Para retejar la izquierda 

 Martín Alonso Zarza 

 

Guillermo del Valle, La izquierda traicionada. Razones contra la resignación. Prólogo de Juan Francisco Martín Seco. Epílogo de Félix Ovejero, Barcelona, Península, 2023, 285 pp. PVP 18,90€ 

 

Isobaras cargadas en el horizonte 

El crecimiento de la ultraderecha en Portugal, tras el éxito de sus homólogos en Holanda o en Argentina, es un anticipo de lo que pueden deparar las elecciones europeas en junio y las americanas en noviembre de este año 2024. Resulta llamativo que quienes asaltaron el Capitolio y hoy amplían su representación en los parlamentos no sean precisamente aquellos que hace una década prometieron asaltar los cielos y ocupar Wall Street, sino quienes se ubican en sus antípodas ideológicas. Simon Jenkins invita, en el nada sospechoso de derechismo The Guardian, a ponerse en el pellejo de los votantes de Trump ─como, por cierto, en el de tantos vecinos de los viejos cinturones rojos europeos desde el Alentejo a Reims, por evocar el título de Didier Eribon─, muchos de ellos ubicados en la clase media-baja, para entender por qué las encuestas le dan como ganador en la próxima lid; una recomendación generalizable a este lado del Atlántico.  

Cabría invocar una tríada de acontecimientos recientes que tienen como protagonistas a actores de la izquierda para entender parcialmente ese paisaje. El primero ha tenido lugar en Francia a principios de marzo. La filósofa representante de la izquierda radical y judía ─sería irrelevante este rasgo en otro contexto─ Judith Butler, pionera de la teoría del género y referencia de los estudios poscoloniales, calificó en una mesa redonda los ataques de Hamás del 7 de octubre como “un acto de resistencia armada”. Esta declaración llevó a desempolvar otra anterior en la que calificaba a Hamás y Hezbolá como “movimientos sociales progresistas, de izquierda y parte de una izquierda global”. Los medios de la derecha radical han aprovechado el caso para atacar a la “papisa woke”; pero, además de las críticas feministas por no haber denunciado las atrocidades cometidas contra las mujeres por el grupo palestino, hace tiempo que desde la izquierda antiautoritaria se han venido señalando los derrapes esencialistas de esta figura que colocan el fulcro del análisis social no en los factores materiales y objetivos sino en los culturales y construidos, vale decir, en el marco narrativo del relativismo postmoderno; lo que, por otra parte y atendiendo a esta situación, tampoco permitiría desautorizar los crímenes de guerra de Netanyahu, pues podrían ser defendidos desde una lógica constructivista autovalidante paralela. 

 

Efugios retóricos 

Judit Butler expresa paradigmáticamente uno de los traspiés de la izquierda, que algo pesan en ese reordenamiento del espacio político y que son fácilmente reconocibles en el mapa ideológico español. Es el traspiés identitario. La mirada cercana servirá para identificar otros. El caso Ábalos, por recalar en esa actualidad que pronto habrá sido enterrada por otras de parecido jaez, es mucho más que una anécdota y se antoja sintomático, al menos por afinidad, de esa querencia de ciertas franjas socialdemócratas por el dinero, al menos desde la declaración sonora del ministro Carlos Solchaga. La corrupción, la tolerancia respecto a prácticas de abuso de posición dominante, tráfico de influencias o puertas giratorias se inscriben en el patrón del segundo traspiés. Es significativo que algunos de los críticos del primero vivan con placidez su nómina suculenta en consejos de administración. Mientras, en otro giro, se justifica la condescendencia con un argumento campista: en las declaraciones del exministro y exsecretario de organización socialista cuando los medios desvelaron los manejos de Koldo García, la palabra más socorrida fue la “derecha”, “no voy a tomar ninguna decisión para favorecer a la derecha”, “para que la derecha se cobre una pieza”, etc. El campismo, en el sentido inglés establecido durante la guerra fría de justificar la propia posición en la perversidad del campo contrario, externaliza la responsabilidad y da paso el tercer traspié de la izquierda, el autoritario. El presidente Pedro Sánchez ha gritado sus argumentos para esta extraña ley de amnistía ad hoc y ad hominem, cuyo principal cometido es puramente transaccional: asentar su mayoría de gobierno. El excurso campista se reconoce en la desautorización de las críticas como “fachosfera”. Evitar un gobierno de la derecha no puede ser un programa político y a fuer de insistir en ello con tales mañas, el público puede preferir al enemigo funcional del campismo. El argumento autoritario se disfraza demagógicamente de virtud, supuestamente destilada por la necesidad; una finta del maquiavelismo de manual. 

