Israel, rehén de una mitología belicosa

Meir Margalit (2024): El eclipse de la sociedad israelí. Las claves para descifrar a Israel en Gaza, Madrid, Los Libros de La Catarata, [174 pp., 16,90 €].

 

 

La violencia se ha devaluado en Oriente Próximo y la limpieza étnica se predica como una receta más. Pero ni la violencia ni su normalización pueden entenderse sin una mirada a la evolución de la sociedad israelí; sin que ello mengüe un ápice la gravedad de la responsabilidad de Hamás por la masacre del 7 de octubre. El libro reseñado de Meir Margalit, historiador, académico y político argentino-israelí, podría completarse con las obras Gaza: Crónica de una Nakba anunciada de Ignacio Álvarez-Ossorio y José Abu-Tarbush (donde analizan la actual crisis de Gaza desde un contexto histórico y político) y Hamás: De la marcha hacia el poder al vuelo de Ícaro de Carmen López Alonso (que traza la historia de Hamás y explica su entramado político y social). Margalit establece esa conexión en las dos frases que completan el título: los crímenes en Gaza (luego ampliados a otros territorios) y la involución democrática, el «democidio» en los términos de John Keane, de la sociedad israelí. En cierto modo esto lo expresaba el disidente yugoslavo Milovan Djilas cuando escribió que nadie puede arrebatar la libertad a otro sin perder la suya. El programa de ocupación emprendido por un Estado heredero de las cenizas del Holocausto está en el origen de un proceso profundo de descomposición de la sociedad israelí del que este libro da cuenta.

Dentro del conjunto de miradas que analizan la sociedad israelí, la mayor parte y sobre todo las más audibles e influyentes caminan en la dirección de las fuerzas mayoritarias que representan Benjamín Netanyahu en el país hebreo y Donald Trump en el norteamericano. Pero hay un número no despreciable de voces que siguiendo a los sionistas críticos de primera hora y en la estela de los «nuevos historiadores» surgidos al socaire del fracaso de los Acuerdos de Oslo, no han dejado de señalar los derroteros del declive. Seguramente la crítica más explícita y en estos momentos también la más reciente es The fall of Israel: The degradation of Israel’s politics, economy & military, obra del experto en relaciones internacionales Dan Steinbock. En la perspectiva de los analistas de esta categoría el horror de Gaza es el punto culminante, si cabe la expresión, del descenso israelí hacia el abismo. Abismo, descenso, caída, eclipse, hundimiento, colapso, deriva o síndrome de Sansón son términos invocados para describir un proceso de involución o regresión democrática que se manifiesta entre otros aspectos en la brutalización y «espartización» de la sociedad israelí.

Para una mirada rápida sobre el estado de la cuestión basta con recorrer los tres artículos que publicó Mario Vargas Llosa en El País el verano de 2016 bajo el epígrafe general de «Los estragos de la ocupación israelí», a los que luego añadió, en 2018: «La caja de los truenos», y en 2023 «El asalto interminable». En 2018 afirma que el país con el que él y otros muchos se sintieron identificados (el que habría «creado una sociedad democrática y libre, y en la que un sector muy importante quería verdaderamente la paz negociada con los palestinos»), «ese Israel por desgracia ya no existe», por lo que «los verdaderos amigos de Israel no deben apoyar la política a largo plazo suicida, de Netanyahu y compañía. Es una política que está haciendo de ese país, que era amado y respetado, un país cruel y despiadado con un pueblo al que maltrata y avasalla mientras, al mismo tiempo, se proclama una víctima de la incomprensión y del terror». Remataba señalando que son Netanyahu y sus secuaces «el mayor peligro para el futuro de Israel».

La fecha del 7 de octubre de 2023 quedará grabada en la memoria de los israelíes. No es probable que lo haga la del 25 de enero de ese año, apenas nueve meses antes. Ese día se hizo público, con escasa difusión lo cual no es accidental, una suerte de manifiesto titulado «Israel al borde del abismo», que arrancaba así: «Nosotros, historiadores del pueblo judío y del Estado de Israel, acusamos al sexto gobierno de Benjamín Netanyahu de poner en peligro la existencia misma del Estado de Israel y la nación israelí». Basaban su análisis en el hecho de que el gobierno está desmantelando las instituciones del Estado y promoviendo el odio y la incitación a la violencia, con lo que está haciendo añicos «el ya frágil denominador común en que se sustenta la sociedad israelí». Concluía: «Como historiadores […] que examinamos los pormenores del Estado y la sociedad israelí en su contexto histórico más amplio, lo que vemos produce una alarma grave. Desde su creación, nunca ha habido una crisis política más grave en Israel que suponga un peligro inmediato para la existencia misma del Estado». El escrito lo firmaron cerca de 200 historiadores, entre ellos Meir Margalit, el autor del libro objeto de esta reseña.

