Cómo se hizo Revista de Libros. Diálogo con Álvaro Delgado Gal

José Lázaro: Revista de Libros nació en el año 1996 y la dirigiste desde entonces hasta el 2022, durante 25 años, en cifras redondas. Ahora, cuando por primera vez ha sido nombrado otro director, es buen momento para hacer una reflexión sobre la etapa anterior que nos permita entender las razones por las que esa revista ha sido, y espero que siga siendo, una institución única en la cultura española. Y esta última afirmación la hago a título personal, con la intención de ir justificándola y argumentándola a lo largo de este diálogo contigo, que espero no sea ni corto ni único.  

Empiezo pidiéndote, Álvaro, que nos cuentes cómo surgió la idea de crear una revista de libros, quiénes la engendraron y cuál fue su planteamiento de partida. 

Álvaro Delgado-Gal: A principios de los ochenta, durante cuatro años, con cuatro cuartos y el apoyo de  un grupo de amigos (casi todos economistas: Luis Linde, Pedro García Ferrero y otros), dirigí Libros, que es el modelo primitivo de Revista de Libros. Entonces conocí a Alfredo Pérez de Armiñán, que era secretario general técnico del Ministerio de Cultura. Alfredo nos suscribió a las bibliotecas públicas dependientes del ministerio. Con el tiempo, nos hicimos muy amigos. El caso es que, al ser nombrado gerente de la Fundación Caja Madrid, en 1996, se acordó de la revista y me propuso intentarlo de nuevo, con mucha más financiación. Ese es el origen exacto de Revista de Libros. El sucesor de Alfredo, Rafael Spottorno, siempre apoyó a la revista. Y tuvimos de nuestro lado a Miguel Blesa. 

Nuestras referencias, en la versión adolescente de la revista, habían sido el Times Literary Supplement y The New York Review of Books. Lo mismo, a mayor escala, más adelante. Esto tuvo una serie de consecuencias estructurales, o, si se quiere, funcionales: 

  1. Variedad de temas. Al elegir la reseña como modelo, se abordaba un espectro amplísimo de asuntos, desde la teoría de la evolución o la física a la teología o la poesía.  
  2. Marco muy flexible. En casi todas las revistas culturales, el autor está obligado a hacer, bien divulgación, bien opinión de sesgo político, bien algo parecido a un trabajo académico. Pero el libro crea un contexto, y permite al escritor tocar varios registros a la vez. 
  3. Las reseñas solían ser largas. Algunas, larguísimas, sobre todo en Revista de Libros. No se trató de un azar. Existe el peligro, cuando la reseña es corta, de que se escriba sin haber leído el libro. Cualquier autor con un poco de oficio puede dar el pego. Esto es imposible cuando la extensión supera las 1.500 palabras. Nosotros hemos llegado a publicar artículos de casi 20.000. 
  4. Edición concienzuda, una rareza en España. La reseña paseaba varias veces entre autor y editor. O no se publicaba cuando no ofrecía la calidad suficiente o acusaba alguna clase de sesgo (amiguismo; hostilidad injustificada). El autor, incluidos los muy instalados, se deja editar si nota que se le lee con atención. Se deja editar varias veces. 
  5. Dado el carácter especializado de los temas (novela o poesía aparte), acudíamos por lo común a profesores de universidad. Pero siempre quisimos evitar la culta latiniparla académica. No solo por facilitarle las cosas al lector, sino por razones estéticas y conceptuales.  
  6. Cuando las circunstancias lo permitían, reuníamos varios títulos, estuvieran o no traducidos, y sacábamos un artículo con la hechura de un ensayo. 

