Ref: Lola López Mondéjar (2024): Sin relato. Atrofia de la capacidad narrativa y crisis de la subjetividad, Barcelona, Anagrama. [344 pp., 18,90 €].
Félix Crespo, psiquiatra y psicoanalista, entrevista a Lola López Mondéjar a propósito de su ensayo, Sin relato. Atrofia de la capacidad narrativa y crisis de la subjetividad, Premio Anagrama de ensayo 2024.
«En síntesis: no poseemos una naturaleza humana, estrictamente hablando, carecemos de instintos que marquen nuestra conducta como sucede con los animales, no somos naturaleza sino historia, pero creo que sí podemos describir las condiciones que nos hacen ser los humanos que hoy somos; condiciones cuya privación nos pondría en riesgo de disminuir nuestra humanidad tal y como la conocemos. Estas serían, en primer lugar, el aprendizaje social en un entorno humano, es decir, nuestra socialización en una comunidad humana presencial que nos transmita el lenguaje, así como la consiguiente posibilidad de narrarnos y darle sentido al mundo (identidad personal y narrativa); la adquisición y el desarrollo de una imaginación creativa que nos singulariza; nuestra capacidad de proyectarnos hacia el futuro y de crear soluciones nuevas para hacer frente a esa representación del tiempo que anticipamos; la empatía y la compasión, es decir, la facultad para ponernos en el lugar del otro y conmovernos con el dolor ajeno; y la capacidad para actuar individual y colectivamente.»
Lola López Mondéjar (2024): Sin relato. Atrofia de la capacidad narrativa y crisis de la subjetividad, Barcelona, Anagrama, p. 299.
«[…] el cuidado también es una práctica moral definitoria. Es una práctica de imaginación empática, responsabilidad, testimonio y solidaridad con los más necesitados. Es una práctica moral que hace a los cuidadores, y a veces incluso a quienes reciben los cuidados, más presentes y, por lo tanto, más plenamente humanos. Si la antigua percepción china es correcta, en cuanto a que no nacemos completamente humanos, sino que nos volvemos así a medida que nos cultivamos a nosotros mismos y en nuestras relaciones con los demás, y que debemos hacerlo en un mundo amenazante donde las cosas a menudo salen terriblemente mal y donde lo que somos capaces de controlar es muy limitado, entonces, el cuidado es uno de esos trabajos y prácticas de autocultivo que nos hacen, incluso cuando experimentamos nuestros límites y fracasos, más humanos. Completa (no de forma absoluta, sino como una especie de pulido de lo que realmente somos, con verrugas y todo) nuestra humanidad. Y si esa perspectiva china también es correcta (como creo que lo es), cuando afirma que construyendo nuestra humanidad humanizamos el mundo, entonces nuestro propio cultivo ético fomenta el de los demás y mantiene el potencial, a través de esas conexiones, de profundizar el sentido, la belleza y la bondad en nuestra experiencia del mundo.»
Arthur Kleinman (2009): «Caregiving: The odyssey of becoming more human», The Lancet, 373 (9660), pp. 292-293.
Leo Sin relato y me viene a la cabeza esta cita de Arthur Kleinman, donde nos recuerda que no nacemos completamente humanos, sino que llegamos a serlo a través, entre otras cosas, de las prácticas de cuidado. Esta idea, profundamente enraizada en una concepción relacional del ser humano, resuena para mí con los temas que aborda Lola López Mondéjar en su libro. La autora explora cómo la capacidad de narrarnos, de construir relatos sobre nuestras vidas y experiencias, es una práctica esencial que nos humaniza, conectándonos con nosotros mismos y con los demás. Y nos desafía con una pregunta inquietante: ¿estamos perdiendo capacidades que nos hacen plenamente humanos, estamos siendo menos humanos en nuestra época? Ampliando, como el psicoanálisis ha hecho desde Freud, lo escuchado (o no escuchado) en consulta a un funcionamiento más general, a un nivel antropológico, del psiquismo humano.
Félix Crespo (FC): Lola, Sin relato llega a continuación de Invulnerable e invertebrados. En ambos ensayos exploras cómo las circunstancias externas influyen en la construcción de la subjetividad y la dificultan al extremo. ¿Cómo se conectan estas dos obras? ¿Qué motivaciones te llevaron a escribir Sin relato? ¿Cómo surge la idea de la atrofia narrativa? ¿Cuál es el principal objetivo de este libro? ¿A quién consideras que va dirigido?