Se trata de un libro que reúne la profundidad analítica de un historiador y la cercanía comprometida de un activista; la objetividad de los datos y la subjetividad del ciudadano concernido; es, por añadidura, un libro breve, si bien hubiera resultado útil un índice de nombres. Su contenido se reparte entre ocho capítulos precedidos por un prólogo y culminados con dos páginas de bibliografía. Sin abandonar la exigencia del historiador, el libro tiene un carácter predominantemente divulgativo y es de fácil lectura. El volumen se abre y se cierra con la subjetividad franca: el autor confiesa de entrada que es la obra de un exiliado. Aclara luego que se trata de un exilio en su propio país, en cuanto que se siente extranjero y avergonzado por lo que le rodea, «angustiado y atormentado por tanta sangre derramada». Precisa que no es posible hablar de Israel sin mencionar a sus vecinos inmediatos, los palestinos en régimen de ocupación.

En la óptica de la derecha mesiánica que rige los destinos del país el objetivo final es la anexión, que abarcaría también territorios del sur del Líbano. Frente a tal posición, el autor reitera que la «única solución factible incluye la restitución de los territorios palestinos ocupados en 1967 y una resolución equitativa para los refugiados de 1948». Remarca el «acelerado deterioro moral» consecuencia de la ocupación y la terrible ironía de que contra las expectativas de crear un lugar seguro para los judíos, el hijo de un superviviente del Holocausto constate que «actualmente, el lugar más peligroso para un judío es ese mismo Estado de Israel»; porque «el país ha marchado por mal camino optando por una pendiente que conduce a un precipicio». Reconoce haber pecado de optimista al pensar que el país podía corregir su rumbo. Frente al riesgo de que su libro sea utilizado por los antisemitas expresa su confianza en el poder de la crítica constructiva y de la verdad. Admite que se centra en los aspectos negativos de Israel por cuanto se propone «expresar aquello que pocos libros se animan a decir en estos difíciles momentos»; sin duda por el coste de hacerlo, como el exilio interior que describe el autor.

Tras la declaración de intenciones del prólogo, el capítulo primero ofrece una triple contextualización: histórica, sociológica y geopolítica. Atendiendo a la historia, el autor detalla cómo el plan de la dirigencia sionista, desatendiendo el problema palestino, «fue arrastrando a ambos pueblos hacia un callejón sin salida», lo que se ha llamado el pecado original del sionismo. Desde el ángulo de la sociología detalla las fracturas surgidas en la sociedad y una evolución que ha conducido al fortalecimiento de una parte extremista que aprovecha al enemigo común palestino para asegurar una cohesión nacional atirantada entre tres ejes conflictivos: étnico (sefardíes vs askenazíes), religioso (ortodoxos vs. laicos) y político (izquierda vs derecha). (Margalit plantea el conflicto entre sefardíes y askenazies, mientras que otros autores prefieren llamar sefardíes a los descendientes de los judíos expulsados de España y Portugal en 1492 y 1496. Los mizjaríes son los descendientes de las comunidades judías de Oriente Próximo —Yemen, Irak, Persia o la Palestina histórica— y del norte de África). El apoyo de la inmigración oriental a los partidos de derecha prefigura lo que está ocurriendo en otras latitudes con los votos populares al populismo autoritario. La izquierda se ha visto reducida a la irrelevancia. A la vista de tales conflictos alguien ha propuesto dividir al país en tres cantones: judío liberal, judío ortodoxo y árabe. Por último, en términos geopolíticos Israel ostenta la peculiaridad de ser un país sin fronteras precisas, con unas de iure, establecidas por Naciones Unidas, y otras de facto, resultado de las conquistas. A estas fronteras múltiples se añade la existencia de un muro de 740 km de largo que atraviesa tierras palestinas, lo que junto con los asentamientos supone un obstáculo de primer orden para la creación de un estado palestino.

El capítulo segundo titulado «¿Cómo hemos llegado a este callejón sin salida?», aísla los factores causantes de la involución social del país. Es lo que el autor denomina «el paradigma de las tres M»: miedo, mesianismo y militarismo, al que se añaden otros tres: la trampa del sacrificio, el rol del capital y el papel de la comunidad internacional. El miedo es un factor esencial señalado por varios estudiosos, como Eva Illouz; también lo es en el éxito del populismo en general. Ese miedo se refuerza con la omnipresencia de la memoria del Holocausto y da lugar a una suerte de fatalismo existencial y victimista que convierte la seguridad en obsesión. El miedo asegura la docilidad, la sobrevaloración del militarismo y la prevalencia del ejército (al que no tienen acceso los árabes israelíes): en definitiva, la imagen del país es la de un fortín, una Esparta con una supremacía militar indiscutible como evidencian las noticias. Así, se ha producido una simbiosis entre ejército, gobierno y, en buena medida, sociedad. El mesianismo trasmuta la ocupación en redención de la tierra y utiliza los asentamientos como hechos consumados. La lógica sacrificial, la deuda con los caídos, refuerza el militarismo e impulsa un estado de guerra permanente.