La cadencia de la revista era mensual. La extensión, muy considerable. El trabajo detrás de cada número, formidable. La idea era que el lector culto atinara con dos o tres artículos por número que suscitaran su interés. Y que, a lo largo de los meses, se terminara teniendo una percepción de lo que estaba ocurriendo en el mundo del pensamiento, la literatura y la ciencia. La revista, por fuerza, se separó pronto de sus modelos inspiradores. Puesto que España no es la Gran Bretaña o los USA. Es otra sociedad. Conseguir superar vicios no infrecuentes en la edición española (prisa; falta de cuidado; amiguismo), obligaba a un tipo de gestión totalmente original. El trabajo, repito, fue enorme. Mi primer editor fue Guillermo Solana; a partir de los pocos años, y hasta casi el final, Luis Gago. En el último año y medio, Rafael Narbona. Amalia Iglesias trabajó como subdirectora durante la fase de papel. Yo seguía muy de cerca la edición, o compartía tarea con el editor. La edición, más el cuidado en la elección de los colaboradores, fue el fuerte de la revista. Pero prefiero llamar la atención sobre la edición, inédita en su propósito y ambiciones, hasta donde se me alcanza, en lengua española. Pagábamos bastante bien, hasta casi el final, lo que es también importante y por entero recomendable si se edita con mucho rigor.  

 

JL: Yo no había tenido en cuenta el antecedente de la revista Libros. ¿Te refieres a la que publicaba la Fundación Juan March en formato sábana? Lo que yo recuerdo de ella, en efecto, era en varios aspectos un precedente de Revista de Libros, aunque el número de los que reseñaba cada mes era muy pequeño. ¿Puedes resumirnos su historia, sus características, el tiempo y la forma en que se publicó? 

ADG: Absolutamente nada que ver con la Fundación March. El número 0 salió en octubre de 1981. El último (n.º 44) en octubre de 1985. Era mensual… en teoría. No siempre pudimos mantener la periodicidad. Alrededor de 24 páginas, aunque el número no era siempre el mismo. De gran formato, salvo al final. Mucho de los colaboradores de Revista de Libros lo empezaron siendo de Libros. La subdirectora era Araceli García Ríos. El grupo fundador estaba formado, sobre todo, por economistas. Ya te he mencionado a Pedro García Ferrero y Luis Linde. Añado algunos más: Ángel Rojo, Fernando Eguidazu, Raimundo Ortega, José Luis Ugarte, José Luis San Pedro, Óscar Leblanc, Amadeu Cuito, José Luis Leal, Rafael Bermejo… Y otros que no eran economistas, como mi padre, Luis Díaz del Corral… La redacción estaba en Fortuny, 37, donde dirigía una mediadora financiera Pedro García Ferrero. Los medios, modestísimos. Entre Araceli y yo lo hacíamos todo. A partir de cierto momento, que no sé precisar, se acabó el dinero y se ocupó de los gastos Pedro. 

 

JL: Tocas un punto fundamental al decir que vuestras referencias eran el Times Literary Supplement y The New York Review of Books y al añadir que “esto tuvo una serie de consecuencias estructurales”, de las que enumeras seis. Me gustaría analizarlas una a una, pero antes, mirando ese modelo de forma global, ¿piensas que esas seis características son lo que tienen en común ambas revistas? ¿Ves diferencias entre ellas dos? ¿La London Review of Books se saldría de ese planteamiento o es, como quería ser Revista de Libros, un tercer intento de seguir el modelo de las dos fundacionales? 

ADG: La London, en mi opinión, es una variante de las otras dos. Si no estoy equivocado, salió durante la larga parálisis del Times Literary Supplement, víctima de la crisis del diario The Times. 

¿Diferencias entre las tres publicaciones? Una muy importante, con el Times Literary Supplement a un lado, y las otras dos revistas, al otro. El Times Literary Supplement es ante todo una revista de reseñas, con algún ensayo largo por número. La periodicidad es semanal, y constituye un instrumento ideal para saber qué se mueve en el libro escrito en inglés. Una revista imprescindible para los bibliotecarios. Estoy hablando del papel. Carísimo de hacer, tanto porque el número de artículos complica la gestión, como por el hecho de que el pago por las colaboraciones, tomadas por junto, es más alto. Pero sobre todo por lo primero (la plantilla es enorme).  