 

La cuestión moral 

Y esto lleva al punto nodal en esta deriva, que no es solo de la izquierda pero que es desde luego de la izquierda, la evasión de lo que cabe llamar, con las palabras del libro clásico del dirigente del PCI Enrico Berlinguer, la cuestión moral. Allí leemos (Berlinguer, 2020):  

Los partidos de hoy son sobre todo máquinas de poder y clientelismo: poco o mistificado conocimiento de la vida y los problemas de la sociedad y del pueblo, pocas o vagas ideas, ideales, programas, sentimientos; y pasión civil, cero. Gestionan intereses, los más diversos, los más contradictorios, a veces incluso turbios, en cualquier caso sin relación alguna con las necesidades y exigencias humanas emergentes, o distorsionándolas, sin perseguir el bien común. Su propia estructura organizativa se ha ajustado ahora a este modelo, y ya no son organizadores del pueblo, formaciones que promueven su madurez civil y su iniciativa. 

La necesaria confrontación con políticas que suponen una enmienda al horizonte normativo de los derechos humanos, como las que representan hoy en España y en Europa las extremas derechas, no puede valerse de comportamientos deplorables, como la mentira sistemática, la falta de transparencia y rendición de cuentas a la ciudadanía, o la vulneración de principios como la separación de poderes o el respeto escrupuloso a los procedimientos democráticos. El componente autoritario se refleja igualmente en un estilo de liderazgo que desdibuja el pluralismo y enrola al partido en la dirección de su propio provecho creando sucursales autonómicas a su imagen y semejanza, con lo que se multiplica el daño institucional.  

 

Crisis múltiples 

El panorama contemporáneo conoce una superposición de crisis. En la vertiente política y para el objetivo de este escrito se expresa en tres niveles: la democracia, los partidos y la izquierda. En cuando a la primera, la regresión (en la versión intransitiva, el descrédito en la transitiva) al menos desde la crisis financiera viene constatada por los principales observatorios, como el de The Economist Intelligence Unit de febrero pasado (https://www.economist.com/graphic-detail/2024/02/14/four-lessons-from-the-2023-democracy-index). En cuanto al segundo aspecto, Peter Mair se ha referido a la ‘cartelización’ de los partidos para indicar su transformación de instancias de mediación, representación y agregación en máquinas electorales que han capturado al estado y las instituciones y profesionalizado el perfil de los cuadros, con el consiguiente alejamiento de las preocupaciones ciudadanas y el vaciamiento de la democracia; lo que nos devuelve a la pregunta de por qué las clases populares no votan o votan a la ultraderecha. El informe recién mencionado sobre la salud de la democracia global muestra que un 85% de los españoles piensa que a los políticos no les importa lo que piensan personas como ellos, la media europea es del 74%, escaso consuelo.  

Con ello llegamos al tercer aspecto, el que sirve de contexto próximo para esta reseña y que tiene que ver específicamente con la izquierda. Aunque las voces críticas ante la deriva identitaria posmoderna vienen de hace años como mostró el experimento ya clásico de Alan Sokal, la intervención rusa en Ucrania y la guerra de Gaza han servido de detonante para la amplificación del debate a escala global; como ejemplo de ello tras el libro de Susan Neiman (2024), el número especial de Dissent dedicado a la izquierda global (invierno 2024), la iniciativa Leftrenewal (https://leftrenewal.net/) o, vinculado a lo anterior, la publicación del primer número de Adresses. Internationalisme et démocr@tie (marzo 2024). En términos académicos el ensayo más ambicioso sobre las transformaciones en los partidos de izquierda es el de la socióloga de la Universidad de California Stephanie L. Mudge, Leftism reinvented. Western parties from socialism to neoliberalism (no traducido y con escaso eco entre nosotros), mientras que el de Shlomo Sand (Une brève histoire mondiale de la gauche) cubre un espectro temporal e ideológico más amplio. El lector español encuentra sin embargo que en estos estudios foráneos raramente se tienen en cuentan dos peculiaridades del sistema de partidos en España ─con lo que, como resume Julio Valdeón, en la entrevista a Félix Ovejero para La razón en marcha (p. 224) : “estas cosas no hay forma de que las entiendan fuera de España”─, por un lado, la existencia de una dimensión territorial (partidos de ámbito nacional vs. partidos de ámbito autonómico), por otro, la identificación generalizada de los partidos independentistas con la izquierda, a pesar de la insolvencia de tal atribución; es esta segunda particularidad la que permite llamar progresista a un gobierno que incluye entre sus apoyos a formaciones etnicistas y supremacistas. La incapacidad de buena parte de los estudiosos extranjeros para apreciar esta diferencia hispánica ha tenido consecuencias a la hora de conceptualizar la violencia vasca (a menudo descrita como separatista) o el procés catalán (considerado en términos coloniales o como muestra de la pervivencia del franquismo y de una democracia de baja calidad, como arguye parte de la izquierda española antisistema, en vez de una secesión de los ricos).  