A pesar de todo ello, la israelí es una sociedad opulenta de modo que desde una situación con analogías con La zona de interés no ve motivos para impugnar un estado de cosas que no perturba su bienestar; tal percepción cambiaría en caso de sanciones económicas, una de las posibles acciones de la comunidad internacional, cuya inhibición ante las conculcaciones flagrantes de Israel le confiere un estatuto de impunidad de facto. (Israel ha obviado recurrentemente las resoluciones de Naciones Unidas en gran medida gracias al apoyo en forma de veto de Estados Unidos, mientras justificaba su no cooperación en la supuesta inexistencia de un interlocutor palestino).

Colonialismo y racismo, dos conceptos que han suscitado polémica en su aplicación, son los temas del capítulo tercero. Asegura Margalit que la actitud de Israel hacia las tierras conquistadas tras la guerra de los Seis Días «se alinea claramente al modelo colonialista» en los tres territorios: las colinas del Golán, Cisjordania y el desierto del Sinaí. En lo concerniente a los territorios palestinos este colonialismo bien establecido es «la crónica de un fracaso colosal». El autor ve más problemática la figura del racismo más allá de la posición de ciertas minorías extremas. En su percepción el grueso de la sociedad israelí no apoya a los árabes; a la vez menciona, siguiendo a Vargas Llosa, la existencia de en torno a un 10% de “justos” en la población. Son «la luz que ilumina nuestro camino» y una «tribu en vías de extinción», que mantiene sin embargo su resistencia y que conviene tener presente para no obviar un pluralismo social que desafía los empeños de la homogeneización identitaria y para recordar que a menudo las guerras contra los otros presuponen una suerte de guerra civil entre las sensibilidades del colectivo de referencia.

El capítulo siguiente condensa el contenido del libro desde el título: «Colapso»: «El tejido social se deshizo, el ethos que nos mantenía unidos desapareció, la dirigencia política se cegó; (…) un colapso general nos condujo a la guerra actual y el colapso general en el que estamos atrapados nos sumerge cada día más en una contienda de la que no podemos salir ilesos… Estamos en una pendiente que termina en un precipicio». El autor señala tres lienzos que dan cuenta del colapso: el de la democracia, el del judaísmo humanista y el del movimiento sionista. Para el primero, el autor anota el impasse de la meta propuesta: un país democrático y judío; no se ha insistido bastante en el carácter de oxímoron de la fórmula, que se ha resuelto del lado étnico con la ley de 2018 denominada «Israel: Estado-Nación del Pueblo Judío», que posterga el carácter democrático y cívico. En efecto, Israel es el hogar nacional de los judíos de todo el mundo, pero un país que excluye a naturales nacidos en Jerusalén, que se sienten, como titulan Fida Jiryis o Shira Robinson, extraños en su propia tierra. Por no entrar en la dificultad de la definición de «judío», como ocurre por cierto con todas las etiquetas identitarias y dejó formulado Walker Connor, experto en nacionalismos: «hay personas que se definen agnósticas, ateas o convertidas a otras creencias, que son en el sentido más estricto y psicológicamente profundo de la palabra, judíos. Y hay miembros practicantes de la fe judaica que no son étnicamente judíos». Y hay asimilados convencidos como Jean Daniel. En el caso que nos ocupa la prevalencia del componente nativista ha convertido a Israel, que presume de su condición democrática, en una etnocracia cada vez más marcada por los partidos religiosos, que sostienen que «la única Constitución válida de Israel es la Biblia». El intento de doblegar al poder judicial para proteger a Netanyahu en los procesos de corrupción confluye en la dirección del «democidio».

Correlativamente, el judaísmo ha perdido su espíritu humanista y la tierra ha desplazado a las personas en la jerarquía de los valores. Es verdad que el judaísmo es pluralista, pero no lo es menos que las corrientes más fuertes en estos momentos son las que, combinando fundamentalismo ortodoxo y nacionalismo supremacista, abanderan los colonos militantes. El autor tiene razón en recordar que sigue habiendo una rama humanista que se manifiesta en organizaciones como Rabinos por los Derechos Humanos o Izquierdistas Religiosos. Y desde luego es impagable el trabajo de medios como Haaretz, +972 Magazine, la web https://www.thedailyfile.org/ u organizaciones de derechos humanos como B’Tselem. En último lugar, se certifica que «el movimiento sionista ha fracasado rotundamente: Israel es actualmente el lugar más inseguro para el pueblo judío». La utopía sionista de una sociedad justa se ha revelado inviable porque el sionismo lleva dentro «su propio dispositivo de autodestrucción», como todos los nacionalismos. Dado el estado de guerra permanente en Israel, la diáspora es un lugar más seguro para los judíos. Por eso, se puede levantar acta «de defunción del proyecto sionista».

