La Biblia de Casiodoro de Reina y Cántico espiritual de San Juan de la Cruz

La Biblia del Oso (Libros históricos I | Libros históricos II | Libros proféticos y sapienciales | Nuevo testamento): Madrid, Alfaguara, 2021. [Según la traducción de Casiodoro de Reina en Basilea en el año 1569, 3.592 pp., 85,40 €].

Estuche Biblia del OSO, Editorial Origen, 2024. [Traducción de Casiodoro de Reina,  3.592 pp., 110,25 €].

 

En la Basilea de 1569, en los talleres del impresor Thomas Guarin, Casiodoro de Reina publicó la primera traducción completa de la Biblia al español después de doce años de severas dificultades y en medio de la furia desatada contra los defensores de la verdad hebrea. Lo consiguió pese a la orden de Felipe II de quemar el original a fin de impedir la reproducción de copias y, lo más grave, de detener a Casiodoro allá donde fuese para castigarlo e incluso darle muerte. Desde el siglo XIII, se había desatado la persecución y la quema del Talmud, el libro que da cuenta de la valiosa tradición rabínica a propósito del Tanaj o Biblia hebrea, una tradición rica y al mismo tiempo imprescindible en el estudio y comprensión de las Sagradas Escrituras. Pese a las prohibiciones, los cristianos más leales al Evangelio no dejaron de recurrir a maestros judíos porque eran los que permitían entender y estudiar la Biblia y, especialmente, la Biblia hebrea, la veritas hebraica. Fue en aquel entonces cuando nació la necesidad de tener versiones de los textos hebreos y de la sabiduría de la espiritualidad judía, y ello implicaba un conocimiento, por reducido que fuera, de la lengua hebrea y de los métodos judíos para el estudio y la meditación bíblicas. Si bien esta querencia fijó una escisión con respecto a las interpretaciones del Libro sagrado, la verdad hebraica pasó a convertirse en la necesidad cristiana de conocer la lengua hebrea y poder vivir la revelación de la Palabra de Dios. A su vez, significó la alianza entre cristianos y judíos en el estudio y meditación de un origen común, de una verdad que les hermanaba por el Verbo. La península Ibérica, además, era la tierra del Zohar (Libro del Esplendor), y resultaba inconcebible que, en algún momento de la historia, pudiera interrumpirse el fructífero intercambio de sabiduría entre maestros y discípulos, ya fueran judíos o cristianos. Tanto es así que la mística del Renacimiento no puede entenderse sin los maestros espirituales judeomedievales, aquellos que también tradujeron la Biblia hebrea antes del siglo XVI, como es el caso de la Biblia de Alba, traducida al romance por el rabino Rabí Mošé Arragel (1422) por encargo de Luis de Guzmán, maestre de la orden de Calatrava.

Esta búsqueda o necesidad hebraica fue la que movió al cardenal Cisneros a llevar a cabo el proyecto de la Biblia Complutense o Políglota (1514-1517), comprendida por el Antiguo Testamento en hebreo, caldeo y arameo, y el Nuevo Testamento en griego y latín. De esta manera, confiaba en dar un paso firme en la reforma religiosa con la finalidad de que pudieran surgir personas de espíritu con una formación que les capacitara para conocer los genuinos fundamentos que sostienen la Iglesia de Cristo. Uno de los episodios más tristes e irónicos en la historia de esta sincera hermandad en España fue el hecho de que Felipe II aprobara la impresión de la Biblia Regia (1568-1572), mientras en la Universidad de Salamanca se desataba la cruel persecución y el castigo contra los defensores de la veritas hebraica, en cuya nómina estaban tres nombres decisivos: Gaspar de Grajar, Martín Martínez de Cantalapiedra y fray Luis de León, todos ellos ferozmente atacados por el celo de la Inquisición. La Biblia Regia tuvo que imprimirse en Amberes, fuera de España, claro está. El responsable y editor fue Benito Arias Montano, que tampoco escapó de la vigilancia intolerante de los defensores de la veritas graeca, pese a que con la Biblia Regia ­­—o Biblia Políglota de Amberes— quiso salvar el vacío abierto por la imposibilidad de encontrar (por agotada) la Biblia Políglota o Biblia Complutense que el cardenal Cisneros dirigió. A su vez, lo que movió al humanista extremeño fue la motivación de que la Biblia se explicara a sí misma, y ello solo sería posible con la fijación del texto como única autoridad legítima ante la Palabra de Dios. Sin embargo, los problemas también acosaron a Arias Montano. En su caso, a raíz de las acusaciones ante la Inquisición por parte de León de Castro, catedrático de griego y latín en Salamanca y defensor de la veritas graeca y, así pues, de la Vulgata. León de Castro fue el mismo que denunció a fray Luis de León, Martín Martínez de Cantalapiedra y Gaspar de Grajar, y por idéntico motivo, por ser defensores de la verdad hebraica.