 

Para afrontar las particularidades de la izquierda en España 

Este déficit conceptual da cuenta de la oportunidad y la necesidad de estudios que se hagan cargo de esta particularidad española y lo hagan desde la izquierda, es el caso de Félix Ovejero, Juan Francisco Martín Seco, o el libro que nos ocupa, al que aportan epílogo y prólogo los autores citados. El ensayo de Guillermo del Valle se inscribe en el proyecto de crear un partido de izquierdas que priorice la igualdad en sus dos dimensiones, la social de la diferencia material, y la territorial o identitaria de la diferencia simbólica. Lo particular del sistema de partidos en España es que la izquierda ha abrazado el diferencialismo horizontal, una deriva que da cuenta de su impostación retrógrada o reaccionaria desde la exaltación de la diversidad (Daniel Bernabé). Es significativo que sea el punto ciego señalado el que dé cuenta de esta querencia reaccionaria de la izquierda: su vinculación con las vetas de un nacionalismo herderiano basado en la singularidad y el diferencialismo, con su materialización en figuras como el cupo vasco, con resabios foralistas de Antiguo Régimen. Coinciden en esta apreciación, el economista y sindicalista de CCOO Manel García Bel al denunciar el vaciamiento del Estado en Cataluña y el País Vasco (Nueva Tribuna, 29/02/2024) y el catedrático Santiago Lago al señalar que “el sistema foral hoy es una anomalía en el mundo. Y su aplicación, injusticia fiscal” (El País, 11/11/2023). Desde estas premisas, la cuadratura del círculo para un gobierno de progreso es articular la igualdad de horizonte universalista como perfil definitorio, con las desigualdades, asimetrías y hechos diferenciales que predican, por naturaleza, los nacionalismos.  

 

La arquitectura de La izquierda traicionada.  

El libro se articula en torno a los dos polos que caracterizan la traición de la izquierda, en palabras del autor ─cabría hablar con términos menos connotados de infidelidades, abdicaciones, deserciones, o, como Stéphanie Roza, del giro histórico que la ha alejado del universalismo y el racionalismo fundacionales─ el socioliberalismo y el populismo identitarismo; la sociodicea neoliberal y la mística narcisista. Las páginas de la obra se articulan en torno a tres hilos narrativos: el referido a la desigualdad dura, material, económica, estratificacional o vertical; el referido a la seducción de las diferencias en el plano cultural u horizontal, y la coalición de facto entre ambas, de modo que el énfasis en los rasgos identitarios (esencialismo, nativismo, etnicismo, sectarismo, organicismo, dogmatismo), acaba aproximando a esta izquierda nominalmente reaccionaria a la derecha de igual adscripción. Las interpretaciones de Carl Schmitt propuestas por ambos espectros (la nueva derecha de Alain de Benoist y del apóstol del eurasianismo que inspira la política de Putin, Alexandr Dugin, y la izquierda en la estela de Ernesto Laclau) con la ayuda de figuras emblemáticas de la postmodernidad, como Michel Foucault, como oportunamente señala Susan Neiman, o Judith Butler añadimos por nuestra parte, dan cuenta de esta aproximación de los extremos y, añadiríamos, de las “conversiones” ideológicas entre ellos. Ampliando el foco, en la crítica a la Ilustración subyacente convergen los contrarrevolucionarios conservadores modernos con los ultraizquierdistas posmodernos. La música del libro se reconoce en esta reflexión de Stéphanie Roza (2023):  

“la incriminación radical del legado de la Ilustración representa una regresión en la medida en que viene a alinearse, se quiera o no, volens nolens, con los argumentos y las tesis de la vieja crítica conservadora y contrarrevolucionaria de los antiilustrados. Tomar conciencia de punto muerto de tal enfoque es indispensable en la perspectiva de reconstrucción e incluso del rearme ideológico de la izquierda frente a los desafíos contemporáneos”.  

