Yo soy feminista 

Nota editorial: El 18 de septiembre de 2024 llega a las librerías españolas el libro de Alice Schwarzer Conversaciones con Simone de Beauvoir (Editorial Triacastela), con el que se inaugura la colección «Libros incorrectos», concebida como «una biblioteca de librepensadores, heterodoxos, proscritos, libertinos, herejes, perversos, disidentes, hedonistas y otras gentes de mal vivir». 

Según sus editores, «la elección de Simone de Beauvoir para inaugurar una colección de “Libros incorrectos” se explica porque quien hoy es ejemplo de corrección política era hace sesenta años la intelectual más heterodoxa e intempestiva de la época. El triunfo póstumo de una rebelde en un mundo cuya ortodoxia se va acercando a lo que ella había defendido, contra viento y marea, en su momento. 

 »Este libro extraordinario ofrece una impecable síntesis de la vida e ideas de Beauvoir en sus propias palabras y en un ágil formato dialogado. La relación entre teoría y práctica o entre ética y conducta; los avatares del feminismo en los años setenta del siglo veinte; su experiencia personal y la relación con Sartre; la revisión de su trayectoria en los años de la vejez… 

 »Entre 1972 y 1982, la periodista y feminista alemana Alice Schwarzer dialogó repetidamente con Simone de Beauvoir, con quien mantuvo amistad hasta su muerte. El resultado fue esta obra excepcional, inédita en español, que hoy nos ofrece de forma breve, directa y coloquial la mejor introducción a su pensamiento teórico y al relato de su vida cotidiana». 

Hedónica. Revista de libros inaugura también la sección denominada «Autopresentación» con la primera de las entrevistas recogidas en el libro: «Yo soy feminista» (1972). Su importancia histórica se debe, entre otras razones, a que en ella Beauvoir hizo por primera vez la afirmación que le da título. Desde El segundo sexo (1949) hasta entonces había rechazado la militancia feminista, que consideraba negativa por suponer una disgregación de la lucha de clases; ella pensaba que la opresión de la mujer, como tantas otras, quedaría definitivamente superada con el inevitable triunfo de la revolución comunista. 

  

YO SOY FEMINISTA 

  

Alice Schwarzer: Desde que apareció El segundo sexo, su análisis sobre la situación de las mujeres sigue siendo el más radical. Nadie ha llegado tan lejos, y se puede decir que usted ha inspirado los nuevos movimientos feministas. Pero hubo que esperar veintitrés años para que se implicara personalmente en la lucha concreta y colectiva. Por ejemplo, el pasado noviembre usted participó en la marcha internacional de mujeres en París. ¿Por qué?  

Simone de Beauvoir: Porque creo que, en los últimos veinte años, la situación de las mujeres en Francia no ha cambiado realmente. Se han logrado algunas cosas pequeñas en aspectos legales del matrimonio y el divorcio. Los métodos anticonceptivos se han generalizado, pero no lo suficiente, ya que sólo el 7% de las francesas utilizan la píldora. En el mundo del trabajo, tampoco se ha obtenido ninguna ventaja importante. Quizá estén trabajando algunas mujeres más que antes, pero no muchas. 

En cualquier caso, siguen limitadas a posiciones de escasa importancia. Son secretarias, no directoras de empresa, enfermeras más a menudo que médicas. Las carreras más interesantes prácticamente les están vedadas y su carrera profesional está obstaculizada. Todas estas consideraciones me hicieron reflexionar. Pensé que si las mujeres querían cambiar la situación, debían tomar el control. Por otra parte, los grupos de mujeres que existían en Francia antes del Movimiento de Liberación de la Mujer (MLF), creado en 1970, eran reformistas y legalistas. Yo no sentía ningún deseo de unirme a ellos. Pero el nuevo feminismo es más radical. Retoma las consignas de 1968: cambiar la vida hoy. No apuestes por el futuro, actúa sin esperar. 

Cuando las mujeres del MLF se pusieron en contacto conmigo, sentí el deseo de luchar junto a ellas. Me pidieron que trabajara en un manifiesto sobre el aborto, declarando que tanto yo como otras mujeres habíamos abortado. Me pareció que era algo bueno, para llamar la atención sobre un problema que, tal como se plantea hoy en Francia, es uno de los más escandalosos: el problema del aborto. Por todo ello fue muy natural para mí, en noviembre de 1971, salir a la calle y marchar con las activistas del MLF asumiendo sus consignas: aborto y anticoncepción libres y gratuitos, maternidad voluntaria. 