Pese a ello, Arias Montano contó con la protección de Felipe II y pudo defender con firmeza, en Roma, la verdad que los textos hebreos transmiten. El propio Papa, Gregorio XIII, hizo constar el Nihil obstat de la Biblia Regia, compuesta por la Biblia Políglota Complutense, la Biblia rabínica de Yaacob ben Hayim, la versión latina moderna de la Biblia hebrea de Sanctes Pagnini, la versión siriaca del Nuevo Testamento, Rewswitta, con traducción latina de Guy Le Fèvre de La Boderie, el Targum arameo de profetas y hagiógrafos y los tratados de carácter filosófico escritos, en su mayor parte, por el propio Benito Arias Montano.

Fuera de España, las Biblias romanceadas, aunque reducidas a meros testimonios parciales o libros de horas, también estaban prohibidas. Desde 1551, el celo de la vigilancia de las traducciones en romance fue férreo porque se quería impedir que los criptojudíos iniciaran a los más pequeños en su tradición, porque era la manera que tenían de salvaguardar la transmisión de su legado. Seis años antes, cuando tuvo inicio el Concilio de Trento (1545), la Vulgata se había declarado la única versión autorizada de la Biblia, y solo en su traducción (afirmaban) se encontraba la verdad que buscaban los cristianos y que la Iglesia católica transmitía. Ni tan siquiera el obispo-príncipe de Trento, cardenal Madruzzo, provocó un giro hacia la tolerancia mediante su fervorosa defensa de las traducciones al romance, bajo el argumento de que la observancia debía recaer exclusivamente sobre teólogos y obispos, los únicos responsables que tenían la obligación de garantizar la correcta interpretación de los Libros sagrados, dado que muchas de las versiones de la Vulgata eran transmisoras de un sinnúmero de errores y de lecturas que alejaban a los fieles de la Palabra de Dios y del ejemplo de Cristo. Las firmes acusaciones de los protestantes a la Iglesia católica por impedir a los fieles el conocimiento directo de las Sagradas Escrituras eran irrefutables. Los disidentes defendían la conversión de los corazones de los cristianos en «biblioteca de Dios» (Moreno, 2018, p. 158). Les resultaba intolerable que únicamente pudiera leer la Biblia en romance quien tuviera el permiso del inquisidor o del obispo, ya que eso significaba que casi nadie podría hacerlo.

Casiodoro de Reina concibió su traducción guiado por la convicción del humanismo cristiano de la Reforma e influido, en particular, por Sébastien Châteillon, protestante moderado que tradujo la Biblia al francés en 1555. Si la experiencia espiritual tenía que fortalecer Europa y reformar a quienes se habían hecho portavoces de la Palabra divina, esto solo podría conseguirse con traducciones de las Sagradas Escrituras a las lenguas vernáculas que brindaran a cada creyente la oportunidad de ser sacerdote de sí mismo o, con palabras de Erasmo de Róterdam, para que erigieran un altar en el corazón. Reina, ferviente defensor de todo ello, lo expuso de manera explícita en la «Amonestación» de su Biblia, donde, además de reivindicar la legitimidad de la traducción del texto Sagrado a cualquier lengua siguiendo fielmente las fuentes textuales, centró sus palabras en la concordia cristiana y en el ataque al «diabólico» catolicismo romano, al que considera el verdadero enemigo de la Palabra de Dios y el artífice de la destrucción de la Iglesia. Reina estaba animado por un compromiso espiritual de servicio al pueblo, manipulado, como a su vez la monarquía, por la Inquisición, por el poder del Santo Oficio que estaba enfermando social, intelectual y culturalmente a España mediante el soborno, la mentira, el miedo y la muerte. Su labor como traductor se asentó en el respeto a los textos Sagrados originales sin que ello le impidiera allanar la transmisión del mensaje de la Palabra de Dios, preservándolo siempre de que ni la revelación, ni la hondura, ni los matices, ni el lirismo pudieran verse alterados o desvanecidos.