El capítulo quinto aborda un asunto central desde el punto de vista de las relaciones públicas, el abuso orwelliano del término paz, lo que irónicamente Ian Lustick denomina «el carrusel del proceso de paz». Los gobiernos israelíes siempre han encontrado coartadas para no atender a las exigencias legales de devolución de los territorios. Margalit entresaca unas cuantas técnicas de escapismo que utiliza Israel para obviar sus obligaciones: el no saber (la ignorancia voluntaria de la ocupación), el caparazón hermético para hacerse cargo de las implicaciones de sus actos, el agotamiento de la sensibilidad y la brutalización, la negligencia política, la movilización del antisemitismo, la proyección de la culpa sobre el contrincante, la manipulación lingüística —un mecanismo orwelliano para el que hay un concepto técnico que no se cita en el libro: la hasbará, un precedente de la postverdad.

El capítulo siguiente, el más breve, analiza la reacción de la izquierda israelí tras el 7 de octubre. Inicialmente, el shock y el miedo que produjeron la hecatombe de Hamás llevó a la izquierda israelí a apoyar por primera vez un ataque inmediato. Si bien a las dos semanas comenzaron las dudas sobre su legitimidad ante la magnitud del bombardeo y al convertir a los civiles en objetivos. Reconoce un error de apreciación respecto a las expectativas negociadoras de Hamás, que ese ataque obliga a caracterizar como «un organismo terrorista y homicida»; de modo que no puede ser interlocutor de ningún acuerdo. Expresa el autor una decepción más profunda al constatar que algunos colegas palestinos con los que él había colaborado se negaron a condenar el ataque de Hamás, pese a que muchos de los asesinados eran activistas por la paz. Ello le sumió en un estado de confusión del que pudo ir zafándose al distinguir las ideas y las prácticas. Conserva todo su vigor la propuesta de terminar con la ocupación y combatir el plan colonialista de la derecha. Importa decir que en Israel izquierda y pacifismo-antiocupación se superponen y que el horror causado por Hamás ha provocado una unión sagrada que ha debilitado aún más a este sector social que, aprovechando la oportunidad, ha sido acusado de traidor.

El capítulo séptimo trata de dos aspectos centrales para dar cuenta de la involución de la sociedad israelí, por lo que se tratará con más detenimiento: la instrumentalización de la historia y la manipulación del Holocausto. Para lo primero será necesario atender no a la historia sino a la historia de la historia de Israel, vale decir, al proceso de producción de la literatura historicista o, como se ha llamado también, parahistoriografía. Resume el autor: «el movimiento sionista se apropió de la historia, la utilizó en su provecho y el pueblo adoptó este relato con complacencia, ya que Israel se siente muy cómoda en el cálido regazo del victimismo», mientras la indefensión la sufren ahora sus víctimas. Este maniqueísmo historiográfico no es solo un problema académico sino de profundo calado social porque legitima esquemas políticos binarios, militaristas e intransigentes (basta recordar las palabras de Ben Gurión ya en 1937 tomadas de la biografía de Tom Segev: «Nuestro derecho a Palestina, todo ella, es inexpugnable y eterno… No cederé ni una pulgada de nuestro suelo». Para esta figura emblemática él y el sionismo son sinónimos). De modo que el tracto imaginario «trazado entre pogromos, persecuciones y palestinos se convierte en patrón de conducta que avala la ocupación». El «Nunca más» equivale a «nunca más cederemos los territorios palestinos conquistados». Episodios sacrificiales y heroicos como los Macabeos, Masada y Mar-Kobja se constituyen en partes de un continuo lacrimógeno y martirológico que obstruye una socialización normal en términos cívicos. La llamada de atención de los historiadores en enero de 2023, como las propuestas de los nuevos historiadores y sociólogos en los años noventa, fueron anegadas por la narrativa ortodoxa que operaba contra una mordaza de las versiones alternativas. Cita Margalit al historiador Shlomo Sand, autor de La invención del pueblo judío y desplazado de la universidad israelí como Ilan Pappe, Tom Segev o Avi Shlaim: «Desafortunadamente pocos de mis colegas consideran que sea su deber emprender la peligrosa misión pedagógica de exponer las convencionales mentiras sobre el pasado». El autor da cuenta en una nota a pie de página de cómo su investigación de doctorado enfrentaba dificultades proporcionalmente crecientes a su alejamiento de la narrativa oficial sionista.