  

AS: Usted habla de la situación en Francia. Pero también ha visitado algunos países socialistas. ¿Ha cambiado fundamentalmente la situación de las mujeres allí? 

SB: Es un poco diferente. Por ejemplo, vi la situación de las mujeres en la URSS muy de cerca. Casi todas las mujeres soviéticas trabajan, y las que no lo hacen (las esposas de algunos altos funcionarios o de personas muy importantes) son despreciadas por las demás. Las mujeres soviéticas están muy orgullosas de trabajar. Tienen responsabilidades políticas y sociales bastante considerables y sentido de la responsabilidad. Sin embargo, si consideramos el número de mujeres que forma parte del comité central o de las asambleas, que tienen poder real, es muy pequeño comparado con el de los hombres. La mayoría de ellas se dedican a las profesiones menos agradables y menos valoradas. En la URSS, casi todos los médicos son mujeres. Esto se debe a que la profesión médica —al ser la medicina gratuita— es extremadamente dura, agotadora y mal pagada por el Estado. 

Las mujeres están limitadas a la medicina y la enseñanza; otras carreras más valoradas, como la ciencia, la ingeniería, etc., son mucho menos accesibles para ellas. Por un lado, no son profesionalmente iguales a los hombres. Por otra parte, en todas partes se produce el mismo escándalo contra el que luchan las mujeres del Movimiento de Liberación: las tareas domésticas y el cuidado de los niños son responsabilidad exclusiva de las mujeres. 

Esto se ve muy bien, por ejemplo, en el libro de Solzhenitsyn, El pabellón del cáncer. Aparece una doctora que ejerce la jefatura, es una gran figura de la ciencia médica. Cuando deja a sus pacientes después de un día agotador en el hospital, corre a preparar la cena para su marido e hijos, y a lavar los platos. También es la que hace cola durante horas en las tiendas. De modo que, a todas sus pesadas cargas profesionales, muy pesadas, se añaden las tareas domésticas, exactamente igual que en los demás países. Y quizás incluso peor que en Francia, donde una mujer de esa situación tendría servicio doméstico. 

Es una situación que, en un sentido, es mejor que la de las mujeres en los países capitalistas, pero que es más difícil. Lo que podemos concluir es que en la URSS no se ha conseguido en absoluto la igualdad entre hombres y mujeres. 

 

AS: ¿Cuáles son las razones? 

SB: Bueno, en primer lugar, los países socialistas no lo son realmente: en ninguna parte se ha logrado un socialismo que cambie al ser humano como soñaba Marx. Se han cambiado las relaciones de producción, pero cada vez se ve más claro que cambiar las relaciones de producción no es suficiente para cambiar realmente la sociedad, para cambiar al hombre. Y por tanto, a pesar de este sistema económico diferente, los roles tradicionales de hombres y mujeres se mantienen. Esto está relacionado con el hecho de que, en nuestras sociedades, los hombres han interiorizado profundamente la idea de que son superiores, en forma de lo que yo llamaría un complejo de superioridad. Y no están dispuestos a renunciar a ella. Ellos necesitan ver a las mujeres como inferiores para aumentar su propio valor. 

Ellas mismas están tan acostumbradas a creerse inferiores que son pocas las que luchan por la igualdad. 

 

AS: Hay muchos malentendidos sobre el concepto de feminismo. Me gustaría que me diera su definición. 

SB: Al final de El segundo sexo, dije que yo no era feminista porque pensaba que la solución a los problemas de las mujeres debía encontrarse en una evolución socialista de la sociedad. Por «ser feminista», me refería a luchar por las reivindicaciones propiamente femeninas independientemente de la lucha de clases. Hoy mantengo la misma definición: llamo «feministas» a las mujeres o incluso a los hombres que luchan por cambiar la situación de las mujeres, por supuesto en relación con la lucha de clases, pero sin embargo fuera de ella, sin subordinar este cambio totalmente al de la sociedad. Y yo diría que hoy soy feminista en este sentido. Porque me he dado cuenta de que mientras llega el socialismo que soñamos, tenemos que luchar por la situación concreta de las mujeres. Y, por otro lado, me di cuenta de que, incluso en los países socialistas, esa igualdad no se había conseguido. Así que las mujeres tienen que tomar las riendas de su destino. Por eso ahora estoy vinculada al Movimiento de Liberación de la Mujer. 