La portada de su traducción se ilustró con la imagen de un oso encaramado a un árbol cuyo tronco está agujereado por un gran mazo que pende de una de las ramas. En el hueco del árbol hay un panal del que salen y entran abejas que revolotean en torno al árbol y al oso que está con la boca abierta dispuesto a saborear la miel que va sacando con la garra izquierda. Detrás del árbol, abierto en el suelo, se ve un libro con alguna hoja movida por el viento o el revolotear de las abejas. Y, en la página de la derecha, en el margen inferior, está escrito יהוה. Es decir, YHWH, el Tetragrama, el Nombre sagrado del Dios de Israel que es ensalzado y proclamado como Dios único en la Consolación de Israel de Isaías (40), el libro bíblico al que remite, precisamente, el lema del pie de la ilustración del oso que se alimenta de miel. Casiodoro transcribe en hebreo y debajo lo traduce al castellano: «La Palabra del Dios nuestro permanece para siempre. Isa. 40». El «Dios nuestro» es el Dios de Israel, refrendado por su transcripción hebrea del Tetragrama, יהוה . El Libro de Isaías se caracteriza por contener la primera declaración del Dios único del judaísmo (Is, 44: 6), así como por la crítica contundente contra el poder corrupto de quienes gobiernan y rigen el mundo, perjudican y empobrecen al resto de la población, tal y como denuncia, según hemos comentado, Casiodoro de Reina en el prefacio a su traducción. En Isaías se explica que Dios convertirá Jerusalén en el centro de su reino por la intervención de un mesías real capaz de destruir Babilonia. Y esta es, también, otra de las divisas del prefacio de Casiodoro cuando exige a los gobernantes y reyes que se conviertan en ese mesías real y redentor. La importancia del Libro de Isaías estriba, a su vez, en que es uno de los libros sagrados canónicos del judaísmo que conforman la Tanaj o Biblia hebrea, y por ser el primero de los profetas mayores para los cristianos; motivo por el que el Libro de Isaías mereció ser considerado como el quinto Evangelio.

El porqué del oso lo encontramos en el emblema del escudo de la ciudad de Berna, lugar donde estaba la imprenta de Samuel Biener, Apiarius. Era el distintivo de una marca tipográfica suya en desuso ya, aunque, en realidad, la traducción de Reina se imprimió, como dijimos, en los talleres de Thomas Guarin, cuyo distintivo era una palmera a la que quizá remita el árbol al que se encarama el animal (Moreno, 2018, pp. 181-182). Las ramas y las hojas parecen apuntar a ello. De ser así, es símbolo de la palmera iniciática del salmo 92 (12). La miel, en cambio, nos remite al Cantar de los cantares (5: 1), cuando Salomón le dice a la Sulamita que ha ido a su huerto a coger la mirra, los aromas, y, según la traducción del propio Casiodoro, «he comido mi panal y mi miel». Bien sabía el traductor que el «panal de miel» en hebreo (yaar, יער) está compuesto por el «despertar» (eir, עיר). El despertar al que conduce la revelación de Dios. Por tanto, hay que adentrarse en el huerto o jardín, en el Paraíso para saborear la miel de la revelación de la Palabra del Dios de Israel.