Para una visión general del contenido valga este párrafo de las conclusiones, que engarza los dos tramos del título, el crítico y el propositivo:  

“Certificar las inercias de determinadas izquierdas, empecinadas en debatirse entre la dilución socioliberal y la estridencia populista, postradas ante el aluvión identitario, los efluvios irracionalistas o la complicidad nacionalista, no se debe traducir en derechización, abandono de la vocación colectiva o resignación. Al revés, certificar la deriva reaccionaria de las izquierdas nos ha de propulsar para tomar partido, para deshacer el entuerto, con inspiración quijotesca, pero aferrados al modo materialista de hacer las cosas de Sancho Panza”.  

El libro, dedicado al barrio obrero de Fontarrón y a la librería Lagun como emblemas de los dos polos de interés, consta de siete capítulos a los que se suman la introducción (“La traición a los principios clásicos de la izquierda”), las conclusiones (“Y sin embargo… Razones para la reconstrucción de una izquierda racionalista e igualitaria”), un prólogo (“Las dos traiciones de la izquierda”) de Juan Francisco Martín Seco y un epílogo de Félix Ovejero (“Del pasado hay que hacer añicos”). Los enunciados de los capítulos son: 1. La tercera vía: cuando la izquierda renunció a serlo, 2. Silencios incómodos: lugares comunes ante el fundamentalismo de mercado, 3. La cruzada contra el universalismo: ¿qué fue del compromiso de la izquierda con el laicismo y la ciudadanía?, 4. El eclipse de la razón: posmodernismo, individualismo y abandono de la instrucción pública, 5. Ciudadanía, el horizonte pendiente: inmigración, libre circulación y reacción identitaria, 6. La seducción delirante: la imposible relación entre izquierda y nacionalismo y 7. Descentralización: el incentivo neoliberal ante el que sucumbió la izquierda.  

Como se ha dicho, son dos los ejes argumentales del libro que tienen que ver con las dos dimensiones de la conflictividad descritas por Ralf Dahrendorf en El conflicto social moderno, el vertical de la estratificación y el horizontal de la pertenencia identitaria. Este es el de más difícil resolución en virtud, por un lado, como señala Albert O. Hirschman, de su carácter indivisible en contraste con los conflictos de mercado, y por otro y complementario, de su tendencia a formularse en términos morales, como observa Donald L. Horowitz. Estos conflictos son también los más potentes polarizadores en razón de su componente emocional. Podría decirse que ambas dimensiones son las que sustentan el nombre del partido que el autor del libro pone en marcha, izquierda, para el rubro vertical, y española, un patronímico poco atractivo para los nacionalismos subestatales y sus afines estatales, para el horizontal.  

 

Propuestas económicas lesivas para la igualdad 

Dentro del primer eje se incluyen dos tipos de contenidos; el primero tiene que ver que los diferentes parámetros que muestran cómo el inconsciente neoliberal ha ido minando los cimientos del estado social. Por citar un ejemplo posterior a la publicación, 111 personas murieron al día en 2023 esperando una ayuda a la dependencia, según datos del último informe de la Asociación de Directores y Gerentes de Servicios Sociales. Sin duda el indicador más elocuente de este deterioro es el aumento de la desigualdad, una tendencia persistentemente reflejada que tiene como corolario la concentración de recursos en la cúpula y la pérdida de posiciones en las clases medidas (desmedianización), la avería del ascensor social y del tropo de la meritogracia. Según el Informe sobre la desigualdad en el mundo 2022 elaborado por L. Chancel, Th. Piketty, E. Saez y G. Zucman, en España el 1% más acaudalado dispone del 12,4% de la renta y del 23,2% de la riqueza.  

Como ejemplo de este incremento de la desigualdad el autor señala que el tipo máximo impositivo ha bajado considerablemente desde el 65,5% establecido por el gobierno de Adolfo Suárez; hoy, cuando el valor es casi veinte puntos menos, “eso sería considerado socialcomunista”, ironiza el autor, que insiste en que las reformas aprobadas por los gobiernos progresistas no han producido resultados relevantes para desactivar las reformas estructurales impuestas con el pretexto de la crisis financiera. En segundo término, porque los gobiernos socialistas, seducidos por la tercera vía, habían conformado el híbrido socioliberal que participó con entusiasmo en el establecimiento del credo neoliberal: privatización, desregularización, liberalización. En esta lógica socio(neo)liberal se ha llegado a sostener que bajar impuestos es de izquierda, a apoyar casinos (ayer en Toledo Eurovegas, hoy Hard Rock en Tarragona) o a oponerse a la fijación de precios en el mercado de la vivienda, cuando España cuenta con un mísero 2,5% de vivienda social frente a un 18% en Europa. Frente a ello el autor sostiene que la desigualdad es reaccionaria. Desde esta óptica se crítica el desajuste europeo que aprobó una unión monetaria sin haber establecido una integración política, fiscal o presupuestaria, este desajuste es “el elefante en la habitación” responsable de la jerga tecnocrática y de las secuelas correspondientes que acarrearon la precarización.  