La London y la New York, de periodicidad quincenal (y bastante más grande la segunda que la primera), son revistas de ensayo… con formato bibliográfico. Menos colaboradores y más recurrentes. Mucha menos infraestructura. Nosotros estábamos obligados, por razones económicas (razones de fuerza mayor) a parecernos más a la New York que al Times, aunque el porcentaje de reseñas no era en absoluto desdeñable. 

 

JL: Abro paréntesis. Todas las revistas mencionadas —que forman el que he llamado “modelo anglosajón”— tienen en el título una palabra, un significante que las identifica: Times, New York, London… Tú has dirigido dos, la primera llamada Libros y la segunda Revista de Libros. Cuando mencionaste la primera, que yo no recordaba, la confundí con otra revista, que publicó la Fundación Juan March entre 1987 y 2003, que se dedicaba también a largas reseñas bibliográficas y se llamaba Saber/Leer, otro título genérico. Este tipo de títulos, que a algunos editores les encantan (El Periódico, La Revista…) tiene, en mi opinión, más inconvenientes que ventajas, sobre todo por lo poco diferenciales que resultan. A veces, además, dan lugar a protestas o a conflictos legales por parte de otras publicaciones de título parecido. ¿Por qué elegisteis esa opción genérica? ¿Piensas que fue una buena elección? ¿Qué resultado os ha dado, después de tantos años? 

ADG: Una mala elección, por las razones que arguyes. No tengo una teoría sobre la causa que nos llevó a cometer ese error. Desde luego, falta de imaginación (o concentración). Apunto dos motivos más, especulativamente. Eufonía: Revista de libros de Madrid suena mal. Revista madrileña de libros, que suena mejor, tiene un retintín cómico/castizo. Dos, la necesidad de evitar los calcos. “Revista de libros” es una descripción genérica. Revista de libros de Madrid un eco de New York Review of Books. 

 

JL: En la respuesta anterior, a mi paréntesis sobre el título, señalas claramente las diferencias —relacionadas entre sí— que caracterizan a las principales revistas de libros anglosajonas: mayores o menores medios económicos y de personal, periodicidad más o menos frecuente, predominio de ensayos o reseñas… Dicho eso, podemos entrar en lo que realmente importa: las coincidencias entre todas ellas, las características de ese “modelo anglosajón” que tú has logrado adaptar a España. Retomando con detalle lo que adelantabas a grandes rasgos en tu primera respuesta, enumeraría las siguientes fases: 1) Selección de libros a comentar. 2) Selección de colaboradores para comentarlos. 3) Características establecidas para los artículos que se encargan. 4) Edición de los textos para ajustarlos al punto anterior.  

Empecemos por el punto primero. Como tú mismo decías, la revista cubría “un espectro amplísimo de asuntos, desde la teoría de la evolución o la física a la teología o la poesía”. Pero el número de libros que se pueden comentar es una ínfima porción de los que se publican; había que elegir lo mejor en cada campo. Es imposible que eso lo haga una sola persona, por muy amplia que sea de mente. Tú siempre contaste en la revista con una lista de “Coordinadores” especializados en distintas áreas. ¿Cuál era su función? ¿Trabajabais en contacto frecuente o eran más bien asesores esporádicos? ¿Hacías la selección de libros básicamente tú, la hacías con los coordinadores o tenías otras fuentes de información solvente? 

ADG: Los coordinadores y yo. Esa era la combinación, sin entrar en ponderaciones relativas y artificiales, puesto que los coordinadores solían tener una relación amistosa conmigo.  

Las relaciones eran informales. No se celebraban reuniones periódicas. Ni siquiera reuniones en sentido estricto, esto es, con representación de las distintas áreas. Muy al final, en la segunda etapa digital, me juntaba, cada dos o tres meses, con Rafael Núñez Florencio y Martín Schifino. Pero muy al final. El porcentaje de títulos extranjeros era considerable. Muchos se me ocurrían a mí. No existió nunca un comité editorial propiamente dicho. Esto es, no se sometía a un grupo determinado la aprobación de los títulos encargados o de las reseñas recibidas.  

