ETA – El atentado de la cafetería Rolando

Gaizka Fernández Soldevilla y Ana Escauriaza Escudero (2024): Dinamita, tuercas y mentiras. El atentado de la cafetería Rolando. Madrid: Tecnos. [256 pp., 24,22€]

 

Teo Uriarte, uno de aquellos militantes de la ETA de los sesenta que llegó a ser condenado a muerte en el juicio que encumbró a la organización en sus horas más bajas, el proceso de Burgos de diciembre de 1970, acostumbra a decir que el atentado de la calle del Correo de Madrid del 13 de septiembre de 1974 termina por constatar la voluntad decididamente terrorista de la organización. Desde su primer asesinato en junio de 1968, el del Guardia Civil de Tráfico José Antonio Pardines Arcay, ETA había matado a 13 personas; en un solo día, con un solo atentado, aquel viernes de septiembre de 1974, se igualó la cifra, con 13 nuevos muertos –o heridos que morirían después– que se sumaban a la trayectoria de ETA y empezaban a vaticinar la tormenta que se avecinaba. Algo cambió a partir de aquella fecha. Incluso una parte del antifranquismo, que menos de un año antes había jaleado el magnicidio del presidente del Gobierno, Luis Carrero Blanco, a manos de la misma organización, y que priorizaba, ante la crítica, la «solidaridad antirrepresiva» hacia quien consideraba una parte más del vasto movimiento de oposición a la dictadura –equivocada o no con sus métodos, pero legítima en última instancia–, comenzó a incubar dudas –todavía vagamente– sobre aquel independentismo vasco y sus métodos, más allá de la versión esgrimida sobre la autoría ultraderechista del atentado. En septiembre de 1974 se cruzaba una nueva línea, que se sumaba a la de 1968 –la voluntad de matar; ahora, de forma indiscriminada–, y se aceleraban las tensiones en el seno de la propia ETA que conformarían el escenario posterior de la Transición y la democracia, con la división entre ETApm y ETAm y la paulatina victoria de los sectores más militaristas, que acabarían conformando la mortífera organización que ha perdurado hasta inicios del siglo XXI.

Sin embargo, como declararía la cajera de la cafetería, Florentina Carro Ramón, aquel día no se observaba «anormalidad alguna» en el establecimiento citado. O al menos así fue hasta el estallido, a las 14:30 horas, de los explosivos que dos ciudadanos franceses miembros del frente militar de ETA, Bernard Oyarzabal Bidegorri y María Lourdes Cristóbal Elorga, habían dejado en aquel lugar pocos minutos antes. Explosivos compuestos por varios kilogramos de dinamita goma 2E-C –entre 5 y 8– y mil tuercas de acero hexagonales que destrozaron la cafetería Rolando, edificios y establecimientos contiguos, y los cuerpos y las vidas de 13 personas que fallecieron a causa del atentado, más los 73 heridos que recoge el sumario del caso. Pasado medio siglo de la masacre, el libro recientemente publicado por la editorial Tecnos Dinamita, tuercas y mentiras. El atentado de la cafetería Rolando, realizado por los historiadores Gaizka Fernández Soldevilla y Ana Escauriaza Escudero, analiza el contexto, los detalles de lo ocurrido, rescata la memoria de sus víctimas y narra la intrahistoria del atentado, tanto en lo que atañe a la trama madrileña de apoyo a ETA dirigida por Eva Forest, colaboradora esencial para la realización del mismo, como a la evolución de ETA en aquel periodo. Dos autores más que apropiados para la narración de estos episodios. El primero, responsable de Investigación del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, cuenta ya con una larga trayectoria en publicaciones sobre la historia del terrorismo y de ETA en particular, pues es autor, entre otros, de los libros El terrorismo en España. De ETA al Dáesh (Cátedra, 2021), La voluntad del gudari. Génesis y metástasis de la violencia de ETA (Tecnos, 2016), Las raíces de un cáncer. Historia y memoria de la primera ETA (1959-1973) (Tecnos, 2024). La segunda, investigadora y docente en la Universidad de Navarra, ha publicado el libro Violencia, silencio y resistencia. ETA y la Universidad (1959-2011) (Tecnos, 2022) y también ha colaborado con el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo.

Desde la fundación de ETA en 1959 por aquel número de jóvenes que pretendía impulsar la lucha nacional de Euskadi y sobrepasar la criticada pasividad del PNV, el grupo había evolucionado hacia una organización de carácter «tercermundista» que trataba de emular en el País Vasco las luchas de liberación nacional del momento –Cuba, Argelia, Vietnam– e imprimir en el nuevo nacionalismo vasco un carácter socialista y revolucionario. Más trascendente aún había sido su decisión de emplear la violencia como herramienta de lucha y poner en práctica, tal y como ratificó la V Asamblea en marzo de 1967, la espiral acción-represión-reacción, mediante la que se pretendía provocar una represión creciente por parte de la dictadura que espolease la oposición a la misma. Los asesinatos de 1968 de Pardines y Melitón Manzanas, jefe de la Brigada de Investigación Social de Guipúzcoa, pusieron en marcha la maquinaria que acabaría desembocando, entre otras muchas acciones, en el atentado de la calle del Correo. Y la espiral, efectivamente, funcionaba, pues episodios como el proceso de Burgos de 1970 o el atentado contra Carrero Blanco, la «operación Ogro» de diciembre de 1973, fueron conformando la comunidad antirrepresiva tras la que nacería la futura izquierda abertzale, el colectivo que sostendría el terrorismo en las décadas posteriores, y generando dinámicas de solidaridad periféricas entre amplias capas del antifranquismo que naturalizarían la violencia de ETA en sus primeros años. Fundamental para la realización del citado magnicidio fue la relación construida por Argala, miembro del aparato militar de ETA, con el matrimonio compuesto por Eva Forest y el escritor Alfonso Sastre, y el desarrollo en Madrid de una red de militantes izquierdistas, algunos ex militantes del PCE desencantados con el partido, que crearían la infraestructura que permitió tanto el asesinato de Carrero como el atentado contra la cafetería Rolando. La narración de estos episodios se complementa en el libro con la inclusión de acontecimientos relacionados con el terrorismo que en los años 70 y 80 golpeó con fuerza en distintas partes del mundo. Una «tercera oleada» terrorista, tal y como definió Rapoport, en la que se ha de insertar la evolución de ETA en sus primeras décadas, pues bebía del mismo corpus teórico y trataba de aprender e imitar las mismas experiencias de «revolución» y «guerrilla» (sic) que el IRA Provisional, la Fracción del Ejército Rojo, las Brigadas Rojas o el Ejército Rojo Japonés. Atentados que se sumaban a los provocados por los múltiples grupos de extrema derecha que también golpearon de forma sangrienta en aquel periodo. Todo ello explicado de forma más específica en el Epílogo que se adjunta al libro a partir de un enlace de QR, y que contribuye al necesario ejercicio de contextualización comparativa que todo trabajo de historia ha de incluir.

 

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