El impacto de estas políticas de corte neoliberal se agrava con disfunciones amparadas en el diseño descentralizado del Estado de las Autonomías. Por citar un ejemplo más reciente que el libro, la encuesta del INE de condiciones de vida para el año 2023 revela dos elementos significativos: un aumento del porcentaje de población en riesgo de pobreza o exclusión social hasta alcanzar el 26,5%, más de uno de cada cuatro ciudadanos, mientras que llega a un 37,1% el número de los que no pueden afrontar gastos imprevistos; y, a la vez, la muy diferente distribución entre comunidades con tres veces más de posibilidades de formar parte del lote del riesgo en Andalucía (30,5 % de la población) que en el País Vasco (10,2%) o Cataluña (13,9%), las naciones ‘oprimidas’ o ‘colonizadas’, según ciertos relatos. Las diferencias entre comunidades reflejan en el plano horizontal lo que la tiranía del código postal en el vertical. No es la única conexión. En el ámbito de la salud, no hay en España un historial clínico centralizado ─con lo que ello supone si uno debe ingresar en un centro fuera de su comunidad─, ni un catálogo de enfermedades raras, ni prestaciones homogéneas, ni un calendario único de vacunación. De modo más general y respecto a un aspecto central del libro, el de la fiscalidad, el autor trae a colación la conclusión de Gabriel Zucman de que “cuanto más descentralizado es el sistema fiscal más difícil será tener un sistema impositivo progresivo”. Un pacto fiscal especial para Cataluña, a imagen de los del País Vasco y Navarra, reclamado por los partidos nacionalistas en el contexto de la Ley de amnistía en detrimento del régimen común significaría una merma considerable del margen de acción del Estado en políticas públicas, como han reconocido varios expertos a Laura Delle Femmine (El País, 11/11/2023). El precio de los faccionalismos es parte esencial del tratamiento del segundo eje. 

 

La identidad contra la triada republicana y el universalismo 

Libertad, igualdad, solidaridad, laicismo y universalismo son los anclajes retóricos de la izquierda; a lo que habría que añadir el también lema republicano de la indivisibilidad de la república. La tiranía del origen, la meritocracia hereditaria inversa, el narcisismo de las identidades, la dialéctica del resentimiento (Sjoerd van Tuinen), el dogmatismo, las veleidades posmodernas, el culto a la diferencia (¿cómo considerar algo digno de exaltación el ser sordo, gordo, cojo, calvo o trans si no es como parte del cervantino arte de ofenderse?) y prácticas afines coinciden en fragmentar el espacio político frente al empeño agregador del universalismo. El secesionismo de los ricos, de las Comunidades Autónomas con mejor nivel de vida, se inscribe en esa lógica que combina el supremacismo de la elección étnica y el victimismo de la ingeniería de los agravios. Es llamativo al respecto que el líder del PSE, Eneko Andueza, presuma reiteradamente de que el País Vasco gestiona más de 96 de cada 100 euros (El País, 16/12/2023 y 25/02/2024).  

La privatización identitaria del espacio público refuerza la privatización neoliberal y ambas constituyen una suerte de coalición cruzada contra el ideal de ciudadanía. El capítulo 4 contempla un caso particular de esta deriva, que el autor resume en el eclipse de la razón. El relativismo posmoderno, el constructivismo social y la primacía de lo sentimental (La democracia sentimental, en los términos de Manuel Arias Maldonado, o La vida emocional del populismo, en los de Eva Illouz), menoscaban la verdad y dejan expedito el camino para todos los irracionalismos. Seguramente uno de los indicadores más elocuentes de esta deriva es la transformación de un posmodernismo crítico con los grandes relatos en un impulso dogmático e inquisitorial, en el que coinciden el empeño cancelador del wokismo de izquierdas y el autoritarismo reaccionario antiwoke de ciertas derechas. La cancelación se sitúa precisamente en los antípodas del programa ilustrado, cuyo cometido era precisamente luchar contra los prejuicios mediante el ejercicio de la crítica (Lukianoff y Schlott, Umut Özkirimi, Gonzalo Torné). 

