo llevan en la sangre y encuentran espontáneamente el placer, al margen de cualquier otro interés, en el puro ejercicio de un poder sensual, sexual, sobre su(s) compañero(s), cómplices de una tarde o de una vida». Ya escribió Gilles Deleuze, en su prefacio a La venus de las pieles, que a pesar de la rápida evolución de mentalidades y costumbres, en nuestro tiempo sigue siendo difícil encontrar auténticas Dominatrices. Tras una mujer totalmente cubierta de cuero, con botas de altos tacones, adornos de cadenas y una fusta en la mano —sigue diciendo Catherine—, lo más probable es que se encuentre una profesional en busca de clientes, una enamorada cumpliendo los deseos de su pareja, un travesti, una exhibicionista o una simple curiosa explorando el mundo del morbo. El hábito no hace al Ama.  

Ella lo comprobó en múltiples ocasiones. Su amiga Frédérique puso un anuncio por palabras presentándose como una dama distinguida, no venal, severa, a veces dulce, en busca de un hombre libre dispuesto a obedecerla en todos los terrenos y a aceptar los correspondientes castigos y recompensas. Recibió doscientas treinta solicitudes. Cuando es un hombre el que solicita públicamente una mujer en esos términos, tendrá mucha suerte si recibe tres o cuatro, y deberá examinarlas con cuidado. Un joven que dirigió un anuncio de ese tipo a «un Dominante o una Dominatriz», recibió cuarenta y cuatro respuestas: cuarenta procedían de hombres, tres de parejas y la otra era precisamente de Frédérique. Cuando la propia Catherine publicó Ceremonias de mujeres, el relato de sus experiencias como Ama (firmado esta vez como Jeanne de Berg), recibió una oleada de cartas masculinas y solo siete femeninas, seis de las cuales contenían protestas insultantes. 

¿A qué se debe ese abismo, que no disminuye? Ella piensa que hay pocos datos fiables y queda mucho por hacer. Su impresión es que el SM es muy frecuente en las fantasías sexuales masculinas y escaso en las femeninas; e incluso en esas la mujer se ve a sí misma en el lugar sum mucho más que en el Dom.  

Catherine no se atreve a pronunciarse sobre el antiguo y vidrioso debate acerca del origen natural o cultural de esas diferencias. Constata que muchos sumisos solicitan los servicios de Dóminas profesionales a cambio de dinero [que en estos casos no se denomina «pago», «tarifa» ni siquiera «honorarios», sino «tributo»] pero nunca ha encontrado una sola mujer que le pagase a un hombre por una sesión de dominación. Las pocas que desean ser sometidas a prácticas sadomasoquistas tienen cientos de candidatos a su disposición. Y cuando se habla tranquilamente con ellas se descubre casi siempre una historia paralela a la de la propia Catherine: el hombre del que estaban enamoradas las convenció, no sin resistencia, para probar esas prácticas que ellas al principio rechazaban. Si la cosa fue bien, pronto empezaron a disfrutarlas, sorprendiéndose de sus propias sensaciones. Y muchas veces, acabada aquella relación iniciática, los nuevos gustos persistían y, entonces sí, ellas se pusieron a buscar activamente hombres dominantes. Y a veces descubrieron que tampoco son tantos los que dominan realmente el arte de transformar el dolor en placer, la humillación en excitación y la sumisión en satisfacción. No abundan los artistas del SM. Resume Catherine: «La mayor parte de las mujeres llegan a las prácticas sadomasoquistas llevadas por una relación sentimental. Pasión, gran amor o amistad afectuosa, ellas necesitan un nido afectivo en el que encuentran el móvil y la justificación». 

La clave está en la intensidad emocional de las parejas sadomasoquistas y la complejidad sutil con que obtiene su placer cada una de las dos partes en la estructura Dom-sum. Como en cualquier relación sentimental (aunque parece que con más fuerza) en ambos miembros de la pareja entran en juego sentimientos de egoísmo y generosidad, de oferta y demanda, de entrega y recepción. Al final, el que acaba estando al servicio del otro, sea desde la posición dominante o desde la sumisa, es el que está más enamorado, igual que en cualquier otro tipo de pareja. (CRG, 2007: 14-33). 