La revista estaba sumergida en un ambiente. Y ese era el criterio de selección. De los títulos y de los reseñistas. 

 

JL: Imagino que desde un punto de vista teórico se podrían hacer muchas críticas a ese modelo, pero está claro que en la práctica dio buen resultado, dado el prestigio que adquirió la revista gracias a la calidad de su contenido final. El que fuese un procedimiento tan informal y tan centralizado en la figura del director confirma mi hipótesis de que se trataba de una auténtica “revista de autor”. 

En tu última intervención respondes a los dos primeros puntos que yo mencionaba (“selección de libros a comentar” y “selección de colaboradores para comentarlos”). Pasemos al tercero: “Características establecidas para los artículos que se encargaban”. La que a mí me parece más notable es que los artículos estaban escritos por especialistas solventes en cada tema, pero su lectura era de gran interés para los lectores cultos no especializados. Yo a veces elegía el tema que menos me interesaba de cada número lo empezaba a leer con el mayor escepticismo y el texto me encantaba. Igual que hay escritores que consiguen que me interese cualquier tema que elijan, hay otros que consiguen aburrirme incluso cuando tratan de temas de gran interés para mí. Lo más notable de Revista de Libros, en mi opinión, es que conseguía hacerte interesante los temas que a priori menos te interesaban. ¿Cómo lo conseguíais? ¿Qué indicaciones les dabas a los colaboradores a los que encargabas un tema o un libro? (Luego hablaremos del proceso de edición a partir del momento en que recibías la primera versión del artículo). 

ADG: En una revista de libros no se habla, evidentemente, del mar y de los peces. Se habla en cada caso de la materia sobre la que versa el libro, lo que orienta hacia una cierta especialización. Y también abre túneles, pasillos, con la universidad. Los autores más frecuentes de RdL eran catedráticos de universidad. No resulta especialmente misterioso distinguir los malos profesionales de los buenos. Hay profesores con crédito, otros que disfrutan de menos, y estos prestigios no suelen ser arbitrarios. El punto delicado era la calidad de la escritura. Los profesores no suelen escribir demasiado bien. Y aquí aplicábamos dos criterios. Uno, prueba y error: el que salía buen escritor, era un candidato más probable para un encargo futuro. Dos, edición. Y de eso hablaremos en la entrega siguiente. Una observación más. Buscábamos colaboradores cultos, no solo eminentes en su especialidad. Culto, en este caso, significa: con preocupaciones generales, y las lecturas concomitantes. El economista culto, el científico culto, pueden expresarse con mucha solvencia sobre asuntos que no entran dentro de la asignatura específica que imparten en la universidad. Les pedíamos que escribieran, respectivamente, de economía y biología o física o lo que se terciara, de acuerdo: pero nos dirigíamos a mentes amplias. Eso daba a la revista un tono característico.  

 

JL: Llegamos ahora al que me parece el punto más importante, el proceso de edición desde que llega a la revista la primera versión de un artículo hasta que se publica (si es que se publica). Y en esta parte, precisamente por su importancia y peculiaridad, también hay que ir por partes. RdL tenía, y espero que siga teniendo, algunas características propias de las revistas culturales y otras de las revistas académicas. En esa mezcla reside su esencia.  

En las revistas académicas, generalmente muy especializadas, casi todos los artículos llegan espontáneamente, remitidos por académicos, pero casi nunca han sido encargados. Después, los textos, sin datos de su autor, son sometidos a un riguroso procedimiento de revisión por parte de especialistas externos a la revista. El resultado se remite al autor, que modifica el artículo, y este proceso se repite las veces que haga falta. 

En las revistas culturales, en cambio, los textos suelen ser encargados o remitidos por colaboradores habituales, y generalmente se publican (o se rechazan en algunos casos, pocos) tras una mínima revisión interna que no suele implicar mayores cambios ni reelaboración. Las colaboraciones espontáneas de desconocidos se suelen mirar por encima y pienso que pocas veces se evalúan en serio. 