Lola López Mondéjar (LLM): Cuando terminé de escribir Invulnerables pensé que aquello que había atribuído a los hombres y mujeres huecos podría ser extensible a gran parte de la población. En la consulta asistía cada vez más a la incapacidad de los pacientes para establecer un vínculo entre su vida y su malestar, un malestar que se evacuaba en síntomas autolesivos o con ansiedad generalizada, y me propuse seguir investigando.
Esa incapacidad de narrarse me pareció que tenía que ver con el concepto que Walter Benjamin expone en su famoso texto El narrador, a propósito de los soldados que regresan enmudecidos y pobres de experiencias tras su participación en la Primera Guerra Mundial, y que bien podía utilizarse hoy con más motivo, tras el desbordamiento y la aceleración que han traído consigo el desarrollo de la industrialización y de las nuevas tecnologías. Mi objetivo es reflexionar y hacer reflexionar sobre esa atrofia que nos afecta a todos en mayor o menor medida, e intentar paliarla recuperando la capacidad reflexiva. Me dirijo a cualquier lector al que le interese aproximarse a algunos de los fenómenos que caracterizan nuestro mundo actual.
FC: Hablas de la «pobreza experiencial» vinculada a la pérdida de capacidad narrativa, también de la búsqueda de «no-fricción», ¿cómo se relacionan estos conceptos? Ambos parecen tener una causa directa en la irrupción de lo «digital», pero no solo, ¿qué papel tendría la digitalización creciente del mundo en esto?
LLM: Cuando la aceleración de las formas de vida y la acumulación rápida de hechos es la norma, nos resulta imposible crear un «acontecimiento», algo reseñable, memorizable, que marque nuestra memoria y, posteriormente, pueda ser contado, empobreciendo nuestra vida y privándola de experiencias biográficas y también de recuerdos. El psiquismo se vacía y nos hacemos más y más planos, podríamos decir superficiales, término que también se ha usado.
Por su parte, la fricción es un concepto que tomo de Anne Lowensthal Tsing, de su libro del mismo nombre. El mundo digital está concebido para huir de la fricción, para deslizarnos por las pantallas y las aplicaciones de modo intuitivo, sin obstáculos, y esa aspiración de la tecnología se ha trasladado al mundo de las relaciones humanas, que buscan la no fricción, la ausencia de conflictos, lo que disminuye considerablemente la posibilidad de aprender de la relación con los otros. Anne Tsing habla de que cuando friccionan dos realidades se produce una zona de compromiso incómodo que puede dar lugar a la aparición de lo salvaje; en las relaciones humanas podríamos hablar de que el roce con el otro produce el surgimiento del inconsciente, de la pulsión; ante esto podemos huir, como sucede ahora, o explorar ese territorio nuevo de confrontación que nos lleva a reducir la omnipotencia.
FC: De entre todas las citas que manejas en tu libro, me atrevería a destacar a algunos autores que parecen fundamentales para tí: Paul Ricoeur y la identidad narrativa, René Girard y el deseo mimético, Günther Anders, «la vergüenza prometeica» y la «existencia de aparato» a la que la tecnología nos abocaría a los humanos. En tu libro, introduces algunos conceptos centrales, como la «atrofia de la capacidad narrativa» o las «identidades adhesivas», vinculados a estos autores pero no solo, a los que llenas de significado para pensar el momento actual, ¿podrías definirlos brevemente?
LLM: La atrofia de la capacidad narrativa es la dificultad de establecer un relato sobre nosotros mismos que contemple nuestra historia, pasado, presente, y se proyecte hacia el futuro en busca de un sentido. Es el mal de nuestro tiempo, podríamos decir, y se produce como forma de adaptación a un entorno cada vez más precario, fragmentado (Sennett) y deshumanizado, que imposibilita o dificulta la construcción de una experiencia de trascendencia.
La identidad adhesiva es el origen de la identidad, una identidad infantil, universal en los comienzos de la vida de los seres humanos, que se identifican con los rasgos superficiales de quienes les rodean, los otros significativos, para ir adquiriendo una identidad, un yo. Esta identidad adhesiva habría de abandonarse a partir de la adolescencia, para construir una subjetividad creativa, que admita parte de lo dado, lo elabore y adquiera nuevas identificaciones con los otros y con los ideales, más parciales. Pero en la sociedad actual se potencia permanecer en la identidad adhesiva, en un deseo mimético, que imita del deseo de los mediadores sociales, youtubers, tiktokers, influencers, que no potencian la subjetivación, sino el mimetismo, en última instancia casi siempre consumista. O bien sigue las propuestas simplistas de los populismos.