 

El documental La ceremonia, realizado cuando Catherine tenía 84 años, se abre con el testimonio de uno de sus sumisos, un hombre de aspecto normal y unos cuarenta años llamado Christian que cuenta:  

 

—Al principio yo le escribía muchas cartas. Luego la fui a ver y ella me aceptó. Lo que yo quería era pertenecerle, pertenecerle por completo. Quería llevar sus iniciales en mi piel. Saber con certeza que realmente le pertenecía. Eso era muy importante para mí, pensaba mucho en ella, quería verla continuamente. Pero solo nos veíamos cuando a ella le apetecía. 

 

Interrogado sobre la forma en que se pertenece a alguien, él contesta de entrada que no sabría responder, excepto «que es algo que nos concierne a mí y a Jeanne de Berg. Para mí pertenecerle significa pensar en ella todo el tiempo». 

Y es el mismo Christian el que explica en La ceremonia el origen de sus deseos masoquistas; el relato es totalmente arquetípico del que se encuentra una y otra vez cuando se permite hablar a auténticos sumisos (y con menor frecuencia, a sumisas) de los que no descubrieron este tipo de juegos inducidos por algún amante en cierto momento de sus vidas, sino que lo sintieron nacer en su interior desde la más «tierna» infancia: 

 

—El deseo empezó muy pronto, cuando yo era un niño pequeño ya deseaba ser castigado, golpeado por mujeres. Era muy joven y pensaba que era un monstruo, no podía hablar de ello con nadie, era mi mayor secreto. No sabía qué hacer. Me parecía algo anormal, algo monstruoso. Pero luego, cuando ingresé al colegio descubrí que no era el único que tenía esos gustos tan particulares, incluso que eran bastante frecuentes. Recuerdo que un profesor nos dio a leer las Confesiones de Jean-Jacques Rousseau. Cuando llegué a casa y empecé a hacerlo me quedé boquiabierto. En un momento dado Rousseau dice… No recuerdo la frase exacta, pero básicamente expresa el placer que había sentido de niño cuando se encontró en el regazo de Mademoiselle Lambercier mientras lo castigaba; pero también habla de la confusión que sintió por ello. Fue muy raro, me sentí extrañamente aliviado. Me dije: «no estoy solo, esto también les pasa a otros». Fue reconfortante. (CRG, 2014a: 13-15). 

  

Una hedonista radical 

Entre las cualidades que no se le pueden discutir a Catherine Robbe-Grillet está la valentía. Desde la publicación de La imagen en 1956 se ha enfrentado abiertamente a todas las fuerzas de la moral tradicional. Ha desafiado múltiples prohibiciones y se ha saltado innumerables tabús. Aparte de «sadomasquismo», no son muchas las etiquetas capaces de abarcar su exuberante personalidad. Quizá una de las mejores sería «hedonismo libertario», si al adjetivo le quitamos cualquier connotación política y lo entendemos como la forma suprema de libertad. Ella, si le preguntan directamente, se queda con la de «Maestra de ceremonias». 

Cuando pasaba de los ochenta años, se encontró con un nuevo, poderoso y amenazante enemigo: el neopuritanismo políticamente correcto. Aunque disfrazado de oposición a la vieja moralina cristianoide, el movimiento woke ha heredado todo su afán inquisitorial y su furiosa obsesión por imponer el viejo ascetismo, mal envuelto en una nueva retórica postmoderna.  

CRG fue una de las cien intelectuales francesas que firmaron en Le Monde un sonado manifiesto en el que reconocían la necesidad de poner coto al acoso sexual en el ámbito laboral, pero denunciaban el nuevo totalitarismo construido sobre el caso Weinstein; rechazaban la tendencia a «proteger» a las mujeres convirtiéndolas en víctimas permanentes y denunciaban el uso de las redes sociales para organizar «campañas de delación y acusaciones públicas contra individuos a lo que no se les da ocasión de responder o defenderse». «La violación es un crimen. Pero el coqueteo insistente o torpe no es un delito, ni la galantería es una agresión machista». «Defendemos la libertad de importunar, indispensable para la libertad sexual». «Como mujeres, no nos reconocemos en este feminismo que, tras denunciar el abuso de poder, toma el rostro del odio a los hombres y a la sexualidad». A las pocas horas de publicarse el manifiesto, la polémica internacional era ya furibunda y tardó tiempo en calmarse. 