El grueso del capítulo 6 ─“La seducción delirante: la imposible relación entre izquierda y nacionalismo”─ ilumina las principales expresiones de la deserción de la izquierda a partir del supuesto elemental subrayado por el historiador Eric H. Hosbawm, pero también por otros autores poco sospechosos de sensibilidad reaccionaria como Mark Lilla, Alain Sokal, Thomas Piketty o Christophe Guilluy, de la incompatibilidad entre nacionalismo, y por extensión políticas identitarias, e izquierda. Conviene aclarar que la incompatibilidad es bidireccional: ni la izquierda cabal puede ser nacionalista fuera del contexto particular de la descolonización, ni el nacionalismo puede ser de izquierdas, como escribió Jesús Casquete a propósito del abertzalismo. El autor acerca el foco mediante jugosas anécdotas en boca de representantes del sector ideológico afectado por estas supersticiones.  

 

La confluencia axial.  

Las lógicas faccionalistas del identitarismo son bienvenidas por el fundamentalismo de mercado o el anarcocapitalismo que encuentran en este “divide y vencerás” evocador de la parábola de Babel, un colaborador impagable para debilitar el poder del estado y, por tanto, de su capacidad impositiva y redistributiva. El dumping fiscal, la descentralización competitiva y las figuras especiales de fiscalidad reman en esa dirección de vaciamiento del Estado (Peter Mair), contra la igualdad de la ciudadanía y la primacía de lo común. Cabría añadir a los argumentos del autor la observación de que en la lógica nacionalista las concesiones no son consumatorias sino que se utilizan como metas volantes para ulteriores reivindicaciones; pongamos la ley de amnistía en el momento de escribir este artículo. De otra manera, es difícil comprender cómo son mucho más acentuadas en aquella parte que concede a vascos y catalanes competencias inéditas al norte de los Pirineos; un aspecto generalmente desatendido. El léxico del blindaje competencial, las asimetrías ─acaso la denominación oximóronica de izquierda asimétrica vendría al pelo─, y otras formas de diferencialismo aúnan los dos impulsos desigualitarios, el vertical de clase y el horizontal de tribu. Son las “extrañas coincidencias” que refiere Guillermo del Valle. Hay, no obstante, temas que imbrican ambas dimensiones y que presentan por ello dificultades particulares de abordaje, como el de la inmigración, en el que se echa en falta el criterio universalista de la igualdad para dar cuenta de su génesis en la escala actual.  

Las principales líneas argumentales del trabajo vienen apuntaladas por el prólogo y el epílogo de dos autores solventes y miembros del conjunto ralo de la izquierda refractaria tanto a los cantos de sirena tribales como al embrujo de la curva de Laffer.  

 

Sortear Escila sin encallar en Caribdis 

No estamos ante un tratado académico sino ante una propuesta cívico-política. El autor invoca la autoridad de los expertos para apuntalar su línea argumental pero el estilo es claramente divulgativo, destinado a un público no experto, si cabe hablar de tal distinción cuanto se dirimen asuntos de interés general, de competencia ciudadana ─la eliminación de esta materia en el currículo no dice mucho de la preocupación por la educación democrática─. Se puede leer también como una propuesta para el debate; en este sentido, el lector no necesariamente compartirá cada una de las posiciones que el autor sostiene. Quien escribe, partiendo del acuerdo en lo principal, señalaría un par de discrepancias. Por una parte, parece reduccionista oponer razón o intereses a sentimientos y pasiones. Hay sentimientos interesados y razones enalbadas. Acaso lo que procede es defender los buenos sentimientos, porque desde luego cabe emocionarse con causas nobles y muchos de los progresos de la humanidad obedecen a ello. Lo escribió Orwell en Homenaje a Cataluña: “lo que atrae a las personas ordinarias hacia el socialismo y les impulsa a arriesgar sus vidas por él, la “mística” del socialismo, es la idea de igualdad”. De modo que también cabe hacer del combate contra la desigualdad un motivo sentido.  