Aunque pueda sorprender, la manipulación del Holocausto es también atraída por el campo gravitacional de la historia instrumentalizada. Si desde la opinión pública oficial israelí cualquier asociación entre algunas prácticas del país y el nazismo es delito de antisemitismo, la singularidad del Holocausto, la asociación con él de atentados como el del 7 de octubre y la consiguiente identificación de los enemigos de guardia de Israel con el nazismo-Amalek es una constante. «Cuando los círculos liberales o progresistas en el mundo critican la guerra en Gaza, la derecha israelí “recluta” al Holocausto y, armados de este argumento definitivo los acusa de antisemitas dando por concluido el debate». Jean Daniel abunda en la idea: para la lente oficial todo es Auschwitz. Seguramente entre los elementos más perturbadores de la involución cívica israelí figura la explotación política del Holocausto porque priva de su estatus de brújula moral a las víctimas al ponerlas al servicio de un programa partidista y tribal.

La gelatina de la literatura historicista ensambla diversos aspectos del motivo principal del supremacismo israelí: su condición de pueblo elegido. Esta elección tiene dos caras fundamentales, la bíblica de la alianza del Sinaí que convierte a Israel en faro de las naciones, luz del mundo (Isaías, 49, 6) y, sin solución de continuidad, baluarte de Occidente, y la elección negativa de Auschwitz que proporciona el capital inagotable de la víctima; vale decir, el teflón moral que asegura la impunidad cobijada en el derecho a defenderse. Es un asunto importante porque las inhibiciones son un potente regulador de la conducta que neutraliza los impulsos destructivos; su desactivación por la retórica victimista explica que las sociedades toleran niveles extremos de brutalización hacia los considerados otros/enemigos. En los últimos años, a la vez que se apagaba el brillo del prestigio pionero del ethos kibutzin se ha sugerido una tercera elección que cabe llamar de Wall Street, la idea de Start-up nation según el famoso título de Dan Senor y Saul Singer, un verdadero canto al supremacismo étnico israelí como milagro económico, precedente de la apología del nacionalismo teológico y autoritario de Yoram Hazony. (En la versión plutocrática de la elección recoge el ultraortodoxo residente en los altos de Golán ocupados, Adam Eliyahu, esta versión teológico-tecnocrática de la creencia bíblica en la segunda venida:

«la única razón de la existencia de Facebook es que cuando el Mesías vuelva será mucho más fácil estar al corriente de sus andanzas»). De modo que a la hora de la defensa de Israel hay una amplia paleta de recursos retóricos que remiten en gran medida a las estrategias discursivas dogmáticas de los sistemas cerrados. El argumento ad hominem tildando al crítico de antisemita es una pieza habitual del repertorio; sin negar por ello que siga existiendo el antisemitismo en el sentido original del racismo de los tiempos de Dreyfus. No es infrecuente que algunas de las posiciones más extremas en esta competición retórica procedan de voces instaladas en tierras robadas a los palestinos, ni tampoco que haya habido fortunas norteamericanas en el sustento a la creación de los asentamientos.

Precisamente Meir Margalit, desde su trabajo en el Israeli Committee Against House Demolitions, ha desvelado tanto los procesos de discriminación como de desposesión en la ciudad de Jerusalén. Pero estos son análisis que no pueden rivalizar con la musculosa megafonía de los medios oficiales y sus poderosos lobbies. El relato oficial del acontecer en la zona es de forma superlativamente preponderante el relato oficial israelí, vale decir, de esa parte de la sociedad israelí que se identifica con los mitos elaborados por un pequeño grupo de intelectuales imbuidos del nacionalismo romántico que brotó en la Alemania del XIX. De ahí viene la invención de la historia del pueblo judío, vía la instancia mediadora y fundacional de la creación del Dios, responsable a su vez de la elección sinaítica, el círculo tautológico y la recursividad de la invención. Jean Daniel subraya este aspecto que es, por otra parte, común en las estrategias nacionalistas de construcción narrativa del sujeto.

Correlativamente, esa historia inventada, hipercalórica, trae como contraparte la destrucción o borrado de otras historias rivales como parte del proceso de desposesión y borrado. Refiere Fida Jiryis que la cultura y la historia palestina han sido también un objetivo militar y que cuando las tropas que invadieron Líbano en 1982 (19.000 muertos, mayoritariamente civiles, en las primeras diez semanas) ocuparon el Palestine Research Center, «cargaron 35 camiones de material (…) destrozaron lo que quedaba, rompieron documentos, dejaron frases obscenas en las paredes y defecaron en el suelo». Pocos meses después hicieron explotar un coche bomba a la entrada del centro, que mató a más de doce civiles, entre ellos la madre de Jiryis; conviene recordar esto cuando tan unilateralmente se usan términos como supervivientes o galut (exilio). El uso instrumental de la Biblia ha depurado del paisaje mental a los actores no convenientes, porque la Biblia es no solo una fuente históricamente insolvente en términos historiográficos con lo que solo mediante la impostura se la puede invocar como título de propiedad y en tal sentido el eclipse de la racionalidad es la condición del eclipse social. Como escribe el antropólogo Edmund Leach, «considero a todas las figuras de las narrativas bíblicas, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento como completamente ficticias». Pero, además, en la Biblia hay material para fundamentar todas las posiciones, como recuerda Jean Daniel en La prisión judía. A título de ejemplo, Isaías se invoca a menudo como autoridad para justificar la preeminencia de Israel, su título de pueblo elegido, pero no ocurre lo mismo con este pasaje donde denuncia la doblez y la mentira y que a veces ha citado David Grossman: «¡Ay los que llaman al mal bien, y al bien mal; que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad!» (Isaías, 5, 20).