En el año 2019 Catherine grabó un espléndido monólogo de 22 minutos en el que volvió a hablar sin pelos en la lengua, superándose una vez más a sí misma: 

 

—Es cierto que mi marido era Dominante y yo su sumisa. Y que después me he transformado en Dominatriz y tengo mis propios sumisos. En realidad, Alain era Dominante en nuestros juegos sexuales, pero jamás lo fue en la vida cotidiana ni en la vida social. Más bien al contrario, yo siempre he hecho lo que he querido y él siempre fue de lo más respetuoso con mis deseos. Nuestros encuentros sexuales eran como una especie de burbuja en la que nos encerrábamos unas horas; pero después, en la vida corriente, yo no tenía nada de sumisa, eso quedaba para los juegos eróticos. 

Pienso que después del 68 la sociedad se hizo mucho más tolerante. En los años 80 había clubs en los que se practicaba el sadomasoquismo, no estaban prohibidos en absoluto. Se excluía, por supuesto, a los menores, pero entre Dominantes y sumisos adultos que consentían no había ningún problema. Y lo mismo pasaba en los años 90, que en este aspecto fueron muy vivos, efervescentes, podías ir cada semana a un club diferente. Yo viví esa permisividad en Estados Unidos, hacía viajes frecuentes a Nueva York en los ochenta. Y lo mismo ocurría en París, donde abundaban las veladas de sadomasoquismo. 

Después Giuliani se dedicó a restaurar el orden moral en Nueva York y, tras el derrumbe de las Torres Gemelas, que no tenía ninguna relación con el sexo, hubo una reacción y la mayor parte de los clubs cerraron. Uno de los últimos se llamaba Paddle. En Francia, algo después del año 2000, había todavía un ambiente muy vivo; pero yo vi venir lo mismo que había ocurrido en Estados Unidos y, efectivamente, las actividades sociales sadomasoquistas fueron decayendo aquí desde entonces. 

Lo que ahora piden las feministas yo lo he estado viviendo a diario desde hace mucho tiempo. Personalmente no tengo que librar ningún combate por la liberación sexual, no tengo que liberarme porque ya hace mucho tiempo que soy libre. 

Las fantasías de sumisión-dominación son muy masculinas, digamos que el 90% de ellas se dan en hombres; pero todavía queda un diez por ciento de mujeres a las que les interesan, y me parece que cada vez son más. En los últimos tiempos las mujeres están asumiendo nuevas libertades, entre ellas precisamente la de aceptar el hecho de que desean disfrutar como sumisas, igual que hacen los hombres. 

Ahora no está bien visto decir que los hombres y las mujeres no son iguales, que no buscan lo mismo. Aunque sean iguales en todos los otros campos, en la vida laboral y en lo demás. Pero hay algo que se resiste. Yo le llamo el «núcleo intocable»: las mujeres no buscan realmente lo mismo que los hombres en una relación sexual. Y está mal visto decirlo, porque si afirmas que las mujeres y los hombres no tienen las mismas exigencias te dirán inmediatamente que eres una reaccionaria. Pero yo creo que, en este aspecto, por una parte es cierto que los hombres tienen necesidades más tenaces, y por otra que las mujeres suelen buscar relaciones más afectivas que los hombres. 

Estoy pensando en una experiencia reciente. Una amiga —muy guapa— quiso organizar algo que es poco habitual, pero muy divertido: vivir una semana en un castillo aislada con un harén de hombres. Seleccionó uno para cada día de la semana y les distribuyó papeles diferentes. Para prepararlo hubo veladas con un jurado de mujeres, éramos cinco o seis, no más. Y los candidatos se sometían a pequeñas pruebas, lo llamábamos «espectáculos de harén». Y después nosotras íbamos a cenar y deliberábamos juntas, lo pasamos muy bien. 

