Violencia antisubversiva y estética del realismo grotesco
Ref.: Diego Trelles Paz (2024): La lealtad de los caníbales, Barcelona Anagrama. [378 pp. 20,90 €].
«… porque para irse al cielo peruano, que es negro y sucio, mejor el infierno».
(La lealtad de los caníbales, p. 97)
La lealtad de los caníbales (2024) es la última novela del escritor Diego Trelles Paz (Lima, 1977). Su carrera literaria incluye los libros de cuentos Hudson el redentor (2001) y Adormecer a los felices (2015), y las novelas El círculo de los escritores asesinos (2005), Bioy (Premio de Novela Francisco Casavella 2012 y finalista del Premio Rómulo Gallegos 2013) y La procesión infinita (2017). Trelles Paz también se dedica a la docencia universitaria de literatura, cine y ciencias de la comunicación tanto en Perú como en el extranjero. En el 2016 su ensayo Detectives perdidos en la ciudad oscura fue galardonado con el Premio Copé. Para quienes seguimos las noticias sobre la inestabilidad política, el crimen organizado y la inseguridad ciudadana que azotan al Perú en la actualidad, La lealtad de los caníbales puede leerse como una actualización literaria sobre el legado del Conflicto Armado Interno (1980-2000) en el que tanto los terroristas del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) y de Sendero Luminoso como el Estado peruano cometieron crímenes de lesa humanidad.
Los pormenores de este sangriento episodio de la historia peruana, en particular los crímenes cometidos por el Gobierno, se han estudiado largo y tendido en el libro Muerte en el Pentagonito: Los cementerios secretos del Ejército Peruano (2004), del periodista Ricardo Uceda. Al traer a luz un sinnúmero de casos de masacres de presuntos terroristas a manos de las Fuerzas Armadas, Uceda muestra el lado oculto de la lucha antisubversiva. Entre las acciones más macabras del ejército, sus prácticas que bordean el canibalismo son las que notoriamente demuestran su deshumanización, y son las que temáticamente se conectan con la novela de Trelles Paz. Uceda señala, por ejemplo, que entre los militares era una costumbre loable el llevar collares hechos con las orejas de sus víctimas, con sus «lóbulos muertos ensartados en una cuerda» (p. 107). El periodista también relata el encuentro de un sargento con un anciano campesino en la cumbre de una colina en Incaraccay (Ayacucho) mientras los militares buscaban al terrorista Claudio Bellido. Al percatarse de que el campesino se negaba a revelar el paradero del guerrillero, el sargento le cortó una oreja y, cuando le iba a cortar la otra, el anciano decidió confesarle el destino de Bellido. Amenazándolo con darle un tiro en la sien, el sargento le ordenó que se comiera su oreja. Horrorizado, el campesino no pudo hacerlo de un bocado y tuvo que partirla en dos pedazos antes de comérsela (pp. 110-111).
Las masacres del ejército en su lucha antisubversiva tienen un manifiesto legado en la sociedad contemporánea retratada en la novela de Trelles Paz. Al igual que los peruanos de hoy, los personajes que pululan la novela son, como indica uno de ellos, los «hijos de la guerra. Niños que crecieron como pudieron y, ahora que les hablan del progreso del Perú, no saben qué mierda hacer con ese odio que los sofoca» (p. 33). Los protagonistas de la novela han experimentado y, en algunos casos, han perpetuado dicha violencia en carne propia, ya sea como hijos de los asesinados por los militares o los terroristas, o como miembros del aparato estatal que cometió dichos crímenes y continúa delinquiendo en la actualidad. Entre las víctimas de la violencia antisubversiva tenemos al mesero nikkei Ishiguro, cuyos traumas, interacciones, aprendizajes y deseos de venganza se sumergen y combinan con las variopintas historias y destinos trágicos de numerosos personajes en una Lima en la que se respira la inseguridad, el clasismo y el racismo. Entre los que continúan el legado de dicha violencia, tenemos al capitán Edulfamid «Píper» Arroyo, hijo de un militar asesinado en 1989 por los terroristas. A pesar de pertenecer a la Policía Nacional, Arroyo está involucrado en actividades criminales como extorsiones a comerciantes y asesinatos de cuantos puedan revelar sus delitos, incluso si estos pertenecen a su propio círculo policial y criminal. Son en particular las acciones del capitán Arroyo y sus secuaces las que reúnen y manifiestan claramente el legado de la lucha antisubversiva, ya que pertenecen a la corrupción del aparato estatal y fomentan la inseguridad ciudadana.
La novela de Trelles Paz tiene una profunda dimensión metaliteraria, ya que en ella se hacen comentarios sobre su estructura y trama. Por ejemplo, hay una referencia directa a La colmena (1950), de Camilo José Cela, en la cual se reflexiona sobre la portada de una edición de dicha novela en donde aparece la fotografía de un «villorio poblado de edificios viejos» que parecen formar parte de un gigantesco enjambre habitado por una «invisible multitud» (p. 36). La novela del escritor peruano es, en efecto, un enjambre que reúne y conecta una multiplicidad de personajes que viven y sobreviven en una jungla de concreto caracterizada por la violencia, la corrupción y la impunidad. Al estilo de los personajes de la novela española, sus vidas también se entrecruzan en un punto de la ciudad y luego continúan dispersándose por sus calles y rincones. Al igual que el café madrileño de doña Rosa en la novela de Cela, el bar del chino Tito, ubicado en el centro de Lima, se convierte en un microcosmos capitalino en el que los personajes sufren, sueñan y comparten experiencias y tragedias. Un microcosmos que no tan solo permite la cohabitación de personas de distintos orígenes, clases y profesiones, sino que también sirve como punto de encuentro que desencadena cambios importantes en sus vidas. También hay otros elementos metaliterarios que plantean dudas sobre la identidad del narrador de la novela. Se conjetura, por ejemplo, que el narrador en tercera persona y omnisciente posiblemente pueda cumplir las funciones de un director de cine o un camarógrafo: «¿Quién narra? No lo sabes y ahora te da lo mismo. Estás cansado, aburrido, quieres apagar la cámara y partir» (p. 124). También tenemos el caso del personaje Fernando Arrabal, joven hipocondríaco y masoquista que se dedica al «fujitrollismo», o sea la defensa del fujimorismo, ideología política que detesta, en las redes sociales. El dato revelador es que Arrabal, asiduo concurrente al bar del chino Tito, es un escritor aficionado que lleva «media vida» planificando una novela titulada La lealtad de los caníbales (p. 145).