En Revista de Libros, por lo que tengo entendido, los originales espontáneos se revisaban, pero casi nunca daban el nivel necesario (hay razones que lo explican, todos los directores de revistas o de editoriales reciben una catarata de textos que son infumables en el 99% de los casos). Casi todos los artículos de la revista eran de encargo, pero eso no les eximía de un largo y riguroso proceso de revisión y edición interno. Ese proceso de revisión por pares —que en las revistas académicas hace un amplio equipo de especialistas externos a ellas, como parte de su trabajo profesional— en el caso de RdL lo hacíais tú y no sé si alguien más. Con una diferencia esencial y ya mencionada anteriormente: en las revistas académicas se trata de que los mejores especialistas en un tema concretísimo juzguen el trabajo de sus colegas y lo editen de acuerdo con los criterios especializados que ambos comparten. En RdL el revisor era un editor culto pero no especialista en el tema, ya que lo que se buscaba era un texto destinado también a un público culto no especializado. Insisto en que es el acierto en este punto el que, en mi opinión, puso a RdL por encima de todas las revistas análogas en lengua española, y además esta es la esencia de lo que he llamado “modelo anglosajón”. Ese proceso de edición, que yo he realizado en ocasiones para revistas académicas, como me lo han aplicado a mí en ellas, supone una importante cantidad de trabajo para analizar, comentar y señalar las modificaciones necesarias en cada artículo.  

¿Era así como se hacía? Has hablado de que en cada etapa tuviste una subdirectora y/o un único editor. ¿Cómo os repartías esa ingente tarea? 

ADG: Como en las revistas culturales, los espontáneos eran una excepción. Nosotros hacíamos el encargo, lo que no era óbice para que rechazáramos el artículo si no nos parecía aceptable. El número de revisiones podía ser muy alto. Hay artículos que se han revisado cinco veces, hasta acabar siendo completamente distintos. Faltaba más, se consultaba todo con el autor, salvo erratas, alguna coma, cosas así. 

Las correcciones podían ser: o de estilo, o de estructura. Las de estilo eran esencialmente de tipo gramatical, aunque también valorábamos el tono, en varios planos. Intentábamos evitar los tics académicos. No tolerábamos elogios incomprensibles u oficiosos. Ni ataques infundados. Los cambios de estructura conllevaban supresión o añadido de párrafos, orden de exposición, etc. Muchas veces recomendábamos que se abriese el artículo de otra manera, o se centrase el foco en una sola cuestión, o en dos y no en tres. Se podían poner en cuestión ciertas inferencias, si no parecían justificadas. O suprimir desarrollos que nos parecían innecesarios, artificiales o desorientadores. 

El editor entraba en la gramática, sin perjuicio de que entrara también en el tono. Las decisiones que afectaban a la estructura, y con frecuencia al tono, las adoptaba yo. No solían someterse los originales a la consideración de terceros. Si acaso, se consultaban algunos puntos: ¿fue realmente así?, ¿es buena esta definición? Etc. 

A Luis Gago no se le escapaba una, compulsaba fechas, la ortografía correcta cuando el idioma no era el español, o cuestiones que en cierto modo eran de contenido (un ejemplo inventado: ¿Constantino se desempeñó como emperador durante el Principado o el Dominado?). 

Un montón de trabajo. 

 

JL: Un montón de trabajo e, imagino, un montón de conflictos. Recuerdo que cuando en nuestras revistas científicas se empezaron a hacer revisiones anónimas por expertos, adoptando la costumbre internacional, había catedráticos que no podían concebir que se les pidiese rehacer un artículo. De eso no hace tantos años, aunque hoy resulte increíble. Rechazos, correcciones… Las heridas narcisistas cicatrizan muy mal. Imagino que te harías con una importante cantidad de enemigos. ¿Te puedo preguntar por esas reacciones negativas de los autores, pero también por las positivas? Sospecho que debió de ser una exhibición de la naturaleza humana tan dura como la de asistir a la reunión de una comunidad de vecinos. 