Pero en la fase de preparación ella se enamoró de uno de los hombres que había seleccionado para la experiencia y eso le hizo perder las ganas de realizarla. El chico en cuestión le dijo que él también se estaba enamorando y no soportaba la idea de compartirla con otros seis hombres durante una semana en el castillo en que pensaban encerrarse. Así que ella renunció al proyecto. 

Vuelvo a la idea del papel que tiene la naturaleza: en realidad los hombres y las mujeres no son iguales y las necesidades de ellos son más fuertes que las de ellas, de eso estoy segura. 

Otro ejemplo: tengo una amiga que es completamente libre, pero que está un poco torturada precisamente por el tema del género. No sé exactamente cuál es su plan, si es que ha decidido convertirse en hombre; pero el hecho es que ha empezado a tomar testosterona. Su voz se está volviendo cada vez más grave. Cuando la oyes hablar por teléfono piensas: «¿Quién es, un hombre?». Le ha empezado a crecer vello en las mejillas.  

Bueno, pues me ha dicho que su libido ha aumentado considerablemente. En otras palabras, la necesidad sexual estaba ligada a la testosterona. Pero eso no se puede decir en los círculos bienpensantes, no se acepta que los hombres tengan más necesidades que las mujeres. Hay que echarle toda la culpa a la falocracia. 

Me parece una locura. Volviendo al tema de la sumisión, dicen que si a las mujeres les gusta ser sumisas es por la falocracia, por los siglos de sometimiento y demás. Pero la realidad es que hay muchos más hombres que mujeres pidiendo ser sumisos, muchos más. Por eso no podemos admitir que la causa sea la falocracia, no se sostiene.  

El hecho de que haya mujeres que quieren disfrutar de la sumisión se interpreta, una vez más, como algo originado por lo social. Pero yo lo atribuyo a la naturaleza de lo sexual. Y estoy rodeada de mujeres que viven su libertad completamente. 

 

Los idiotas de género 

Tras las valientes y casi escandalosas palabras de Catherine hay un hecho que es importante defender: la conducta humana responde a una compleja articulación de factores entre los que se pueden distinguir tres tipos de diferente origen: los biológicos o naturales, los psicológicos o personales y los sociales o culturales (Engel, 1977; 1980). Es difícil distinguir en cada acto concreto el papel que tienen unos u otros, pues desde su raíz misma están fundidos para dar lugar a una acción unitaria. Es imposible medir el peso de cada uno de los tres, pero es obvio (aunque los sectarios lo nieguen) que todos intervienen decisivamente en nuestra conducta. De hecho, se podría definir «acción humana» como aquella que está esencialmente formada por una inseparable articulación de factores biológicos, personales y sociales. Cuando se intenta ignorar esta triple dimensión de todo ser humano —cosa muy frecuente entre los ideólogos—, se cae en un reduccionismo que da lugar a tres tipos de «idiotas de género»:  

 

—El idiota del género bio es el que sostiene que toda conducta humana tiene una causa puramente genética (o fisiológica, bioquímica, etc.). 

—El idiota del género psico sostiene, en cambio, que nuestras opiniones y actos se deben en exclusiva (lo importante siempre es la exclusiva) a olvidados mecanismos psicológicos (para los freudianos, inconscientes y de origen infantil). 

—El idiota del género social es el que atribuye la causa única de la personalidad y las acciones humanas a la influencia educacional, social y cultural de la supuesta tabla rasa que seríamos al nacer. (Lázaro, 2023a). 

 

Estas tres posiciones se aplican con gran frecuencia a la interpretación de la conducta humana en los discursos, casi siempre ideologizados, que saturan los medios de comunicación. Pero también, desgraciadamente, en las discusiones académicas. Las perspectivas unilaterales son muy frecuentes porque las multilaterales son complejas y el adoctrinamiento ideológico requiere consignas simples. Pero también lo son porque abarcar a la vez los aspectos biológicos, sociales y personales de un fenómeno humano —radicalmente fusionados entre sí— implica superar la estricta profesionalidad (que siempre se encuadra en uno de esos tres campos, pues no hay ninguna carrera universitaria o profesión que los abarque de forma satisfactoria a los tres) y por tanto situarse en una peligrosa tierra de nadie, que pretende a la vez ser «tierra de todos» y en la cual lo menos malo que te puede pasar es que te llamen «diletante».  

