Adam Shatz. La clínica rebelde: Las vidas revolucionarias de Frantz Fanon, traducción de Raquel Marqués. Debate, 2024. 510 pp. 26,90 €.
El 6 de diciembre de 1961, mientras la policía retiraba los ejemplares de Los condenados de la tierra de las librerías de París cumpliendo la orden del director de la seguridad nacional de Francia, el psiquiatra, escritor y portavoz del Frente de Liberación Nacional de Argelia (FLN), Frantz Fanon fallecía de leucemia a los treinta y seis años en un hospital de Bethesda, Maryland, Estados Unidos, el «país de los linchadores», según sus palabras.
Fanon nació en 1925 en Fort-de-France, la capital de Martinica cuando la isla era una colonia francesa. Fue el cuarto de ocho hijos de una familia de clase media alejada de cualquier interés por la herencia africana o el mundo insular criollo. Como la mayoría de la población negra y mulata, los Fanon eran descendientes de esclavos llevados desde África Occidental para trabajar en las plantaciones de caña de azúcar. Su padre era funcionario de aduanas y su madre, una francesa de Alsacia, regentaba un pequeño comercio. Su posición social le permitió estudiar en el Liceo Schoelcher, institución que simbolizaba una «conquista histórica: la de la clase mulata» y donde enseñaba Aimé Césaire[1], el intelectual, poeta y dramaturgo martiniqués que influyó en la vida y la obra de Fanon. Según las memorias de su hermano mayor Joby, Fanon fue un niño indómito, pendenciero y algo salvaje, apasionado del fútbol y las aventuras. En la adolescencia se convirtió en un fervoroso lector de los clásicos de la literatura francesa.
En 1943, Fanon se alistó como voluntario en el ejército francés para combatir en la Segunda Guerra Mundial. Al incorporarse al ejército, que se regía por una estricta jerarquía racial, descubrió con consternación que Francia no respetaba los valores que había asimilado en la escuela. Fanon fue herido en la batalla de Alsacia y condecorado con la Cruz de Guerra. Mientras se recuperaba en el hospital, le escribió a su hermano reconociendo que había cometido un error y lo estaba «pagando»; y en una carta a sus padres admitía que había luchado por unos principios obsoletos y que, si hubiese muerto, no habría sido por una causa noble. Conforme se aproximaba el final de la guerra, las tropas africanas y antillanas que habían combatido para liberar Francia fueron reemplazadas por batallones europeos, en un proceso conocido como blanchiment (blanqueamiento). Este proceso culminó en el desfile triunfal por la liberación de París, cuando De Gaulle sustituyó a los soldados negros de las colonias por exiliados españoles republicanos. En un testimonio personal, Fanon declaró que durante la celebración de la victoria fue incapaz de encontrar una mujer francesa que quisiera bailar con él.
De vuelta a Martinica, Fanon terminó sus exámenes en el Liceo y en 1946 regresó a Francia con una beca para estudiar medicina en la Universidad de Lyon. Durante los años de estudiante se interesó por la literatura y la filosofía, especialmente por el existencialismo de Jean-Paul Sartre y la fenomenología de Maurice Merleau-Ponty. Asistió a los seminarios de Merleau-Ponty y del etnólogo André Leroi-Gouran[2], que acababa de publicar el segundo volumen de Evolución y técnica: el medio y la técnica. Fanon leyó las obras de filósofos como Lévi-Strauss, Mauss, Marx, Lenin, Hegel, Heidegger, Sartre, Freud y Lacan. Sin estar claros los motivos, en el cuarto año de medicina eligió estudiar psiquiatría. En ese momento, 1950, Jean Dechaume era el jefe del departamento de psiquiatría de la universidad de Lyon y del hospital Grange-Blanche, que sustentaba una clara orientación biologicista y era un apasionado de la neurocirugía, especialmente de la psicocirugía. Fanon trabajó primero en el hospital de Saint-Ylie en Dole y, posteriormente, en Saint-Alban.
Los trabajos psiquiátricos de Fanon son poco conocidos y, en general, han sido ignorados o desacreditados. Sin embargo, la condena de la sociedad colonial que Fanon realiza en su obra política, surge en gran medida de ellos y de su práctica asistencial, como si su lucha por la autonomía y los derechos de los enfermos fueran el preludio de su combate por la libertad de los colonizados.