ADG: Mi experiencia, en este terreno concreto, ha sido muy gratificante. O eso me atrevo a pensar. Con mucha frecuencia, el autor novel, entendiendo por tal al que no había colaborado antes con la revista, se sentía sorprendido por el hecho de que lo hubieran leído con atención. Esto introducía ya un clima de confianza. Si las objeciones se razonaban, y sabían formularse con cortesía, la respuesta era cordial. Y si el autor percibía la pertinencia de las correcciones, aun cuando tuviese que reescribir tramos del texto, no se oponía, casi nunca, al cambio. Hablo de todos, también de los consagrados o con mucho estatus en el mundo académico. Tal ha sido mi abrumadora experiencia, quitando algún que otro traspié. 

 

JL: Me alegra mucho que las reacciones de los colaboradores hayan sido, en general, tan buenas. Pero a veces los traspiés aportan más enseñanzas que las respuestas cordiales y las experiencias gratificantes, tanto sobre la dinámica editorial como sobre los factores humanos. ¿Podría pedirte que, sin citar nombres, me describieses esos traspiés? 

ADG: He hablado, realmente, de los trámites exitosos. Por desgracia tuve que rechazar, tras debatirlo por lo común con Luis Gago, muchas reseñas. A veces, tras dos o tres intentos de edición. Y entonces, claro, la reacción no podía ser buena. ¿Causas del naufragio? Lectura somera del libro; construcción defectuosa; estilo hinchado, reiterativo o vacuo. Cuando una reseña falla, suele ser por todas estas razones a la vez. Imponíamos extensiones grandes para evitar, precisamente, que el autor del artículo pudiera resolver el encargo haciendo faena de aliño o deslizando algunas generalidades. Pero cuando no se producía el naufragio, podíamos contar, por lo común, con la buena voluntad del colaborador. Y su santa paciencia, no menor que la nuestra, que también era santísima. 

 

JL: La revista tuvo una primera y larga etapa (1996-2011) en que se publicaba en papel, con formato periódico y amplia distribución a quioscos; publicasteis 180 números, que se dice pronto. En la segunda (2012-2015) salió exclusivamente en versión digital. La tercera (2015-2019) combinó el formato electrónico con el papel, esta vez en formato libro, con distribución limitada a suscriptores y un pequeño número de librerías selectas. Además de los decisivos factores económicos que forzaron a ello, ¿qué enseñanzas sacasteis sobre las ventajas e inconvenientes del papel frente a la pantalla? 

ADG: Las ventajas de la edición electrónica son evidentes: se abarata la producción, y se eliminan los problemas de distribución. Los inconvenientes son menos visibles, pero muy grandes y, de momento y por desgracia, decisivos, a menos que la publicación digital se apoye sobre una edición impresa. Enumero: 

  1. Cuando la publicación es en abierto, como era nuestro caso, pierdes de vista a tu público. En vez de un suscriptor que manifiesta su interés pagando su suscripción, tienes un público lector teóricamente vasto, pero, en realidad, inasible. Las cifras que suelen manejarse, por ejemplo, las que reflejan el tráfico, no significan en realidad nada. La mayor parte de quienes consultan las revistas vienen de vivaquear en Google, buscando información. Ni siquiera saben a qué publicación se están asomando. Los tiempos de permanencia son muy pequeños. En la red, de verdad, de verdad, no se lee. Los editores se hacen trampas en el solitario, inflando el tráfico por medios artificiales. Nosotros no hicimos eso nunca. Llegamos a reunir más de 200.000 visitas mensuales. No tardé en llegar a la conclusión de que eso no significaba nada. Nada en absoluto. 
  2. No hay modelo de negocio, si hemos de atender a la evidencia disponible. No funciona la publicidad. Tampoco las suscripciones. Basta ver lo que cuesta suscribirse a cualquier diario digital. 
  3. La necesidad de cambiar contenidos con frecuencia obliga a imprimir a las revistas un ritmo artificial. Al cabo, entra en colisión lo que te piden que hagas para que aumente el tráfico, y lo que tendrías que hacer para que te lean en serio.  
  4. Haber heredado un público no desdeñable, procedente de la etapa en papel, reduce la gravedad de estos problemas. Pero no resuelve del todo las cosas.  