Además, he comprendido —y pienso que es una de las razones por las que muchas mujeres han creado este movimiento— que incluso en los movimientos de izquierda franceses, y también en los de extrema izquierda [gauchistes], había una profunda desigualdad entre hombres y mujeres. Siempre era la mujer la que realizaba los trabajos más humildes y aburridos, los menos visibles. Y siempre eran los hombres los que tomaban la palabra, los que escribían artículos, los que hacían todas las cosas interesantes y los que asumían las grandes responsabilidades. 

Así, incluso dentro de estos movimientos que, en principio, pretenden liberar a todos, incluidos jóvenes y mujeres, ellas seguían siendo inferiores. Y la cuestión va incluso más allá. No digo que todos, pero muchos hombres de izquierdas masculinos son agresivamente hostiles a la liberación de las mujeres. Las desprecian y se lo demuestran. La primera vez que se celebró una reunión feminista en Vincennes, varios hombres de izquierdas irrumpieron en la sala gritando: «El poder está en la punta del falo». Creo que están empezando a revisar esta posición, pero precisamente porque las mujeres llevan a cabo una militancia activa independiente de ellos. 

 

AS: ¿Cuáles son, en general, sus propuestas para las nuevas feministas, estas jóvenes combativas más radicales que nunca? 

SB: Usted sabe que hay —al menos en América, el lugar donde el movimiento está más avanzado— toda una gama de tendencias: desde Betty Friedman, que es bastante conservadora, hasta lo que llaman la SCUM [Society for Cutting Up Men], es decir, el movimiento para la emasculación de todos los hombres. Y en medio de estas dos posturas hay muchas más. En Francia también hay diferentes tendencias dentro del movimiento. La mía consiste en vincular la emancipación femenina a la lucha de clases. Creo que la lucha de las mujeres, con su singularidad, está ligada a la lucha común de mujeres y hombres. Por eso rechazo completamente el repudio total de los hombres. 

 

AS: ¿Qué opina, entonces, sobre el principio interno de que los grupos no sean mixtos, que es, en la etapa actual, el adoptado por la mayor parte de los movimientos de mujeres? 

SB: Como acaba de decir, es una etapa. Creo que, por el momento, es algo bueno, por varias razones. En primer lugar, si los hombres fueran admitidos en estos grupos, no podrían evitar el reflejo masculino de querer mandar, de imponerse. Por otra parte, muchas mujeres siguen teniendo —digan lo que digan, y a veces incluso sin saberlo— un sentimiento de inferioridad, una cierta timidez; muchas no se atreverían a expresarse libremente delante de hombres. Y, en particular, es esencial que sepan que no van a sentirse juzgadas por el hombre que comparte su vida, porque también tienen que liberarse en la relación con él… 

 

AS: … y analizar su opresión específica? 

SB: Eso es. Por el momento, ni la mentalidad de los hombres ni la de las mujeres permitirían que la discusión en un grupo mixto fuese realmente sincera. 

 

AS: ¿Pero esta exclusión momentánea de los hombres no es también una cuestión política? Dado que él representa al sistema y que, además, es él mismo quien, de forma individual, oprime a las mujeres, ¿no está el hombre considerado por las feministas, en una primera etapa, como el «enemigo principal»? 

SB: Sí, pero es demasiado complicado porque, como decía Marx sobre los capitalistas, también son víctimas. Es demasiado abstracto decir que sólo hay que culpar al sistema, como pensé durante un tiempo. También debemos culpar a los hombres. Porque no se puede ser cómplice y beneficiario de un sistema impunemente. Aunque no lo haya establecido uno mismo. Este sistema patriarcal no fue establecido por los hombres actuales, pero se benefician de él, incluso los que lo critican. Y lo han interiorizado. 

Tenemos que atacar el sistema, pero al mismo tiempo no tenemos que ser hostiles a los hombres, aunque sí al menos desconfiadas y cautelosas, y no permitir que invadan y se apropien nuestras actividades propias, nuestras propias posibilidades. Tenemos que criticar tanto al sistema como a los hombres. Aunque un hombre sea feminista, hay que mantener las distancias y tener cuidado con el paternalismo. Las mujeres no quieren que les concedan la igualdad, quieren conquistarla. Que no es lo mismo en absoluto. 

 

AS: ¿Usted misma, por su propia experiencia, ha tenido esa desconfianza, ese odio hacia los hombres? 

SB: No. Siempre me he llevado muy bien con los hombres de mi vida. Además, muchas mujeres que conozco del MLF tampoco odian a los hombres, sino que tienen una actitud de cautela, un deseo de no ser devoradas. 

 

AS: ¿No cree que es bueno, políticamente, que algunas mujeres vayan más allá? 