Después de finalizar los estudios en Lyon, Fanon se trasladó al hospital psiquiátrico de Saint-Alban, en el sur de Francia, donde trabajó con el psiquiatra y marxista catalán Francesc Tosquelles Llauradó.[3],[4] Shatz señala que Saint-Alban «fue también un laboratorio de psiquiatría radical y dio lugar a una nueva política, incluso a una poética, del cuidado. La revolución que se desplegó allí poseía la libertad imaginativa y la chispa de la espontaneidad, del surrealismo, pero se enraizaba en la tarea poco sofisticada y casi infinita de tratar víctimas de condiciones a menudo irreparables y extremas, de restaurar el sentido y el propósito de unas vidas despojadas de ambos. Era una combinación de sueños utópicos y pragmatismo reformista» (p. 120).
Fanon dejó Saint-Alban en 1953 y ese mismo año lo nombraron director del hospital psiquiátrico de Blida-Joinville, en la Argelia ocupada por Francia, donde adquirió una valiosa experiencia durante tres años. Como responsable médico en Blida, Fanon comenzó a familiarizarse con el mundo y la cultura árabes, aproximándose de forma gradual al FLN, para finalmente unirse al movimiento y compartir su destino.
En Blida-Joinville, asumió la actividad clínica de un pabellón de mujeres europeas y otro de hombres argelinos, e intentó aplicar las ideas que había aprendido de Tosquelles sobre la desalienación y la terapia institucional. Con este fin, dispuso un patio de recreo, trazó un campo de fútbol y animó a las mujeres a realizar actividades como la cestería y la representación de obras de teatro. Además, fundó una revista inspirada en Trait d’union, llamada Notre Journal. Este proyecto tuvo un gran éxito entre las mujeres europeas, pero fue un rotundo fracaso con los hombres musulmanes, que mostraban desinterés por las actividades, se marchaban o se acostaban alegando que estaban cansados. Fanon sospechó que esta falta de motivación no se debía a la indolencia o a la mala fe, como decían sus colegas, sino a que el método universalista basado en la cultura francesa era inapropiado. Al mismo tiempo, el trabajo se veía dificultada porque Fanon no hablaba árabe ni bereber y dependía de intérpretes (no comenzó a aprender árabe hasta 1956, el mismo año que abandonó Argelia).
Para implementar la terapia institucional, denominada por Fanon «terapia social», que había aprendido de Tosquelles, Fanon decidió, en colaboración con un grupo de enfermeras musulmanas, instalar una cantina donde los hombres pudieran tomar café, hablar y jugar a las cartas, y un «salón oriental» para las mujeres. Además, invitó al hospital a artistas locales y al muftí de Blida para el Eid al-Adha o Fiesta del Sacrificio, estrategia culturalmente más pertinente que cosechó un gran éxito y contribuyó a respaldar las ideas de Fanon sobre el papel de la cultura local —no sólo de la cultura colonial— en la descolonización de la sociedad y la mente.[5]
Pero, al mismo tiempo que su actividad de psiquiatra, Fanon realizaba su función de activista y, además de ejercer un «compromiso con la curación» fomentaba la «convicción en la violencia». Un colaborador recuerda que le impresionó su compasión: «Trataba a los torturadores de día y a los torturados de noche». El trabajo en Blida-Joinville se tornó cada vez más tenso cuando en 1954 estalló la guerra de independencia de Argelia, se produjeron los levantamientos del FLN en Philippeville y la implacable respuesta francesa con más de diez mil argelinos asesinados. Esta represión marcó para Fanon el «punto de inflexión» y configuró su modo de concebir la descolonización como un proceso sustancialmente violento. Desde un principio, Fanon se alineó con el FLN, se incorporó a la resistencia activa y colaboró como médico, atendiendo a los guerrilleros en el hospital psiquiátrico. Cuando en 1956 se descubrió la participación del personal del hospital con la resistencia argelina, Fanon abandonó Argelia.
Después de unas semanas en París, Fanon se trasladó a Túnez y retomó la práctica psiquiátrica, primero en el hospital Razi de la Manouba y después en el hospital Charles Nicolle, atendiendo a tunecinos, refugiados argelinos y soldados del FLN, y desplazándose los fines de semana a las bases del FLN para proseguir su trabajo. Asimismo, se incorporó al gabinete de prensa del FLN y pasó a ser miembro del comité de redacción de El Moudjahid, el periódico de los rebeldes en francés. Shatz describe las contradicciones existentes entre la postura oficial de Fanon como portavoz del FLN y su trabajo como médico, además de los errores políticos derivados de su idealización de la lucha. Por ejemplo, creyéndose un verdadero «campesino rudo», Fanon incitó al FLN a apoyar a Holden Roberto y al FNLA de Angola, y — aconsejado por Roberto, que contaba con el respaldo de la CIA— se alineó con Joseph Kasavubu en el Congo, y no con Patrice Lumumba.