Internet ha sido una bendición para muchas cosas, y una catástrofe para otras. Estamos todavía en una etapa de transición, con los inconvenientes que esto supone. Y no veo, en el corto/medio plazo, una salida fácil, entre otras cosas, por la desaparición de los kioscos y la decadencia del papel en término generales. 

 

JL: Lo que planteas ahora merecería un largo comentario. La desaparición de los quioscos a mí me ha asombrado, por su rapidez y por los poquísimos comentarios sobre ello que he visto en la prensa, su principal víctima. Y en paralelo a ese eclipse del papel dices que no hay un modelo de negocio para la prensa digital, como lo que demostraría “lo que cuesta suscribirse a cualquier diario digital”. No entiendo lo que quieres decir. El País celebró recientemente que había alcanzado 300.000 suscriptores; si la cuota habitual ronda los 10 euros al mes, eso supone unos ingresos mensuales de tres millones de euros, insuficiente para mantener la antigua estructura de El País (que eso sí es inviable) pero más que suficiente en la actualidad para un periódico digital con un equipo de unas treinta personas, como es el caso, por ejemplo, de The Objective / El Subjetivo, un periódico que en muchos aspectos no es inferior a El País y en algunas secciones, como la de Opinión, es claramente superior. Este diario digital, por cierto, no tiene muros de pago y está teniendo un crecimiento de lectores muy grande gracias a ello: todos sus textos se publican en abierto porque apuesta por la difusión, la influencia e (imagino) la consecuente publicidad. Y además por fichar articulistas muy conocidos e influyentes, al margen de que publiquen a la vez en su periódico habitual, lo que rompe otro tabú del periodismo, el de la exclusividad. ¿No se están planteando ya ahí dos modelos alternativos para la prensa digital, el de pago directo y el de ingresos indirectos? Otra cuestión sería la adaptación de esos modelos a una revista de libros.   

ADG: Hablo a bulto. Pero me parece que las promociones de los diarios permiten suscribirse por mucho menos de 10 euros al mes. Incluso en el supuesto de que esta cifra tuviese, por así decirlo, un valor descriptivo, que me temo que no, por cada lector en papel se necesitarían seis en digital para que hubiese empate. Y me parece que eso no pasa. La publicidad, está comprobado que no funciona. Internet, en bloque, moviliza los mismos ingresos que los antiguos periódicos en papel. Lo que significa… que muy pocos por publicación. Creo, la verdad, que lo digital no está funcionando económicamente, con todo lo que ello supone. 

 

JL: Pienso que también hay muchos casos de nuevas formas de generar ingresos a través de la cultura en Internet. Los youtubers son un fenómeno que solo de forma minoritaria se relaciona con la cultura de calidad, pero que están encontrando nuevas formas de ingresos directos, por micromecenzgo masivo de sus seguidores, e indirecto, por el patrocinio de empresas. Twitter está sirviendo como canal de promoción y ventas a muchos escritores. Hay cientos de publicaciones electrónicas, algunos son altruistas, otras muchas dan beneficios. Tema apasionante, pero quizá nos desvía mucho de la Revista de Libros.  

Coincido contigo en que las cifras de lectores digitales que dan herramientas como Google Analytics o similares tienen muy poco valor. He visto directamente que un artículo sobre un libro registraba más de 10.000 lectores en un año y en ese mismo año el número de ejemplares vendidos de ese libro no llegaba a la docena. El abismo entre los auténticos lectores de libros y los lectores virtuales de textos en internet es asombroso, aunque también es cierto que cada vez se ven más presuntos intelectuales que se alimentan exclusivamente de You Tube. 