Cuando dos científicos como Leknes y Tracey publican en Nature un artículo titulado «A common neurobiology for pain and pleasure», no necesitan (ni deben) desarrollar los aspectos psicológicos, culturales o históricos del tema, pero tampoco niegan en absoluto su existencia. Incluyen un párrafo en que, tras citar a Platón, hacen una breve excursión por aspectos culturales y pedagógicos del dilema dolor-placer, pero lo hacen con prudencia, sin irrumpir en terrenos ajenos y sin negar tampoco su importancia. Y lo mismo ocurre cuando dan un paso más y se atreven a titular un cuadro «Aristotle’s “Golden Mean” and phasic dopamine signallin». Y concluyen su texto subrayando la importancia del sentido que se da a los estímulos sensoriales: «El sentido abre vías alternativas hacia el bienestar. La consideración de este factor podría ayudar a explicar los frecuentes comportamientos humanos paradójicos, repugnantes, o arriesgados para la vida, que se consideran “placenteros”. Incluso el sufrimiento puede ser gratificante si tiene sentido para quien lo padece». La perspectiva de la neurobiología molecular no tiene por qué provocar ceguera para la compleja semántica del comportamiento humano. 

Cuando la socióloga Eva Illouz sostiene que el placer obtenido en la lectura de Cincuenta sombras de Grey refleja la estructura sociológica en la que se relacionan los hombres y mujeres de la sociedad actual, puede resultar más o menos convincente, pero en cualquier caso está dejando de lado todo lo que la pareja protagonista de ese folletín tiene en común con otras muchas parejas de las más diversas sociedades y épocas históricas. Que también es mucho. (Illouz, 2014). 

Cuando la profesora Lydia Delicado-Moratalla escribe «El sadomasoquismo a debate: aproximación al estado de la cuestión en las ciencias sociales y objeciones feministas a los principales argumentos de su discurso», tiene la honradez de adoptar —y defender— un planteamiento muy concreto: limita su mirada a las ciencias sociales y adopta abiertamente una perspectiva feminista. Si tropieza con hechos como la existencia de mujeres dominantes y la gran cantidad de varones con vocación sumisa, los despacha con un argumento «de género»: «Independientemente de si la dominación o la subordinación son ejercidas por una mujer o un varón, lo que sobresale es una internalización de la sexualidad patriarcal, completamente estructurada sobre la lógica de individuos que sostienen una relación asimétrica y violenta como sujetos/objetos o amos/esclavos». Su conclusión no era difícil de adivinar desde el principio: «El SM está Ojal de un elogio a la violencia y a la dominación masculina y reproduce los estratos políticos de lo masculino y de lo femenino en la sexualidad». Quod erat demostrandum.     

Por eso es tan importante apoyar planteamientos como los de Neef y sus colaboradores (2019), que ya desde el título de su trabajo dejan clara la perspectiva que adoptan: «Bondage-Discipline, Dominance-Submission and Sadomasochism (BDSM). From an Integrative Biopsychosocial Perspective: A Systematic Review». Tras constatar el crecimiento exponencial de publicaciones académicas sobre el tema en los últimos años, revisan un centenar de artículos, todos de investigación original, excluyendo los que no aportan hallazgos propios y los ensayos de opinión. Tras una abrumadora compilación de datos epidemiológicos, cuantitativos y estadísticos, concluyen que en el sadomasoquismo pueden encontrarse los tres tipos de factores citados: Biológicos: identidad de género (los autores la incluyen en este apartado), niveles de hormonas sexuales, constitución neurológica de los sistemas cerebrales de dolor y recompensa, niveles de estrés… Psicológicos: experiencias infantiles traumáticas; rasgos de personalidad (como la timidez o la extraversión); presencia de algún trastorno de personalidad; búsqueda caracterial de sensaciones; impulsividad; estilos de apego… Sociales: modelo de pareja parental; estilo de crianza; ambiente liberal o autoritario; nivel educativo (hay un llamativo porcentaje de titulados superiores entre los practicantes habituales)…  

Consideran también la existencia de «factores moduladores», como el tipo de pareja elegido, la accesibilidad de materiales y ambientes sadomasoquistas, etc. 