Frantz Fanon es conocido por tres libros: Peau noire, masques blancs (1952; Piel negra, máscaras blancas, 2009), Sociologie d’une révolution (L’an V de la révolution algérienne) (1959; Sociología de una revolución, 1968) y Les damnés de la terre (1961; Los condenados de la tierra, 1999).
Piel negra, máscaras blancas constituyó inicialmente el trabajo de tesis que Fanon presentó a Dechaume en el hospital de Saint-Ylie en Dole, pero el catedrático lo rechazó airadamente por considerarlo inadecuado. En un gesto inusual de transigencia, Fanon realizó un trabajo más académico sobre la enfermedad de Friedrich.[6]
El texto rehusado por Dechaume se publicó en 1952 sin gran éxito de crítica. Piel negra, máscaras blancas es una síntesis de su historia personal y de influencias diversas como Sartre, Adler, Hegel y Lacan. Fanon realiza un «análisis psicológico» y expone como la sociedad colonial genera categorías raciales rígidas que cosifican a las personas y deshumaniza su psique. Frente a esto, elogia la libertad y la «desalienación» (que aplicaría en su trabajo como psiquiatra) cuya finalidad sea el bienestar mental de las comunidades oprimidas. Shatz afirma que Piel negra… comparte la forma y la sensibilidad de El segundo sexo de Simone de Beauvoir sobre la condición femenina, al describir las vivencias de un grupo oprimido de modo que la construcción social de las mujeres les impedía experimentar una auténtica libertad. Para Fanon, la conciencia nacional o racial no constituían identidades donde refugiarse, sino los medios para la consecución de un fin. Identificar y combatir la injusticia «crearía un nuevo universalismo, en el que blancos y negros convivirían sobre la base de la igualdad, el reconocimiento y la solidaridad».
Sociología de una revolución, publicado durante la revolución argelina, es una narración apasionada del despertar nacional y una celebración de la «victoria del colonizado sobre el antiguo temor y sobre la desesperación». Como obra sociológica, cada uno de los cinco capítulos está dedicado a un tema específico de la sociedad argelina: la ropa femenina, la radio, la familia, la medicina y las minorías europeas y judías.
Fanon dictó Los condenados de la tierra, su obra más conocida, después de ser diagnosticado de leucemia. El libro había surgido a partir de sus viajes por África y de su trabajo como psiquiatra y se basaba en la lucha armada en el Magreb y el desarrollo de la conciencia y de la lucha nacional en el resto del continente. La obra estaba influida por la Crítica de la razón dialéctica de Sartre y sus formulaciones sobre la deshumanización de los colonizados, la contraviolencia, la descolonización como un mundo nuevo y los «grupos en fusión» basados en una promesa y un juramento de lealtad que une al grupo. Pero Fanon se identificó principalmente con lo que Sartre llamaba «fraternidad-terror»: la sospecha, la tiranía y la violencia que aparecía en los grupos en fusión.
En Los condenados…, Fanon analiza la conciencia y la cultura nacionales, y las consecuencias que las guerras coloniales tienen en la psique de los colonizados. Además, reivindica la lucha armada de liberación, afirmando que la descolonización es un proceso intrínsecamente violento. Se trata de un libro provocador, basado en una combinación de análisis clínico e inspiración literaria, que suscitó toda una serie de críticas clínicas y políticas. En la defensa de la violencia Fanon señala que «la violencia desintoxica, libera al colonizado de su complejo de inferioridad y de sus actitudes pasivas o desesperadas» y se establece como una fuerza de cohesión social que une a los colonizados (antes una masa indiferenciada de «nativos» atrapados en la desesperación y el fatalismo) con un objetivo común: la liberación nacional.