SB: En efecto, quizá no sea malo que haya mujeres completamente radicales y que rechacen completamente al hombre. Arrastran a otras que estarían dispuestas a un cierto compromiso. Es muy posible. 

 

AS: En la mayoría de los movimientos de mujeres hay una corriente homosexual —que no es ni mucho menos mayoritaria, como a menudo se intenta hacer creer— que da un impulso muy importante a estos movimientos. ¿Cree que la homosexualidad femenina —como forma más radical de exclusión masculina— puede ser un arma política en la fase actual de la lucha? 

SB: No he pensado en ello. Creo que en principio es bueno que haya mujeres muy radicales. Las mujeres homosexuales pueden tener un papel útil. Pero cuando se dejan obnubilar por sus prejuicios, corren el riesgo de alejar a las mujeres heterosexuales del movimiento. Me resulta molesta e irritante su mística del clítoris y todos los dogmas sexuales que pretenden imponernos. 

 

AS: El argumento principal de ellas es que, en las circunstancias actuales, cualquier relación sexual con los hombres es opresiva. Así que la rechazan. ¿Qué opina de esto? 

SB: ¿Es realmente cierto que todas las relaciones sexuales entre hombres y mujeres son opresivas? ¿No podríamos trabajar, más que para rechazar esas relaciones, para tratar de que no sean opresivas? Me choca que se afirme que todo coito es una violación. No lo creo. Cuando decimos que todo coito es una violación retomamos los mitos masculinos. Eso significa que el sexo del hombre es una espada, un arma. La cuestión es inventar nuevas relaciones sexuales no opresivas. 

 

AS.: Antes ha hablado de su experiencia individual. Usted dijo, en un comentario sobre El segundo sexo, que el problema de la feminidad no le afectaba personalmente y que se sentía en una «posición de gran imparcialidad». ¿Quiere decir que una mujer puede escapar individualmente de su condición de mujer? ¿Profesionalmente y en sus relaciones con los demás? 

SB: ¿Escapar completamente a mi condición de mujer? ¡No! Yo tengo un cuerpo de mujer. Pero he tenido mucha suerte. He escapado de la mayor parte de las ataduras femeninas: las de la maternidad, las de la vida doméstica. Por otro lado, profesionalmente, en mi época, había menos mujeres que hiciesen estudios. Aprobar unas oposiciones de filosofía significaba situarse de manera privilegiada entre las mujeres. Como resultado, fui reconocida por los hombres: estaban dispuestos a reconocer con amistad a una mujer que tenía tanto éxito como ellos, porque era bastante excepcional. Actualmente hay muchas mujeres que estudian una carrera y los hombres tienen miedo de perder sus posiciones. En términos más generales, si está de acuerdo conmigo en que una mujer no tiene que estar casada y ser madre para tener una vida plena y feliz, hay cierto número de mujeres que pueden vivir su vida plenamente sin sufrir las servidumbres de la feminidad. 

 

AS: Usted dijo: «El mayor éxito de mi vida es Sartre».  

SB: Sí. 

 

AS: Pero usted siempre ha tenido una gran preocupación por la independencia y el miedo a ser dominada… Aunque la relación igualitaria entre hombres y mujeres es tan difícil de lograr, ¿piensa que personalmente lo ha conseguido?  

SB: Sí, o mejor dicho, el problema no se planteó, porque Sartre no es un opresor. Si hubiera amado a cualquier otro, y no a Sartre, en ningún caso me habría dejado oprimir. Hay mujeres que escapan de la dominación masculina, siempre que tengan una autonomía profesional. Algunas de ellas logran establecer una relación equilibrada con un hombre. Otras tienen aventuras sin consecuencias. 

 

AS: Usted habló de las mujeres como una clase inferior…  

SB: No he hablado de clase. Pero sí dije en El segundo sexo que las mujeres eran una casta inferior. Lo que llamamos casta es un grupo en el que se nace y del que no se puede salir. Mientras que, en principio, se puede salir de una clase y entrar en otra. Si eres una mujer, nunca te convertirás en un hombre. Eso es realmente formar parte de una casta. Y la forma en que las mujeres son tratadas, en el aspecto económico, social y político, las convierte en una casta inferior. 

 

AS: Algunos movimientos han ido más allá. Partiendo del trabajo doméstico, que es gratuito y sin valor de cambio, definen a las mujeres como una clase aparte, fuera de las clases existentes. Es decir, plantean la opresión patriarcal como la contradicción principal, no la secundaria. ¿Está de acuerdo con este análisis? 