Sobre las tasas de prevalencia del SM encuentran, como de costumbre, datos desconcertantes, que la sitúan entre el 1% y el 70% de la población general, un margen tan amplio que cuestiona seriamente la validez de esos estudios. Esto se debe, entre otras razones, a la gran diferencia de criterios al elegir las muestras de estudio, al concretar si se pregunta por fantasías o por prácticas reales (y por cuales) e incluso al definir el fenómeno que se está estudiando. Las estimaciones mayoritarias, que se mueven entre el 10 y el 15% de la población general, parecen las más razonables.  

También varían las cifras disponibles sobre la relación numérica entre practicantes que lo consideran una forma de ocio (o una variante de juego sexual) y los que lo ven como un rasgo esencial de su propia identidad. El porcentaje de homosexuales suele ser muy superior al que aparece en la población general. Se constata repetidamente la mayor tendencia de los hombres al rol dominante y de las mujeres al sumiso, con una fuerte mayoría, en cualquier caso, de los primeros sobre las segundas en todos los roles. Los switch (que alternan el papel de Dom y sum) no suelen superar un tercio del total. 

Estos cuatro botones de muestra son solo ejemplos de los dos o tres centenares de escritos que debería revisar el que quiera estudiar actualmente el fenómeno sadomasoquista con un enfoque más académico y menos ensayístico que el aquí adoptado. 

 

Elogio de las citas 

Dice Borges que la lengua es un sistema de citas. Cada vez que desarrollamos un argumento articulamos, sin darnos cuenta, infinidad de datos, frases e ideas que a lo largo de los años hemos ido acumulando, conservando, retocando, combinando y reorganizando en la memoria de forma poco consciente. Cada vez que tomamos la palabra ponemos en marcha una montaña de ideas que en el pasado leímos o escuchamos, de imágenes que vimos, de escenas que protagonizamos. Nuestra concepción del mundo la articulamos con el mecanismo proustiano de revolver una y otra vez el gigantesco caldero de nuestros recuerdos y olvidos, aunque lo hagamos sin la menor consciencia de las dimensiones que tiene y sin confesarnos a nosotros mismos que la originalidad consiste en el arte de recombinar con brillantez los restos que han dejado las infinitas cosas que, desde que ascendimos al lenguaje, entraron en nuestra mente a través de la vista y del oído, sazonadas muchas veces con las especias que aporta el resto de los sentidos. 

Citar un párrafo es reconocer de forma explícita una parte infinitesimal de la deuda que tenemos con los innumerables textos que antes hemos leído u oído.  

En este libro se pone sobre la mesa una cantidad de citas mucho mayor de lo habitual; es tan solo un pequeño ejercicio de transparencia. Es, como todos, un libro dialogado, pero lo es abiertamente. Y las citas tienen tanta importancia que ya no se reducen a un cuerpo menor de letra, sino que se presentan pero formalmente idénticas a las palabras del dialogo que se establece con ellas. Es una forma de reconocimiento a los autores citados y es, a la vez, una elección de estilo. 

 

Autor

  • José Lázaro

    José Lázaro (La Coruña, 1956) es escritor y profesor de Humanidades Médicas en el Departamento de Psiquiatría de la Universidad Autónoma de Madrid. Director de «Hedónica. Revista de Libros» (https://www.hedonica.es/). Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias por el libro «Vidas y muertes de Luis Martín-Santos» (Tusquets, 2009). Autor de «La violencia de los fanáticos. Un ensayo de novela» (2013) y «Vías paralelas: Vargas Llosa y Savater. Un ensayo dialogado» (2020). Coautor, tras Cecilio de Oriol, de «El alma de las mujeres» (2017). Compilador y editor, entre otros, de «Encuentros con ¿Agustín García Calvo?» (2013) y «Diálogos con Ferlosio» (2019). En la actualidad trabaja sobre la medicina del placer, los géneros de la violencia, el enigma del masoquismo y otros temas englobados bajo el título general «Homo hedonicus: el orgullo y el deseo». (https://joselazaro.eu/).

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