Fanon era consciente de que la revolución podía acarrear que los colonizados se convirtieran en «esclavos de los tiempos modernos» y advertía que sin una revolución social, los «nativos» nunca superarían la «supremacía de los valores blancos», como les había ocurrido a los antiguos esclavos de las Antillas. Asimismo, auguró que la descolonización podía resultar un «formalismo estéril», con una élite nueva que ocupaba los puestos abandonados por los colonos y gobernaba sin preocuparse de los nativos, con una «imitación nauseabunda» del poder colonial bajo la bandera de la independencia. Igualmente, Fanon predijo con perspicacia que los gobernantes de los estados africanos poscoloniales —«la fuerza moral al abrigo de la cual la burguesía (…) decide enriquecerse»— se atrincherarán apelando al «ultranacionalismo, al chauvinismo. Al racismo». Es decir, anticipó la aparición de regímenes sanguinarios como los de Mobutu Sese Seko en Zaire o Robert Mugabe en Zimbabue.
Fanon pidió a Sartre que escribiera el prólogo del libro y este aceptó gustosamente. Simone de Beauvoir en Las fuerzas de las cosas señala que «Sartre se dio cuenta en Cuba de la verdad de las palabras de Fanon: con la violencia, los oprimidos alcanzan su humanidad. Estaba de acuerdo con su libro, un manifiesto extremo del tercer mundo, sin concesiones, incendiario, pero también complejo y sutil».
En el célebre prefacio de Los condenados de la tierra, Sartre expresa su admiración hacia el libro y comparte y elogia la defensa de la violencia. Se trata de un texto aún más incendiario que suscitó más hostilidad que el propio ensayo de Fanon. Por ejemplo, Sartre escribe: «la locura homicida es el inconsciente colectivo de los colonizados (…) matar a un europeo es matar dos pájaros de un tiro, suprimir a la vez a un opresor y a un oprimido: quedan un hombre muerto y un hombre libre». Aunque Fanon se sintió honrado por el prólogo, parece que no le gustó el retrato que Sartre hacía de él ya que continuaba siendo un «africano, un hombre del Tercer Mundo prácticamente desconocido y antiguo súbdito colonial».
Sobre el prefacio de Sartre, Jean Daniel escribió en su diario: «menuda masturbación mental», «¡Qué enorme tontería!». Y Hannah Arendt en su ensayo Sobre la violencia señaló que las ideas de Fanon sobre la misma eran más equilibradas que las de Sartre, pero que la lectura mayoritaria de Los condenados de la tierra se hacía a través del prisma de su atroz prefacio.
Shatz ofrece una lectura inteligente y cuidadosa de la violencia como parte esencial de Los condenados de la tierra. Recrimina a Jean-Paul Sartre que en su prólogo se centre solo en el primer capítulo del libro, Sobre la violencia, ensalzando la masacre («la violencia, como la lanza de Aquiles, puede curar las heridas que ha infligido») sin atender al llamamiento de Fanon a encauzar esos impulsos «en una lucha armada disciplinada». Shatz apunta que Fanon incluye en el último capítulo estudios de casos desgarradores de su práctica clínica, que involucran a víctimas y verdugos de la violencia. Estos casos muestran que incluso cuando Fanon escribió mesiánicamente sobre la violencia anticolonial, «no esperaba que el daño psicológico se reparase fácilmente».
Sin duda, el alegato que hace Fanon de la violencia es perturbador. Por ejemplo, cuando describe la revuelta de los Mau-Mau contra los británicos en Kenia (1952-1960) y la exigencia a cada militante de realizar un «acto irreversible» (golpear a la víctima) que lo integrara en el grupo y le impidiera regresar al sistema colonial: «Cada uno era así personalmente responsable de la muerte de esa víctima. Trabajar es trabajar por la muerte del colono. La violencia asumida permite a la vez a los extraviados y a los proscritos del grupo volver, recuperar su lugar, reintegrarse. La violencia es entendida así como la mediación real. El hombre colonizado se libera en y por la violencia».
La defensa y el elogio de la violencia que hace Fanon provocaron consternación y rechazo en muchos de sus primeros lectores, incluidos los que simpatizaban políticamente. El escritor François Mauriac lo calificó de «libro atroz». En la reseña que escribió Jean Daniel para el semanario L’Express felicitaba a Fanon por haber «realizado el sueño de su vida: dar una voz revolucionaria al tercer mundo». Sin embargo, en sus diarios expresó una opinión distinta: «un libro terrible, terriblemente revelador, un presagio terrible de la justicia bárbara. Los discípulos de estos argumentos serán asesinos tranquilos, ejecutores justificados, terroristas sin más causa que afirmarse a sí mismos asesinando a otros». Shatz señala que intelectuales de la izquierda anticolonial como el filósofo Jean-François Lyotard o el marxista vietnamita Nguyen Khac Vien también se mostraron incómodos y contrarios a las ideas de Fanon sobre la violencia como «praxis absoluta» de liberación. No obstante, la exaltación de la violencia que Fanon exhibe en el primer capítulo del libro (La violencia) deja paso a una postura más matizada en los siguientes y critica de forma explícita la política basada en la venganza, señalando que la obligación del movimiento revolucionario es dirigir los impulsos violentos de los colonizados hacia objetivos pragmáticos.