SB: Considero que los análisis sobre este punto son insuficientes. Me gustaría que alguien trabajara seriamente en ello. Juliet Mitchell, por ejemplo, ha mostrado en Woman’s Estate cómo se plantea la cuestión. Pero todavía no pretende, en ese pequeño libro, resolverla. Recuerdo que ésta fue una de las primeras preguntas que hice cuando conocí a activistas del Movimiento de Liberación de la Mujer: ¿cómo pensáis que se articulan exactamente la opresión patriarcal y la opresión capitalista? Por el momento no veo la respuesta con exactitud. Es algo en lo que me gustaría trabajar en los próximos años. Me interesa mucho. 

Pero me parece que los análisis que hacen de la opresión patriarcal el equivalente de la opresión capitalista no son correctos. El trabajo del ama de casa no produce plusvalía: es una condición diferente a la del obrero al que se le roba la plusvalía de su trabajo. Me gustaría saber exactamente qué relación existe entre ambos. De esto depende toda la táctica que deben seguir las mujeres. 

Está justificado la atención a las tareas domésticas no retribuidas. Pero hay muchas mujeres que se ganan la vida y no pueden considerarse explotadas de la misma forma que el ama de casa. 

 

AS: Pero incluso cuando las mujeres trabajan fuera de casa, cobran menos que los hombres por el mismo trabajo. 

SB: Sí, es cierto. Los salarios no suelen ser iguales. Pero vuelvo a esto: el tipo de explotación de la mujer como ama de casa no es el mismo que el del obrero. Este es precisamente un punto que aún no ha sido suficientemente estudiado en ninguno de los libros que he leído: los de Kate Millett, de Germaine Greer o de Shulamith Firestone. 

 

AS: Por otra parte, no aportan nada muy nuevo desde el punto de vista del análisis… 

SB: No. Ni Millet ni Greer. Sólo Firestone, menos conocida, ha aportado cosas nuevas en su libro La dialéctica del sexo: vincula la liberación de las mujeres con la liberación de los niños. Esto es correcto, porque las mujeres sólo se liberarán cuando se liberen de los niños, y a la vez los niños se liberarán, en cierta medida, de los adultos. 

 

AS: Usted se implicó concretamente en la lucha de clases después de mayo de 1968. Asumió la responsabilidad de un periódico revolucionario. Salió a la calle. En resumen, ha tomado parte en la lucha. ¿Cómo ve la relación entre la lucha de clases y la lucha de género? 

SB: Lo que puedo constatar, y que me llevó a modificar mi postura de El segundo sexo, es que la lucha de clases en sí misma no emancipa a las mujeres. Ya sean los comunistas, los trotskistas o los maoístas, hay siempre una subordinación de la mujer al hombre. Por lo tanto, me convencí de que es importante que las mujeres sean realmente feministas, que tomen el problema de las mujeres en sus manos. Ahora, debemos analizar la sociedad de manera muy seria, para intentar comprender la relación entre la explotación del trabajador y la explotación de la mujer. Y en qué medida la abolición del capitalismo conduciría a condiciones más favorables para la emancipación femenina. No lo sé. Eso está por hacer. Una cosa de la que estoy segura es que abolir el capitalismo es a la vez mejorar las posibilidades de emancipación de las mujeres. Pero todavía no es conseguirla. 

Acabar con el capitalismo no es acabar con la tradición patriarcal, mientras que se mantenga la familia. Creo que no sólo hay que abolir el capitalismo, cambiar los medios de producción, sino también la estructura familiar. Y esto no se hace ni siquiera en China. Han abolido la familia feudal, por supuesto, y al mismo tiempo han realizado grandes cambios en la condición de la mujer. Pero en la medida en que aceptan la familia conyugal, que sigue siendo básicamente una herencia de la familia patriarcal, no creo que las mujeres en China estén liberadas en absoluto. Creo que la familia debería ser suprimida. Estoy totalmente de acuerdo con todos los intentos realizados por las mujeres, y a veces también por los hombres, de sustituir la familia por comunidades o por otras formas que aún no se han creado. 

 

AS: ¿Se podría decir entonces que la lucha de clases no resuelve necesariamente la condición de las mujeres, pero que el feminismo radical, el cuestionamiento de la sociedad y de las relaciones entre hombres y mujeres, resuelve necesariamente la lucha de clases? 