 

La huella en el Cántico de san Juan de la Cruz

En el Libro de Isaías también se pide que toda la naturaleza se disponga dulcemente para celebrar que Dios hablara y dijera: «Consolaos, consolaos, pueblo mío» (Isa, 40: 1). Dos de los accidentes geográficos aludidos son «monte y collado» (40: 4), allí donde la Amada (el alma) del Cántico espiritual de san Juan de la Cruz pide ir al Amado (a Dios) para encontrarse en Su «hermosura». Quiere ir al «monte u al collado» (v. 173) donde brota el agua pura, dice ella (v. 174). Semejante sintagma del Libro de Isaías traducido por Casiodoro de Reina es susceptible de ser considerado una coincidencia en el Cántico del Descalzo, porque también en el Cantar de los cantares, traducido por el propio Reina, aparecen «montes» y «collados», aunque no emparejados en un sintagma. Sin embargo, lo que resulta irrefutable son los préstamos de la traducción de Casiodoro de Reina del Cantar de los cantares que san Juan fija en sus «Canciones entre el Alma y el Esposo». El influjo de Reina en el Cántico es mucho mayor, por ejemplo, que el de fray Luis, cuya traducción al castellano del Cantar hebreo también leyó, aunque corriera en manuscritos y secretamente. En el caso de la traducción de Casiodoro de Reina hallamos su presencia en el Cántico mediante formas verbales, animales, detalles paisajísticos o descriptivos surgidos de la delicadeza y la vitalidad inconfundible y original del castellano de Reina. El compromiso reformador y el espíritu del traductor tuvieron que impresionar a Juan de la Cruz hasta el punto de aprehender el poema hebreo en esa versión e incorporarlo a su propio saber bíblico, a su deseo y necesidad de cantar el amor divino.

A estas intertextualidades en el Cántico espiritual con respecto a la traducción de Casiodoro de Reina viene a sumarse otro préstamo decisivo. En esta ocasión, no está relacionado con el Cantar de los cantares, sino con la traducción de Reina del Libro de Ezequiel, un libro bíblico excepcional para la espiritualidad judía porque en él Ezequiel describe su testimonio de la revelación del Maasé Merkabá, el Dios de Israel; Dios de naturaleza antropomórfica. La traducción de Reina del pasaje que nos importa es el siguiente:

 

una gran nube, y un fuego, que venía revolviéndose, y tenía al derredor de sí un resplandor, y en el medio de él, es a saber, en el medio del fuego una cosa que parecía como de ámbar. […] y sobre la figura del trono había una semejanza que parecía de hombre, sobre él encima. Y vi una cosa que parecía como de ámbar, que parecía que había fuego dentro de ella (Ez, 1: 4 y 26-27).

 

Casiodoro es el único traductor bíblico en lengua castellana que traduce חשמל como «ámbar». En el resto de las traducciones lo habitual es siempre «zafiro». Y fray Juan, cuando en la canción 31 del Cántico quiere aludir al misterioso secreto reservado solo para el goce de los esposos, lo hace refiriéndolo como «ámbar» (v. 153), el «ámbar» que, por dos veces, Reina fija en su traducción a fin de remitir al Maasé Merkabá, al Dios de la Merkabá. El místico, en la declaración a la canción 31, lo refiere, asimismo, como el «divino ámbar» (2002, p. 171).

La lectura que el carmelita hizo de la traducción de Reina resulta esclarecedora, sobre todo, también, si tenemos en cuenta que, en el largo prefacio latino que el traductor escribió como pórtico a su Biblia, escogió la revelación de Ezequiel (1: 4-28) para dar ejemplo de cómo debían ser los reyes y príncipes según el pensamiento del humanismo reformador y, por consiguiente, a qué debían aspirar: a la vivencia encarnada de Dios, porque es lo único que legitima a saber qué es Dios. Casiodoro de Reina escogió la visión de Ezequiel con la intención de responsabilizar a «todos los príncipes cristianos, católicos y protestantes» en la propagación de la obra de Dios, y con especial ahínco se dirigió a los protestantes, pues «tenían una doble responsabilidad porque habiendo entendido el «Evangelio de Cristo», debían ahora cuidar de aquella tierna iglesia renacida y comprometerse en la extensión de ese Evangelio entendido al modo protestante» (Moreno, 2018, pp. 165 y 169).

Casiodoro quiso traducir la Biblia al castellano con el propósito de que el Libro Sagrado pudiera convertirse en el modo de la derrota del catolicismo sin necesidad de recurrir a actos violentos, sino mediante la propia palabra divina, bien entendida y respetada como verdad revelada y, por eso mismo, rigurosamente traducida con reverencia. Reina ofreció su traducción con el propósito de participar en la liberación de los españoles de «la tiranía y tinieblas» de una Iglesia puesta en manos de corruptos e impíos.