Los condenados de la tierra fue lectura obligada para los revolucionarios de los movimientos de liberación nacional de las décadas de 1960 y 1970: los Panteras Negras, el Movimiento de Conciencia Negra, los combatientes anticolonialistas de Angola, Guinea Bissau y Mozambique, las guerrillas latinoamericanas, la Organización para la Liberación de Palestina y los revolucionarios islámicos iraníes, que entendieron de Fanon las necesidades estratégica y psicológica de la violencia. Este valor psicológico lo comprendió el filósofo Jean Améry, superviviente del Holocausto, al señalar que Fanon había descrito un mundo que él conocía bien de su estancia en Auschwitz: «la violencia de los oprimidos es una afirmación de la dignidad».
En la actualidad, Fanon es una figura reverenciada en diferentes ámbitos, con frecuencia contradictorios. Recurren a sus ideas marxistas y liberales, laicos e islamistas, defensores y críticos de políticas identitarias. Ha sido acusado de misógino y ensalzado como feminista temprano, y lo han elogiado intelectuales de derechas e izquierdas. Fundamentalmente, se le ha acusado de rigidez y dogmatismo. Como portavoz del FLN se plegó a la línea del partido y defendió a la organización de las situaciones incómodas y comprometidas que pudieran provocar rechazo en la opinión pública. Cuando en 1957 asesinaron a trescientos hombres en el poblado de Melouza, en el norte de Argelia, Fanon admitió en privado la responsabilidad del FLN, pero públicamente acusó al ejército francés. Cuando el mismo año asesinaron a Abane Ramdane, su antiguo mentor político, en el contexto de una guerra interna entre facciones, Fanon guardó silencio, aunque más tarde confesó a Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir que se consideraba «personalmente responsable» de la muerte de Ramdane. Cinco meses después, El Moudjahid afirmó que Ramdane había «muerto en combate». Shatz retrata a un hombre cuya inclinación por el «extremismo retórico» podía ocultar el horror que sentía por la brutalidad que había presenciado. Al mismo tiempo, justifica sus silencios y disimulos por los riesgos que entrañaban sus intervenciones y por someterse a las directrices del FLN como la disciplina, el secretismo, el silencio, la negación y la exigencia de lealtad pública y compromiso con la causa. Pero Shatz también atribuye las conductas de Fanon al miedo ya que estaba expuesto a un riesgo personal y había sufrido un intento de asesinato.
Por una sorprendente incongruencia en su vida, Fanon falleció en un hospital de Estados Unidos (que Fanon describió como «un monstruo donde las taras, las enfermedades y la inhumanidad de Europa han alcanzado terribles dimensiones»). El traslado lo gestionó Oliver Iselin, un agente de la CIA con simpatías nacionalistas. El tratamiento que precisaba para la leucemia no estaba disponible en el norte de África, y la CIA pretendía congraciarse con el FLN para garantizar que Argelia no cayese bajo la órbita soviética. No está claro hasta qué punto Fanon fue consciente de la implicación de la CIA, pero, en cualquier caso, aceptó la indicación del FLN de viajar a Estados Unidos. En los últimos días de su vida sufrió estados confusionales con terribles alucinaciones y delirios en los que creía que los médicos trataban de blanquearle la piel metiéndolo en una lavadora. Fanon fue enterrado en Argelia que alcanzó la independencia en julio de 1962.
La biografía de Shatz resalta la práctica y la obra de Fanon como médico y psiquiatra, basada en el valor que concedía al cuidado del cuerpo y el psiquismo de sus pacientes. Además, Shatz traza un perfil de un «hombre» más que de un icono y trata de humanizar y comprender a un personaje evitando la beatificación y el esquematismo, subrayando la vanidad, la infidelidad, los errores, el mesianismo y las contradicciones humanas: «El aficionado a la fiesta y el asceta, el psiquiatra rebelde y el cumplidor, el luchador ambicioso y el militante altruista, el intelectual urbano que idealizó al campesinado, el oponente de Francia que creía fervientemente en las tradiciones revolucionarias jacobinas, el nómada que nunca dejó de buscar un hogar».