SB: No, no necesariamente. Si se empieza por suprimir la familia y las estructuras familiares es muy probable, en efecto, que el capitalismo se vea socavado. Pero tampoco ahí me aventuraré a opinar sin haber reflexionado mucho sobre el asunto. Hasta qué punto la destrucción de la sociedad patriarcal, partiendo de la mujer, lograría eliminar todos los aspectos del capitalismo y la tecnocracia, eso yo no lo sé. 

Si el feminismo tiene reivindicaciones muy radicales y logra hacerlas prevalecer, entonces sí que amenazará realmente al sistema. Pero esto no será suficiente para reorganizar las relaciones de producción, las relaciones de trabajo y las relaciones de los hombres —es el sentido de los seres humanos— entre ellos. No hay un análisis suficiente sobre esto. La causa es que las feministas activas eran burguesas que luchaban en el plano político. Eran sufragistas que luchaban por obtener el derecho al voto. No se situaban en el plano económico. 

Y, en el plano económico, ha habido demasiada aceptación de las fórmulas marxistas, a saber: cuando llegue el socialismo, habrá también, a la vez, igualdad entre el hombre y la mujer. Me sorprendió mucho, cuando escribí El segundo sexo, que fuera muy mal recibido por la izquierda. Recuerdo una discusión con trotskistas que me dijeron: el problema de la mujer es un falso problema. No se plantea. Cuando la revolución tenga lugar, las mujeres se encontrarán de forma natural en su lugar. 

También estaban los comunistas, con los que yo tenía mala relación política en aquel momento y que se burlaron de mí. Escribieron en sus artículos que las trabajadoras de Billancourt se cachondeaban del problema femenino. Cuando se haya hecho la revolución, en ese momento, las mujeres serán iguales a los hombres. Pero lo que les ocurriese a las mujeres hasta que llegase la revolución, eso no les interesaba. 

Yo también esperaba que, en los países socialistas, las cosas estuviesen mucho mejor que en los países capitalistas. Pero, de hecho, no es así. Aunque con los matices que he mencionado antes. 

 

AS: Tras la publicación de El segundo sexo, se le criticó a menudo por no haber desarrollado una táctica de lucha para las mujeres, por haberse detenido en el análisis. 

SB: ¡Es justo! Reconozco que eso es lo que el libro tiene de insuficiente. Me limité a confiar vagamente en el porvenir, en la revolución y en el socialismo. 

 

AS: ¿Y hoy? 

SB: Hoy he cambiado. Ya le dije desde el principio que me he convertido en una verdadera feminista. 

 

AS: En concreto, ¿qué posibilidades de liberación ve para las mujeres, individual y colectivamente? 

SB: A nivel individual, lo primero es trabajar. Si es posible, evitar el matrimonio. Después de todo, yo bien podría haberme casado con Sartre. Pero creo que acertamos al no hacerlo. Cuando estás casado, la gente considera que lo estás y, automáticamente, esto te lleva a considerarte tú mismo casado. No es igual la relación que tienes con la sociedad si estás casado o si no lo estás. Creo que el matrimonio es peligroso para la mujer.  

Dicho eso, una mujer puede tener razones para casarse. Si quiere tener hijos, por ejemplo. Sigue siendo muy arriesgado dar a luz a niños cuyos padres no están casados: encontrarán todo tipo de dificultades. Si realmente quieres ser independiente, lo que cuenta es tener un empleo, trabajar. Es el consejo que doy a todas las mujeres que me preguntan. Es una condición necesaria. Te permite, cuando estás casado y quieres divorciarte, irte, mantener a tus hijos, asumir tu propia existencia. Dicho esto, el trabajo no es una panacea. 

Sé muy bien que el trabajo, tal y como es hoy, tiene un lado liberador pero también un lado alienante. Y que, en consecuencia, las mujeres a menudo tienen que elegir entre dos alienaciones: la del ama de casa o la del trabajo en la fábrica. El trabajo no es una panacea, pero sigue siendo la primera condición para la independencia. 

 

AS: ¿Y las mujeres que ya están casadas, que ya tienen hijos? 

SB: Creo que hay mujeres que ya no tienen ninguna posibilidad. Si ya tienen 35 años, están casadas, con cuatro hijos y sin cualificación profesional, no veo qué pueden hacer para liberarse. De la liberación con alguna posibilidad de éxito sólo se puede hablar para las próximas generaciones.1 

 

AS: ¿Las mujeres que luchan por su liberación deben limitarse al plano individual o pasar a la acción colectiva? 