El libro, para volver al hilo que ha interrumpido este recuadro para amplificar la cuestión de la deformación, extremización, mesianismo y militarización de la historia, se cierra con un capítulo de palabras finales en que el autor alarga su mirada al origen del Estado de Israel para preguntarse sobre la legitimidad de su creación. Su respuesta anuda premisas aparentemente contradictorias: «la fundación de Israel ha sido un error ineludible, un acontecimiento inevitable, así como también injustificable». Se trata de cohonestar esta difícil complejidad: El balance del Holocausto hacía imprescindible la creación del Estado de Israel y «la única alternativa real en aquel entonces era Palestina». Hasta ahí la «justicia histórica». A partir de entonces «entramos en el ámbito de lo injusto». La expulsión de 700.000 palestinos, la destrucción de sus aldeas, la matanza de refugiados, «representa el summum de la injusticia y la inmoralidad». La Nakba es una pesadilla inacabable que tiene su enésima epifanía en esta operación llamada Espadas de Acero. «¿Y el día después?», se pregunta. Y esta es su respuesta: «por primera vez en la historia nos enfrentamos a una guerra que no hay forma de ganar porque no sabemos según qué parámetros definir triunfo o derrota». Uno estaría tentado a añadir que propiamente hablando no hay día después en una narrativa autorreferencial de guerra permanente, que, no casualmente y bajando al suelo, coincide con los intereses de un mandatario que no tiene otro modo de evitar la prisión que impedir que acabe la guerra. El asunto es que la alquimia social que producen las guerras le asegura un apoyo mayoritario a la vez que desactiva a la oposición. La única solución para el callejón, señala Margalit, es la negociación. Entretanto la opción para quien no comparte esas posiciones del fanatismo religioso y la brutalidad militar es guarecerse del eclipse en una suerte de exilio interno. Mientras se trabaja por un cambio de orientación que implica transformar «todo el sistema de paradigmas, pensamientos y percepciones». Lo que nos devuelve al terreno debatido respecto a la instrumentalización de la historia.

El libro consigue con su reducido tamaño proporcionar un material de primera mano para hacerse una idea cabal del estado de la cuestión, si esta manera de decirlo no es una forma de banalizar la gravedad de la situación en curso y el coste en términos de daños y sufrimientos infligidos. Pero el autor pone de relieve los antecedentes de este desenlace desde el empeño por subrayar la historicidad de los procesos sociales. El desenlace es el eclipse o el colapso: «hemos perdido la cordura como sociedad», escribía David Grossman hace cuatro años, después de formularse dos preguntas que apuntalan la línea argumental de Margalit: «¿Por qué tantos israelíes se sienten extranjeros, exiliados en su propia tierra? ¿Por qué tantos tenemos una sensación de ahogo, de no poder respirar?». Adelantamos en atajo la respuesta con unos versos ya famosos de Rudyard Kipling donde debemos cambiar el morir por el matar: «si alguien pregunta por qué hemos muerto / decidle que porque nuestros padres nos mintieron». Las mentiras y los errores. Lo formuló con claridad generalizadora Karl Deutsch: «Una nación es un grupo de personas unidas por un error común sobre sus antepasados y una aversión común a sus vecinos». Cuando los antepasados invocados como legitimadores de una narrativa fundacional sustentada en el antagonismo encuentran resortes de poder para trasladar las invenciones imaginarias al terreno encontramos el doble legado de la destrucción externa y la gangrena interna.

La responsabilidad de la mala historia es evidente y hay dos muestras fehacientes de ello: el mito de la conspiración judía universal cocinado en Los protocolos de los sabios de Sión que condujo al Holocausto y el mito de Kosovo que operó convenientemente instrumentalizado como vector del genocidio de Srebrenica, según explican Tim Judah y Branimir Anzulovic. En ambos casos hay una conexión directa entre la elección étnica (Serbia celestial, Sonderweg ario) y el despliegue de la violencia contra el enemigo perfilado en el mito (los bosnios-turcos y los judíos). La eficacia de los mitos descansa en el teorema de Thomas: lo que consideramos real produce consecuencias reales. En los términos de Jean Daniel: «a partir del momento en que estos cuentos sobrepasan el ámbito de la magia y lo maravilloso para transformarse en unos códigos éticos capaces de adquirir una influencia temporal y política abrumadora, entonces hay que colocarse en la mente de aquellos que los creen». Es decir, su capacidad de influencia es independiente de su valor de verdad. Una de las fuentes de poder de los mitos es la emocionalidad. Ilustra esto la confesión de una destacada figura, historiador, laborista y ex ministro de Asuntos Exteriores israelí, Shlomo Ben-Ami: «Mis posiciones personales están compuestas de sentimientos de derecha y de soluciones de izquierda»; los sentimientos de derecha son los que engranan en la veta de la mitología, una veta que aparece implícitamente cuando explica los motivos de la relación especial: «Nosotros y los estadounidenses compartimos un origen común: la Biblia». Extraño argumento desde el punto de vista de la filosofía política, más para un historiador de filiación laborista.