Shatz menciona que la fuente principal de su biografía son los escritos de Fanon, la biografía de David Macey, el retrato biográfico de Alice Cherki y las memorias de Mohammed Harbi, Marie-Jeanne Manuellan, Elaine Klein Mokhtefi, Jean Daniel, Michel Martin y Serge Michel. Sin embargo, omite las entrevistas realizadas por el académico Félix Germain en su libro Descolonizar la República (2016) y que contienen graves acusaciones, definiendo a Fanon como un hombre irascible, cuya vida privada, en especial la relación con su pareja, estaba marcada por la violencia: «Solía golpear a su esposa blanca en el dormitorio; una vez lo hizo delante de mí, de Ibrahim Seïd y de Ado Maurice. Lo hacía para humillarla, y decía “Me vengo”» (p. 90).
Shatz revela que Fanon no fue un escritor autobiográfico ya que creció en una isla donde la libertad era sinónimo de secretismo y que su obra contiene «lagunas, silencios, tensiones y contradicciones». Fanon dejó muy poco de sus pensamientos privados, por lo que «su vida interior siempre se nos escapará». Excepcionalmente, en Esta África del porvenir, incluida en el libro Por la revolución africana, que recoge las notas escritas por Fanon durante un viaje a Mali, anotó: «Todo esto no es tan simple».
[1] Aimé Césaire y el poeta senegalés Leopold Senghor promovieron el concepto de «negritud», que se materializó en un movimiento que defendía los derechos civiles y humanos de la población negra y la validez de su cultura.
[2] André Leroi-Gourhan (1911-1986), etnólogo, arqueólogo e historiador francés, fue uno de los grandes especialistas franceses en Prehistoria y Antropología y enseñó en las universidades de Lyon y La Sorbona.
[3] Francesc Tosquelles Llauradó (1912-1994) fue un psiquiatra catalán que estudió en Barcelona con el psicoanalista Sándor Eiminder —que había pertenecido del círculo vienés de Freud— y con Emilio Mira y López, que le dio a conocer la tesis de Jacques Lacan sobre la paranoia. Tosquelles trabajó en el Institut Pere Mata de Reus, formó un grupo clandestino llamado Bloque Obrero y Campesino, participó en la creación del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) y durante la Guerra Civil se incorporó a sus milicias en el frente de Aragón. Condenado a muerte por Franco, Tosquelles huyó de España en 1939, cruzando los Pirineos a pie y acabando en el Camp de Judes de Septfonds, al norte de Toulouse.
[4] Francesc Tosquelle rememora su trabajo con Fanon en Saint-Alban en François Toesquelles, Fanon et la psychothérapie institutionnelle, Sud/Nord, 1, 14, 2001, pp. 167-174. [Frantz Fanon y la psicoterapia institucional (trad. de Wioletta Slaska), Teoría y Crítica de la Psicología, 9, 2017, pp. 230-237,].
[5] En la actualidad, estas iniciativas terapéuticas parecen obvias pero, en su momento, predominaba una posición contraria que se inspiraba en supuestos culturales. Por ejemplo, para Antoine Porot y la escuela de psiquiatría de Argel el nativo del norte de África «se sitúa a medio camino entre el hombre primitivo y el hombre occidental evolucionado» y su «mentalidad indígena» se caracteriza por el «infantilismo mental, la sumisión a los instintos, la falta de control o desmesura, la falta de una racionalidad científica, la incapacidad de asumir actividades superiores de carácter moral e intelectual y una especie de imbecilidad de tipo histérico». Por su parte, el sudafricano blanco John Colin Carothers, figura de la psiquiatría colonial británica entre 1930 y 1950, afirmaba que «el africano utiliza muy poco sus lóbulos frontales. Todas las particularidades de la psiquiatría africana pueden atribuirse a una pereza frontal» (…) el africano normal es un europeo lobotomizado. Véase, Carothers JC. Psychologie normale et pathologique de l’Africain. Étude Ethno-Psychiatrique, Ginebra, OMS, 1954.
[6] Fanon F. Troubles mentaux et syndromes psychiatriques dans l’hérédo – dégénérescence spinocéré – belleuse. Un cas de maladie de Friedrich avec délire de possession. Medical thesis, Lyon, 1951.