La identidad narrativa es una construcción creativa que vincula los tiempos de nuestra historia, pasado, presente, futuro, y busca darle un sentido. La asimilo a un concepto mío, la Función Autor, cuyo nombre tomo de Foucault para exportarlo a la creación de una subjetividad creativa, a autorizarnos a reflexionar y desidentificarnos con lo dado para identificarnos con nuevas formas en un proceso constante, guiado desde dentro (autonomía y no heteronomía, diría Castoriadis) que acaba con la muerte.
FC: Hay otro autor, Richard Sennett, al que citas hablando de la fragmentación, la pérdida de los relatos sólidos, también de los grandes relatos. También resuena en las posibles salidas que el individuo actual encontraría en propuestas comunitaristas, a veces sectarias. ¿Qué papel tendría la capacidad narrativa para enfrentar una experiencia fragmentada de la propia existencia?
LLM: Creo que la capacidad reflexiva que exige salir de la identidad adhesiva y del deseo mimético para construir una subjetividad es un instrumento indispensable para construir una vida habitable, que busca un sentido trascendente y no el mero presentismo.
FC: ¿La pérdida de capacidad narrativa tendría como consecuencia que seamos menos humanos? ¿Qué consecuencias tendría esto para la sociedad contemporánea?
LLM: La amenaza a las condiciones que considero que nos hacen humanos es constante en el capitalismo de la vigilancia o digital, en la llamada sociedad de la información, que lo es, sin embargo, del desconocimiento y la ignorancia. La pérdida de la capacidad narrativa es una de las consecuencias de la aceleración, la fragmentación del trabajo y la digitalización, lo que produce también el descenso de la empatía, al considerar al otro como un mero producto, tal y como somos considerados también nosotros mismos para las grandes empresas digitales. El descenso del pensamiento crítico viene de la mano de la falta de reflexividad y de ser guiados desde fuera, por sugestión, como sucede con los populismos.
Las consecuencias para la democracia son graves, convirtiéndonos en ciudadanos acríticos, sin capacidad de discernir la verdad de la mentira, que siguen consignas simples, huyendo de la complejidad del mundo, que produce una angustia intransitable, de la que intentamos huir con certezas. Ciudadanos, por tanto, altamente manipulables, que no pueden oponer resistencia a discursos que aprovechan los sesgos que produce la digitalización para dirigir su voto.
FC: Si esta pérdida de capacidad tiene causas externas, sería una adaptación al momento actual que pasa por la «simplificación» de la subjetividad, de la experiencia de ser humano ¿tendría sentido plantearnos estrategias individuales para resistir? Nombras el psicoanálisis, la medicina narrativa, también la literatura actual centrada en lo que llamas «crónicas del dolor».
LLM: Creo que siempre hay que apelar a las estrategias individuales, a socializar una queja que se individualiza constantemente en el sistema actual de producción de individualidad, para que como ciudadanos actuemos políticamente y se produzcan cambios en los programas de los gobiernos. A pesar de la crítica de que apelar a lo individual es neoliberal (por ejemplo, seguir una conducta de consumo sostenible), pienso que es necesario una respuesta individual que se colectivice, una militancia íntima y política. Pero la respuesta individual solo sirve de paliativo, solo calma el sentimiento de responsabilidad y la culpa, si lo hubiera, si a ella no se suma el activismo político, el vínculo social y la acción comunitaria.
FC: Como Kleinman, en la cita con la que comenzábamos, tú también das un salto de lo individual a lo colectivo, a través de la empatía, la mentalización y la compasión, colocando la vulnerabilidad en el centro de una ética basada en los límites y la sensibilidad ¿Cómo podríamos enfrentarnos a esta pérdida de la capacidad narrativa, tratar de recuperar una conexión más profunda con nuestra propia humanidad?
LLM: Creo que vivir en la fricción, en el contacto presencial con los otros, en la resolución de conflictos y no en huir de ellos, en recuperar el tiempo propio y el aburrimiento; someternos a dietas digitales, volver a la naturaleza y a la presencialidad, serían pasos en la recuperación de nuestra capacidad para contarnos y poder conectarnos con nosotros y con los demás.
FC: Para terminar, ¿qué líneas de fuga ves en tu libro? ¿qué temas quedan abiertos?
LLM: Me gustaría seguir explorando a los hombres y mujeres huecos, quizás porque son lo otro para mi, que siempre ando cavilando sobre cómo somos por dentro. ¿Cómo es posible vivir una vida sin apenas pensamiento? A pesar de todo lo que he leído y escrito, sigue siendo un reto responder a esta pregunta sin darle respuestas fáciles.