Para retejar la izquierda 

Guillermo del Valle, La izquierda traicionadaRazones contra la resignación. Prólogo de Juan Francisco Martín Seco. Epílogo de Félix Ovejero, Barcelona, Península, 2023, 285 pp. PVP 18,90€ 

 

Isobaras cargadas en el horizonte 

El crecimiento de la ultraderecha en Portugal, tras el éxito de sus homólogos en Holanda o en Argentina, es un anticipo de lo que pueden deparar las elecciones europeas en junio y las americanas en noviembre de este año 2024. Resulta llamativo que quienes asaltaron el Capitolio y hoy amplían su representación en los parlamentos no sean precisamente aquellos que hace una década prometieron asaltar los cielos y ocupar Wall Street, sino quienes se ubican en sus antípodas ideológicas. Simon Jenkins invita, en el nada sospechoso de derechismo The Guardian, a ponerse en el pellejo de los votantes de Trump ─como, por cierto, en el de tantos vecinos de los viejos cinturones rojos europeos desde el Alentejo a Reims, por evocar el título de Didier Eribon─, muchos de ellos ubicados en la clase media-baja, para entender por qué las encuestas le dan como ganador en la próxima lid; una recomendación generalizable a este lado del Atlántico.  

Cabría invocar una tríada de acontecimientos recientes que tienen como protagonistas a actores de la izquierda para entender parcialmente ese paisaje. El primero ha tenido lugar en Francia a principios de marzo. La filósofa representante de la izquierda radical y judía ─sería irrelevante este rasgo en otro contexto─ Judith Butler, pionera de la teoría del género y referencia de los estudios poscoloniales, calificó en una mesa redonda los ataques de Hamás del 7 de octubre como “un acto de resistencia armada”. Esta declaración llevó a desempolvar otra anterior en la que calificaba a Hamás y Hezbolá como “movimientos sociales progresistas, de izquierda y parte de una izquierda global”. Los medios de la derecha radical han aprovechado el caso para atacar a la “papisa woke”; pero, además de las críticas feministas por no haber denunciado las atrocidades cometidas contra las mujeres por el grupo palestino, hace tiempo que desde la izquierda antiautoritaria se han venido señalando los derrapes esencialistas de esta figura que colocan el fulcro del análisis social no en los factores materiales y objetivos sino en los culturales y construidos, vale decir, en el marco narrativo del relativismo postmoderno; lo que, por otra parte y atendiendo a esta situación, tampoco permitiría desautorizar los crímenes de guerra de Netanyahu, pues podrían ser defendidos desde una lógica constructivista autovalidante paralela. 

 

Efugios retóricos 

Judit Butler expresa paradigmáticamente uno de los traspiés de la izquierda, que algo pesan en ese reordenamiento del espacio político y que son fácilmente reconocibles en el mapa ideológico español. Es el traspiés identitario. La mirada cercana servirá para identificar otros. El caso Ábalos, por recalar en esa actualidad que pronto habrá sido enterrada por otras de parecido jaez, es mucho más que una anécdota y se antoja sintomático, al menos por afinidad, de esa querencia de ciertas franjas socialdemócratas por el dinero, al menos desde la declaración sonora del ministro Carlos Solchaga. La corrupción, la tolerancia respecto a prácticas de abuso de posición dominante, tráfico de influencias o puertas giratorias se inscriben en el patrón del segundo traspiés. Es significativo que algunos de los críticos del primero vivan con placidez su nómina suculenta en consejos de administración. Mientras, en otro giro, se justifica la condescendencia con un argumento campista: en las declaraciones del exministro y exsecretario de organización socialista cuando los medios desvelaron los manejos de Koldo García, la palabra más socorrida fue la “derecha”, “no voy a tomar ninguna decisión para favorecer a la derecha”, “para que la derecha se cobre una pieza”, etc. El campismo, en el sentido inglés establecido durante la guerra fría de justificar la propia posición en la perversidad del campo contrario, externaliza la responsabilidad y da paso el tercer traspié de la izquierda, el autoritario. El presidente Pedro Sánchez ha gritado sus argumentos para esta extraña ley de amnistía ad hoc y ad hominem, cuyo principal cometido es puramente transaccional: asentar su mayoría de gobierno. El excurso campista se reconoce en la desautorización de las críticas como “fachosfera”. Evitar un gobierno de la derecha no puede ser un programa político y a fuer de insistir en ello con tales mañas, el público puede preferir al enemigo funcional del campismo. El argumento autoritario se disfraza demagógicamente de virtud, supuestamente destilada por la necesidad; una finta del maquiavelismo de manual. 

 

La cuestión moral 

Y esto lleva al punto nodal en esta deriva, que no es solo de la izquierda pero que es desde luego de la izquierda, la evasión de lo que cabe llamar, con las palabras del libro clásico del dirigente del PCI Enrico Berlinguer, la cuestión moral. Allí leemos (Berlinguer, 2020):  

Los partidos de hoy son sobre todo máquinas de poder y clientelismo: poco o mistificado conocimiento de la vida y los problemas de la sociedad y del pueblo, pocas o vagas ideas, ideales, programas, sentimientos; y pasión civil, cero. Gestionan intereses, los más diversos, los más contradictorios, a veces incluso turbios, en cualquier caso sin relación alguna con las necesidades y exigencias humanas emergentes, o distorsionándolas, sin perseguir el bien común. Su propia estructura organizativa se ha ajustado ahora a este modelo, y ya no son organizadores del pueblo, formaciones que promueven su madurez civil y su iniciativa. 

La necesaria confrontación con políticas que suponen una enmienda al horizonte normativo de los derechos humanos, como las que representan hoy en España y en Europa las extremas derechas, no puede valerse de comportamientos deplorables, como la mentira sistemática, la falta de transparencia y rendición de cuentas a la ciudadanía, o la vulneración de principios como la separación de poderes o el respeto escrupuloso a los procedimientos democráticos. El componente autoritario se refleja igualmente en un estilo de liderazgo que desdibuja el pluralismo y enrola al partido en la dirección de su propio provecho creando sucursales autonómicas a su imagen y semejanza, con lo que se multiplica el daño institucional.  

 

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