La Biblia es precisamente el proveedor de la materia prima para el inconsciente estructural de los mitos, sin los cuales es inconcebible, como escribió Emmanuel Lévinas en Difícil Libertad, «el intento de resucitar un Estado en Palestina». El estrapalucio de Gaza es la última réplica de la mezcla mitológica explosiva elaborada, como otras variantes entre ellas el mito de Kosovo, en el siglo XIX. Invoca Jean Daniel al historiador Paul Veyne para señalar una particularidad: a diferencia de los griegos que no creían en las ficciones de la Ilíada y la Odisea, los judíos sí creían en la Biblia; de modo que «la separación entre lo legendario y lo histórico es imposible si ambos están dictados por la Revelación». La metáfora de Jean Daniel es poderosa a la vez que fecunda para dar cuenta de la trama sociológica que expone Meir Margalit: en virtud de diferentes procesos sociales Israel ha quedado apresado entre los muros mentales de sus mitos; su destrucción interna es correlativa al daño que infligen a sus vecinos. Ilustra bien esta condición carcelaria el hecho de que en una narrativa determinada por el valor de la aliá, la «subida» a Israel, muchos israelíes, como Margalit o Grossman, se vean como exiliados en su propia tierra, vale decir, rehenes de las circunvoluciones de la teología mítica. Las mentiras de los padres explican los padecimientos sufridos y causados por los hijos. En ese sentido siguen vigentes las palabras de Sánchez Ferlosio: mientras no cambien los dioses nada ha cambiado. No habrá un día después de la guerra ni lugar para las gentes de paz mientras siga vigente la mitología belicosa, mientras no se exilien los dioses vengativos.

Pero en el mundo interconectado en que vivimos, y más teniendo en cuenta el carácter radiactivo de la zona y la condición de Israel como, en su propia versión, escaparate de Occidente, el eclipse arrastra unas consecuencias que desbordan el marco geográfico de esa parte del Mediterráneo: «el orden mundial basado en reglas está cuarteándose», titulaba hace unos meses The Economist (11/05/2024). El eclipse de Israel deja su estela de tinieblas en el orden normativo internacional e impacta muy negativamente en el ethos democrático occidental contribuyendo notablemente al desorden mundial, como vienen señalando las organizaciones de derechos humanos. Su camino hacia el abismo deja malparada la legitimidad de la organización internacional responsable de su creación, a cuyos requerimientos y resoluciones Israel no solo no atiende sino que vilipendia. Sin perder de vista unas implicaciones geopolíticas de difícil previsión. Un especial de Courrier International, lleva por título: «Israel-Palestina. La fractura mundial». Su leitmotiv es que la guerra de Gaza ahonda el foso entre Occidente y el resto del mundo, agravando así la percepción de un doble rasero según el cual la violencia de Israel contra sus vecinos se valida como derecho a defenderse mientras que la violencia palestina contra Israel se califica de terrorismo. De esta manera queda desautorizada cualquier iniciativa de apoyo a las justas reivindicaciones palestinas. Un doble rasero que se ha evidenciado en la diferente respuesta a los dictámenes de la Corte Penal Internacional sobre Vladimir Putin y Benjamin Netanyahu. En definitiva, el eclipse de Israel desborda con mucho la geografía de Oriente Próximo. De ahí el interés en sacar las consecuencias pertinentes del libro reseñado.

 

 

Bibliografía:

Álvarez-Ossorio, Ignacio y José Abu-Tarbush. Gaza. Crónica de una Nakba anunciada, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2024.

Anzulovic, Branimir. Heavenly Serbia. From myth to genocide. Nueva York, New York University Press, 1999.

Ben-Ami, Shlomo. ¿Cuál es el futuro de Israel?, Barcelona, Ediciones B, 2002.

Connor, Walker. Ethnonationalism. The quest for understanding, Princeton, Princeton University Press, 1994.

Courrier International. Israël-Palestine. La fracture mondiale, Hors-série, octubre-noviembre, 2024; https:// www.courrierinternational.com/article/en-kiosque-notre-nouveau-hors-serie-israel-palestine-la-fracture- mondiale_222198

Daniel, Jean. La prisión judía. Meditaciones intempestivas de un testigo, Barcelona, Tusquets, 2007.