Desde luego hay otras pasiones, como esas que alientan la polarización del debate público, no solo en España. Es poco probable que el libro pueda sustraerse a ellas y sortear Escila sin encallar en Caribdis en el aparato eléctrico de la tormenta política donde las flechas del “y tu más” ensombrecen los noticiarios. El riesgo mayor es que precisamente el libro sea utilizado oportunistamente como arma arrojadiza en este contexto schmittiano de tratar a los competidores como enemigos. A la vista de las reacciones observadas, parece que desde sectores de la izquierda la tendencia ha sido la ignorancia y la descalificación apriorística de letra gruesa, con argumentos ad hominem de repertorio. Por el contrario, desde el otro polo ideológico se tiende a reducir el argumentario a los aspectos horizontales de la crítica, a la impugnación de los particularismos identitarios, obviando la otra cara del ensayo: la denuncia de la desigualdad y los embates que han debilitado el estado social. De modo que hay quien defiende al Estado contra los pretendientes a construir uno propio, pero no mantiene tal posición para defenderlo contra las acometidas del fundamentalismo del mercado. Es decir, se queda con lo que corresponde al rubro del adjetivo en el título, desatendiendo la centralidad del sustantivo. La ignorancia o el desprecio desde el lado de una izquierda que tiene reparos hasta para mencionar la palabra “España” habla por sí mismo para el otro flanco. Pero el libro combate por igual la captura de la pertenencia/diferencia desde el espacio identitario/diversitario y la captura de la propiedad/desigualdad desde el espacio de inspiración neoliberal, clasista o darwinismo social.  

 

Tres imperativos para una pedagogía cívica 

Vale la pena resaltar el carácter pedagógico del libro. Puesto que el trigrama republicano ─libertad, igualdad, fraternidad─ es de cuño ilustrado y se inscribe en el programa que ha dado el cuadro normativo más hospitalario a la humanidad, con ese documento de referencia que es la Declaración Universal de Derechos Humanos, es oportuno recordar dos piezas de aquel momento fundacional de esta larga marcha hacia la emancipación. Es bien conocida la múltiple aportación kantiana, desde sus máximas, el imperativo categórico y el manifiesto doblemente universalista de La paz perpetua (1795), si bien mostró una cierta miopía al despreciar el flanco de los sentimientos. La formulación del imperativo categórico condensa los dos ejes de interés de La izquierda traicionada: la jerarquía de fines y medios, que impugna la sociodicea neoliberal, y la humanidad como sujeto de referencia de la emancipación, que cuestiona la micronización identitaria y los imperialismos particularistas. Con el mismo espíritu vale recordar un texto menos conocido pero igualmente luminoso del padre del Estado de derecho. Escribe Montesquieu: “Si conociera algo beneficioso para mí y perjudicial para mi familia, lo rechazaría. Si conociera algo bueno para mi familia y no para mi país, lo olvidaría. Si supiera de algo beneficioso para Europa y perjudicial para la humanidad, lo consideraría un delito”. 

Saltando cuadrículas espaciotemporales cabría, y esto es de cosecha propia, incorporar un imperativo coyuntural para combatir la lógica gravitacional del encrespamiento reinante: cuidar la respirabilidad del espacio público y la sintaxis común con una comunicación pública respetuosa con el pluralismo y la dignidad de las personas; por convicción, en la línea ilustrada, o por interés: los estilos pugilísticos tienen mayor coste a largo plazo aunque vehiculen emociones baratas. Lo dijo el maestro Machado: “Si se tratase de construir una casa, de nada nos aprovecharía que supiéramos tirarnos correctamente los ladrillos a la cabeza. Acaso tampoco, si se tratara de gobernar a un pueblo, nos serviría de mucho una retórica con espolones”. (Querría no haber desmerecido en este rubro; pero no es fácil salir pulcro de una atmósfera embarrada).  

Desde este empeño cívico por enfriar el debate sería recomendable evitar palabras de fuerte carga invectiva, por ejemplo sería deseable reservar para usos muy limitados términos de descalificación hiperbólica como traición. Porque, como han repetido los clásicos y muestran las guerras culturales, cuando aumenta la temperatura del debate, el tema se vuelve irrelevante. Lo ilustra Stefan Zweig en La curación por el espíritu con una enésima fórmula de la primacía de las emociones negativas que ya teorizó Georges Sorel: “Por desgracia, lo que determina el efecto inmediato de una doctrina es su alta tensión psicotécnica y no su calidad intelectual”. (El ensayo de Eric Hoffer, El verdadero creyente, es una referencia central al respecto).  

 

Cuestiones formales y algún reparo.  