SB: Tienen que pasar a la acción colectiva. Yo no lo hice personalmente hasta ahora porque no había ningún movimiento organizado con el que me sintiera de acuerdo. Pero, de todos modos, escribir El segundo sexo fue un acto que sobrepasaba mi propia liberación. Lo hice por interés en el conjunto de la condición femenina, no sólo para entender cuál era la situación de las mujeres, sino también para luchar, para facilitar que las demás mujeres se entendieran a sí mismas. En veinte años, he recibido muchas cartas de lectoras a las que mi libro las había ayudado a comprender su situación. Siempre procuré responder a estas mujeres. Me encontré con algunas de ellas. Siempre he intentado ayudar a las mujeres con dificultades. 

 

AS: En general, ¿cómo piensa que evoluciona la liberación de la mujer? 

SB: Creo que debería progresar, pero no lo sé. En Francia, como en otras partes, la mayoría de las mujeres son muy conservadoras. Quieren ser «femeninas». De todos modos, me parece que las nuevas condiciones del trabajo doméstico liberan un poco a las mujeres y les dan más tiempo para pensar; deberían verse obligadas a rebelarse. En el plano profesional, es cierto que las mujeres nunca tendrán trabajo en un país capitalista mientras haya desempleo entre los hombres. Por eso creo que la igualdad de las mujeres sólo puede lograrse si se produce un vuelco total del sistema. 

Dicho esto, creo que el movimiento de las mujeres, como los estudiantiles —que, al principio, eran limitados pero que posteriormente desencadenaron huelgas en todo el país— podría hacer estallar muchas cosas. Si consiguen penetrar en el mundo del trabajo, entonces sí que sacudirán el sistema. Por el momento, la debilidad del movimiento francés —y, creo, del americano— es que cuenta con muy pocas mujeres trabajadoras. 

 

AS: ¿No es una cuestión de la etapa de la lucha?  

SB: Ciertamente. Todo está relacionado: cuando las mujeres van a la huelga en las fábricas, como en Trayes y Nantes, toman conciencia de su poder, de su autonomía, y son menos propensas a dejarse mangonear en casa. 

 

AS: ¿Cree que debemos desarrollar este sentido de la solidaridad? 

SB: Absolutamente. La emancipación individual no es suficiente. Requiere un trabajo colectivo vinculado a la lucha de clases. Las mujeres que luchan por su emancipación no pueden ser verdaderamente feministas sin ser de izquierdas porque, si bien el socialismo no es suficiente para garantizar la igualdad de los sexos, es necesario. 

AS: Además, por primera vez en la historia, los movimientos feministas son movimientos revolucionarios. Ya no creen que puedan cambiar el destino de las mujeres sin cambiar la sociedad. 

 

SB: Es cierto. Hay un lema que leí en Italia y me pareció muy acertado: «No hay revolución sin emancipación de la mujer, no hay emancipación de la mujer sin revolución». 

AS: En El segundo sexo, usted citó una frase de Rimbaud que da una visión de un mundo futuro en el que las mujeres estarían liberadas. ¿Tiene usted una idea de este nuevo mundo? 

 

SB: Rimbaud imaginó que las mujeres, cuando se liberaran, aportarían algo completamente diferente al mundo. Yo no lo creo. No creo que una vez que las mujeres hayan alcanzado la igualdad desarrollen valores específicamente femeninos. He discutido esto con feministas italianas. Dicen: tenemos que rechazar los valores masculinos, los modelos masculinos. Tenemos que inventar cosas totalmente diferentes. No estoy de acuerdo. 

El hecho es que la cultura, la civilización y los valores universales han sido obra de los hombres, ya que eran ellos los que representaban la universalidad. Así como el proletariado, al rechazar que la burguesía sea la clase dominante, no rechaza toda la herencia burguesa, la mujer debe apoderarse, en igualdad de condiciones con el hombre, de los instrumentos que han sido creados por éste, pero sin rechazarlos todos. Creo que ahí sigue habiendo una cuestión de desconfianza, de vigilancia. 

Es cierto que al crear estos valores universales —llamo valor universal a la ciencia matemática, por ejemplo— los hombres les han dado muy a menudo un carácter masculino, viril, y han mezclado ambas cosas de una manera muy sutil y taimada. Se trata entonces de disociarlas, de detectar esa contaminación. Es posible hacerlo y es uno de los trabajos propios de las mujeres. Pero no debemos rechazar el mundo masculino, porque al fin y al cabo, también es nuestro mundo. 