Pero me interesa mucho tu afirmación de que la publicación en abierto te hizo perder de vista a tu público y la de que, en vuestra etapa electrónica, el haber heredado un público procedente de la etapa en papel redujo la gravedad de los problemas. Me interesaría mucho conocer las características (personales, no estadísticas) del público tradicional de RdL. Sospecho que forma un grupo de extraordinario interés y muy peculiar dentro de la cultura de habla española. Al margen, insisto, de datos estadísticos, ¿hicisteis alguna indagación sistemática sobre vuestro público? Y si no la hicisteis, por los simples contactos informales con los lectores, ¿pudiste hacerte una idea de que tipo de personas eran? Además de lo que apuntaste antes sobre los distintos hábitos de lectura, ¿detectaste diferencias entre los lectores de papel y los de pantalla?  

ADG. Se hicieron algunas encuestas durante nuestra etapa en papel. Las recuerdo un poco a bulto. Situémonos en, qué sé yo, 2005: público abrumadoramente masculino, tirando a los cincuenta años. Estoy hablando de compradores de la revista, es decir, de público real. Cifras nada extrañas. Los que leían hacia 2005, eran ya maduros; en nuestra revista mandaba el ensayo, otro género predominantemente masculino. Cuando pasamos a digital las proporciones variaron dramáticamente. Más paridad hombre/mujer, público mucho más joven. Datos, inter nos, que no me importan nada, porque no tengo la más remota idea de quiénes, entre los visitantes de la revista, la leían de verdad.  

Mi impresión es que un porcentaje muy importante de los lectores auténticos de la edición digital venían de la edición impresa. A pesar de que la edición digital era gratis, sospecho que algunos dejaron de leer RdL sencillamente por falta de adaptación al nuevo formato. Personalmente, no tengo objeciones de fondo al formato digital. Lo malo es el contexto, y, sobre todo, los pésimos hábitos de lectura que se han instalado en la red. Estamos usando mal las enormes posibilidades que ofrece el nuevo medio. Imagínate que se usaran los coches para desplazarse dentro de las casas. Pues más o menos eso. El precio está siendo muy alto.  

 

JL: Este diálogo está resultando más largo de lo que yo imaginaba, aunque tengo la impresión de que podríamos seguir sin que dejase de ser estimulante. Pero pienso que lo fundamental está dicho, ya hemos superado las cinco mil palabras y no podemos abusar de la generosidad de los editores. Concluyo con una pregunta tan tópica como útil: además de todo lo anterior, ¿hay alguna cosa importante que quieras comentar como síntesis de esta larga y (en mi opinión) extraordinaria aportación cultural que han sido tus veinticinco años al frente de Revista de Libros? 

ADG: Fue un fenómeno de oferta pura. Aunque me importaba saber si me leían, y mucho, nunca hice nada por complacer al lector. Nada. Y creo que hice bien. Si me hubiera puesto más simpático, habría repetido lo que ya hacen los que saben ser simpáticos. Lo habría repetido… con menos gracia. A la postre, no me fue del todo mal.  

 

Autor

  • José Lázaro

    José Lázaro (La Coruña, 1956) es escritor y profesor de Humanidades Médicas en el Departamento de Psiquiatría de la Universidad Autónoma de Madrid. Director de «Hedónica. Revista de Libros» (https://www.hedonica.es/). Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias por el libro «Vidas y muertes de Luis Martín-Santos» (Tusquets, 2009). Autor de «La violencia de los fanáticos. Un ensayo de novela» (2013) y «Vías paralelas: Vargas Llosa y Savater. Un ensayo dialogado» (2020). Coautor, tras Cecilio de Oriol, de «El alma de las mujeres» (2017). Compilador y editor, entre otros, de «Encuentros con ¿Agustín García Calvo?» (2013) y «Diálogos con Ferlosio» (2019). En la actualidad trabaja sobre la medicina del placer, los géneros de la violencia, el enigma del masoquismo y otros temas englobados bajo el título general «Homo hedonicus: el orgullo y el deseo». (https://joselazaro.eu/).

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