Como parte del pluralismo, una pieza necesaria para el desenvolvimiento de la ciudadanía, el reseñista echa en falta algunos párrafos sobre aspectos centrales del argumentario, especialmente el jacobinismo y, su contraparte, la dialéctica centralización/descentralización. Si como escribió Wittgenstein “el lenguaje es el uso”, hay que partir del hecho de la carga connotativa negativa de la palabra centralismo por estos pagos, en parte, obviamente, por razones históricas y su vinculación con la política del franquismo. Pero lo contrario de algo malo no es necesariamente algo bueno, y el péndulo puede haber basculado a una posición igualmente indefendible. Es obvio que la unidad que reclama un programa republicano para sostener la igualdad y la justicia social no significa uniformidad ni homogeneidad; esto último es precisamente propio de las lógicas identitarias, que prescriben la máxima afinidad intragrupal y la mayor diferencia intergrupal, sea el grupo el género, la etnia, o tal o cual requisito más o menos arbitrario; porque bien sabemos desde Donald L. Horowitz que “no es el atributo el que hace al grupo, sino el grupo y las diferencias grupales lo que hacen importante al atributo”. En el continuo de la distribución del poder territorial, como en otros asuntos importantes lo crucial es la dosis conveniente; la fórmula, otra vez, de Machado: “Es el mejor de los buenos / quien sabe que en esta vida / todo es cuestión de medida:/ un poco más, algo menos”. Habrá qué medir cuanto de centralización o descentralización ayuda a los fines generales.  

Se observaba antes que el lector no tiene por qué compartir cada una de las posiciones expuestas en el libro; a quien escribe le parece por ejemplo que no es mala pedagogía formar capacidades y entrenar la inteligencia emocional; pues si bien es cierto que hay un exceso de pedagogismo posmoderno y de burocracia formalista, tan imputable por cierto a la vulgata neoliberal como al catón identitario, parece hiperbólico hablar de “una hojarasca pedagógica de las capacidades y los sentimientos (p 153)”; precisamente una parte del éxito del nacionalpopulismo tiene que ver con una suerte de analfabetismo emocional que facilita la seducción iliberal. Como escribe Colin Crouch (Social Europe, 05/01/2024): “El nacionalismo y la xenofobia son los principales productores de emoción política en sociedad enfrentadas a desafíos mundiales. Pero al ofrecer solo ‘soluciones’ xenófobas, son inútiles para combatir los daños reales del capitalismo”.  

En lo estrictamente formal, el índice inicial sería más útil si incluyera los subapartados; aunque no es exigible por no tratarse de un libro académico, un índice onomástico también vendría bien. Por otro lado, hay unas cuantas erratas (páginas: 65, 83, 85, 111, 126,140, 151, 263, y 276) que merecerían ser corregidas en eventuales próximas ediciones.  

Para lo fundamental, se trata de un libro necesario en cuanto que aborda desde una perspectiva cabalmente izquierdista un tema tabú, el de la captura mental de ciertas izquierdas por marcos mentales muy alejados de la sensibilidad tradicional de esta denominación. Se denuncia así un giro ideológico de alejamiento de los vértices de la igualdad, la libertad y la solidaridad. El espíritu del escrito se inscribe en una corriente que, sin negar la pluralidad de matices, las luces y las sombras de la Ilustración, sintetiza los valores más prometedores de la humanidad, como reflejan estas palabras añejas de Jean Jaurès: 

[La Ilustración] es el afán libre por la verdad universal, es el rechazo o el desdén de los prejuicios, es la incesante apelación a la razón, es la anchurosa simpatía humana que se dirige a todos los pueblos y a todas las razas, especialmente a todos los empeños de civilización y pensamiento, cualquiera que sea la forma y la nación en que se produzcan; es la necesidad de comprenderlo y armonizarlo todo, de romper la unidad facticia de la tradición para crear la unidad viva de la ciencia y del espíritu; es la inspiración enciclopédica y cosmopolita, la pasión por la ciencia y la humanidad.  

 

 

Bibliografía: 

Arias Maldonado, Manuel. La democracia sentimental, Barcelona, Página Indómita, 2016. 

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Autor

  • Martín Alonso Zarza

    Martín Alonso Zarza (Viñegra de Moraña, Ávila, 1951) es doctor en Ciencias Políticas y profesor jubilado. Ha escrito sobre nacionalismos, memoria, identidad, sufrimiento social, violencia política y víctimas. Es autor de Universales del odio, El catalanismo del éxito al éxtasis (3 vols.), No tenemos sueños baratos, Alquimistas del malestar: Del momento Weimar al trumpismo global (en colaboración con F. Javier Merino Pacheco) y coordinador de El lugar de la memoria. La huella del mal como pedagogía democrática.

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