Deutsch, Karl. Nationalism and its alternatives, Nueva York, Knopf, 1969.

Djilas, Milovan. Conversations with Stalin, Nueva York, Harcourt, Brace & World, 1962.

Eliyahu, Adam. «Tiny Israel’s light dispels great global darkness», Israel 365 news, 08/07/2018; https://israel- 365news.com/324699/israels-light-dispels-global-darkness/

Grossman, David. «Mil espejos que reflejan su imagen», El País, 19/09/2020.

Hazony, Yoram: The virtue of nationalism, Nueva York, Basic Books, 2018. (Traducción española: La virtud del nacionalismo, Madrid, Homo Legens, 2021).

Herzl, Theodor. El Estado judío. Barcelona, Riopiedras, 2004.

Illouz, Eva. The emotional life of populism, Cambridge, Polity, 2024.

Jiryis, Fida. Stranger in my own land. Palestine, Israel and one family’s story of home, Londres, Hurst, 2022. Judah, Tim. The Serbs: History, myth and the destruction of Yugoslavia, New Haven, Yale University Press, 1997.

Keane, John. «Cómo los demagogos destruyen las democracias», Letras Libres 311, noviembre, 2024: 10- 15.

Kipling, Rudyard. Stories and Poems, Daniel Karling (ed.), Nueva York, Oxford University Press, 2015. Leach, Edmund. «Anthropological approaches to the study of the Bible during the twentieth century», en

E, Leach y D. A, Aycock, Structuralist interpretations of Biblical myth, Cambridge, Cambridge University Press, 1983, pp. 7-32.

Lévinas, Emmanuel. Difícil libertad. Ensayos sobre el judaísmo, Buenos Aires, Lilmod, 2004.

López Alonso, Carmen. Hamás. De la marcha hacia el poder al vuelo de Ícaro, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2024.

Lustick, Ian (2020). «The peace process carousel: The Israel lobby and the failure of American diplomacy», The Middle East Journal 74(2):177-201.

Manifiesto de los historiadores. «Israel on the edge of an abyss», 25/01/2023, https://www.academia.edu/98477303/ISRAEL_ON_THE_EDGE_OF_AN_ABYSS

Robinson, Shira. Citizen strangers: Palestinians and the birth of Israel’s liberal settler state, Stanford, Stan-ford University Press, 2013.

Sand, Shlomo. La invención del pueblo judío, Madrid, Akal, 2011.

Segev, Tom. A State at any cost: The life of David Ben-Gurion, Nueva York, Farrar, Straus and Giroux, 2020.

Senor, Dan y Saul Singer. Start-up nation. La historia del milagro económico de Israel, Madrid, Aleph (pró- logo de Shimon Peres), 2012.

Shatz, Adam. «Israel’s descent», London Review of Books, 46, 12, 20/06/2024.

Steinbock, Dan. The Fall of Israel: The degradation of Israel’s Politics, Economy & Military, Atlanta, Clarity Press, 2024.

The Economist. «The world’s rules-based order is cracking», The Economist, 11/05/2024.

Vargas Llosa, Mario. «Los justos de Israel» (26/06/2016), «Los estragos de la ocupación israelí» (01- 02/07/2016), «La caja de los truenos» (28/05/2018), «El asalto interminable» (05/11/2023). Todos publicados en el diario El País.

 

 

Autor

  • Martín Alonso Zarza

    Martín Alonso Zarza (Viñegra de Moraña, Ávila, 1951) es doctor en Ciencias Políticas y profesor jubilado. Ha escrito sobre nacionalismos, memoria, identidad, sufrimiento social, desigualdad, violencia política y víctimas. Es autor de Universales del odio, El catalanismo del éxito al éxtasis (3 vols.), No tenemos sueños baratos y Alquimistas del malestar: Del momento Weimar al trumpismo global (en colaboración con F. Javier Merino Pacheco). Sobre el tema objeto de la reseña «Israel, rehén de una mitología belicosa», publicada en Hedónica, acaba de publicar El rabo que mueve al perro. La relación Israel-EE UU y el devenir de Oriente Próximo

    Ver todas las entradas

Comentarios y respuestas: revista@hedonica.es



CONSEJO ASESOR Javier Cercas, Félix de Azúa, Carlos García Gual, J. Á. González Sainz, Carmen Iglesias, Antonio Muñoz Molina, Amelia Valcárcel, Darío Villanueva.


Imagen Centrada y Ajustada

Editorial Tricastela

CARTAS DEL DIRECTOR


CARTAS DEL DIRECTOR


Si no tiene cuenta, puede crearla aquí.

SOLICITAR BOLETÍN


DESTACADOS

Imágenes con Borde Gris

Editorial Tricastela

Imágenes con Borde Gris

Editorial Tricastela

Imágenes con Borde Gris

Editorial Tricastela

EVENTOS

Eventos pasados Eventos próximos