La lectura del trabajo de Casiodoro de Reina significó la complicidad de otro reformador como él cuya labor era la transmisión del Verbo divino como única fuerza y ley legítima para el gobierno del ser humano. A buen seguro, el Descalzo comprendió profundamente a aquel hombre que había empezado vistiendo el hábito de monje jerónimo y había terminado siendo un proscrito, tanto a ojos de los católicos como a los de los ortodoxos calvinistas. Casiodoro de Reina, a su vez, sabía del valor de consagrarse al estudio del Árbol de la Vida, aquel que veía en la pintura mural del patio de los Evangelistas del convento donde empezó su vida religiosa, en San Isidoro del Campo. Por aquel entonces, fray Casiodoro tenía como maestro al llamado doctor Constantino, de origen hebreo, y uno de los protestantes más célebres de la Sevilla de la década de 1530. Pese a haber sido capellán de Carlos V, tras la muerte del rey, Constantino fue encarcelado y acusado de luterano por la Inquisición. Murió en la cárcel, sin defensa alguna. Entre las obras de su maestro, a Reina le fue cara la Confesión de un pecador, donde el doctor escribió que «el hombre es verdadero Dios. […] Todos los hombres tienen habilidad y ciencia para ser como Dios».[1] Casiodoro de Reina lo creyó, y durante toda su vida obró en consecuencia.

Por su parte, Juan de la Cruz sintió la hermandad de quien también como él buscaba cumplir la habilidad y la ciencia para ser verdadero Dios.

 

Bibliografía

Casiodoro de Reina (2003): La Biblia del Oso, Madrid, Alfaguara. [2.ª ed.].

Fernández López, Sergio (2009): El Cantar de los Cantares en el humanismo español. La tradición judía, Huelva, Universidad de Huelva.

Josa, Lola (2023): San Juan de la Cruz. «Cántico espiritual» a la luz de la mística hebrea, Barcelona, Lumen. [2.ª edición].

Laenen, J. H. (2006): La mística judía. Una introducción, Madrid, Trotta, 2006.

Miguélez Baños, Crescencio (ed.) (2002-2004): Obras completas de Gaspar de Grajar, León, Junta de Castilla y León-Universidad de León. [2 vols. Introducción, búsqueda de fuentes, edición crítica, notas y versión española de Crescencio Miguélez Baños; revisión y colaboración en las citas bíblicas de Juan Francisco Domínguez Domínguez].

Moreno, Doris (2018): Casiodoro de Reina. Libertad y tolerancia en la Europa del siglo XVI, Sevilla, Fundación Pública Andaluza Centro de Estudios Andaluces, Consejería de la Presidencia, Administración Local y Memoria Democrática, Junta de Andalucía, 2018. [2.ª ed.].

Rodríguez, José Vicente (2016): San Juan de la Cruz. La biografía, Madrid, San Pablo. [3.ª ed.].

Rodríguez-San Pedro Bezares, Luis Enrique (2016): «San Juan de la Cruz, una personalidad compleja y libre», en San Juan de la Cruz. La biografía, Madrid, San Pablo, pp. 919-939.

Scholem, Gershom (2005): Las grandes tendencias de la mística judía, Madrid, Siruela.

San Juan de la Cruz (2002): Cántico espiritual y poesía completa, Barcelona, Crítica. [Domingo Ynduráin; Paola Elia; María Jesús Mancho (eds.)].

 

 

 

[1] Ap. Moreno, 2018, pp. 24-25.

Autor

  • Lola Josa es Catedrática de Literatura Española de los Siglos de Oro de la Universidad de Barcelona. Su principal línea de investigación es la mística de San Juan de la Cruz. Es autora de San Juan de la Cruz. ‘Cántico espiritual’ a la luz de la mística hebrea (Lumen 2023), Teresa de Jesús y Juan de la Cruz. Sin máscaras y descalzos (CNTC, 2025), y del libro La medida del mundo. Palabra y principio femeninos (Athenaica, 2022) en el que se adentra en el origen bíblico de lo femenino mediante una exégesis que busca la experiencia prefilosófica, poética y fundadora.  Cabe destacar, asimismo, que es especialista en Teatro Clásico y en las relaciones poético-musicales de los Siglos de Oro. 

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