Creo que la mujer liberada sería tan creativa como el hombre. Pero no aportaría nuevos valores. Creer lo contrario es creer que existe una naturaleza femenina, cosa que siempre he negado. Todos estos conceptos deben ser completamente eliminados. Que la liberación de la mujer da lugar a nuevos tipos de relaciones entre las personas, que los hombres y las mujeres cambian gracias a ella, es cierto. Las mujeres deben ser, al igual que los hombres, seres humanos completos. Las diferencias entre ellos no son más importantes que las diferencias individuales que pueda haber entre las propias mujeres o entre los hombres. 

 

AS: ¿Está usted a favor de la violencia en la lucha de las mujeres? 

SB: En la situación actual, sí, hasta cierto punto, porque los hombres utilizan la violencia contra las mujeres, tanto en su lenguaje como en sus gestos. Agreden a las mujeres: las violan, las insultan y algunas miradas son agresivas. Las mujeres también tienen que defenderse con violencia. Algunas aprenden karate u otras formas de combate. Estoy totalmente de acuerdo. Se sentirán mucho más cómodas en su propia piel y en el mundo que si no se sienten indefensas ante la agresión masculina. 

 

AS: Usted habla a menudo de las mujeres americanas. ¿Es con ellas con las que tiene más contacto? 

SB: Sí. En primer lugar, están sus libros. Hay muchos. Están las que hemos mencionado: Kate Millett, Germaine Greer, aunque no es estadounidense, Shulamith Firestone. He leído sus libros, mientras que las francesas aún no han publicado nada. Hay que decir que el movimiento femenino estadounidense es bastante anterior. También he recibido muchas cartas de mujeres americanas, invitaciones para ir a América. Pero por ahora les respondo: trabajo con mujeres francesas; primero tengo que trabajar en casa. 

 

AS: Ahora que se considera una militante feminista y que está comprometida con la lucha concreta, ¿qué acciones prevé en el futuro inmediato? 

SB: Hay un proyecto en el que estoy trabajando con un grupo femenino: se trata de celebrar grandes jornadas para denunciar los crímenes contra las mujeres. Las dos primeras sesiones se centrarán en los problemas de la maternidad, la concepción y el aborto. Tendrán lugar los días 13 y 14 de mayo en la Grande Salle de la Mutualité.2 Habrá una especie de comisión de investigación, formada por una decena de mujeres; interrogarán a los testigos: biólogos, sociólogos, psiquiatras, médicos, comadronas, pero sobre todo a mujeres que han sufrido por la condición actual de la mujer. 

Esperamos convencer a la opinión pública para garantizar a las mujeres el derecho a procrear libremente, es decir, ayudarlas a soportar las cargas de la maternidad —sobre todo mediante guarderías— y también a rechazar la maternidad no deseada mediante las prácticas anticonceptivas y el aborto. Exigimos que la mujer sea libre, que decida por sí misma. 

 

AS: La gente suele relacionar la lucha de las mujeres con el aborto. ¿Piensa usted superar esa etapa en su compromiso? 

SB: Por supuesto. Creo que el Movimiento de Liberación de la Mujer, y yo con ellas, tenemos que trabajar en muchas otras cosas. No estamos luchando sólo por el aborto libre, sino para la difusión masiva de las prácticas anticonceptivas, que no le dejarán al aborto más que un papel marginal. Por otro lado, la anticoncepción y el aborto son sólo un punto de partida para la liberación de la mujer. Más adelante, organizaremos otras jornadas en las que denunciaremos la explotación del trabajo femenino: el del ama de casa, el de la empleada, el de la obrera. 

 

Autor

  • Simone de Beauvoir

    Simone de Beauvoir (1908-1986), filósofa, escritora y feminista francesa, figura central del existencialismo. Su obra más influyente, "El segundo sexo" (1949), es un análisis profundo de la opresión femenina y un pilar del feminismo contemporáneo. También escribió novelas, ensayos y memorias, explorando temas de libertad, ética y género.

    Ver todas las entradas

Comentarios y respuestas: revista@hedonica.es



CONSEJO ASESOR Javier Cercas, Félix de Azúa, Carlos García Gual, J. Á. González Sainz, Carmen Iglesias, Antonio Muñoz Molina, Amelia Valcárcel, Darío Villanueva.


Imagen Centrada y Ajustada

Editorial Tricastela


CARTAS DEL DIRECTOR


BOLETÍN MENSUAL


DESTACADOS

Imágenes con Borde Gris

Editorial Tricastela

Imágenes con Borde Gris

Editorial Tricastela

Imágenes con Borde Gris

Editorial Tricastela

EVENTOS

Eventos pasados Eventos próximos