«El lugar del “Epistolario” en la obra de Zubiri»

Véase también el artículo: «La intimidad de Zubiri»

 

 

1. La reciente publicación del «Epistolario» de Zubiri se añade a su abrumador legado filosófico, formado por elementos muy heterogéneos en su despliegue y en su alcance. No es ninguna novedad ni ninguna rareza que la colección de sus obras acoja el Epistolario porque se supone que en la vida de un filósofo la elaboración de su filosofía es el principal argumento biográfico, y más en el caso de un Zubiri que se proclamaba «profeso en filosofía», una «vida intelectual» adoptada como forma de vida con todos los riesgos, privaciones, incertidumbres y satisfacciones que ello comporte. Esto no es algo dado o innato; al contrario, es un largo proceso que solo alcanza claridad para el protagonista hacia la mitad de su vida, contando incluso con que esa vida resultó ser longeva. Pues bien, lo más interesante de este Epistolario es la publicación de los documentos existentes que se refieren a ese proceso. Siguiendo a los propios editores, podríamos hablar de cuatro tipos de relevancia: biográfica, filosófica, histórica y cultural (p. XII).

Es evidente que predomina el interés biográfico. Eso explica que inicialmente la publicación se concibió como la documentación que apoyaba la extraordinaria biografía de Jordi Corominas y Joan Albert Vicens (2006), conocida por todos los interesados en Zubiri. Considero que esa finalidad inicial se vio desbordada por los acontecimientos. Aparentemente, Zubiri casi no tenía «vida pública», y hacer frente a una biografía de una vida privada es siempre terreno pantanoso, más aún, tratándose de un filósofo y en una época en que poderosas corrientes proclaman la definitiva «muerte del autor», frente a la única «objetividad» de los textos escritos.

Nadie sospechaba antes del trabajo de Jordi Corominas y Joan Albert Vicens que esa vida privada, en un caso como el de Zubiri, hubiese pasado por tantas fases atormentadas y se hubiese desarrollado por caminos tan sinuosos. Pero hay más cosas que conviene tener en cuenta. La carta crucial firmada por «Rourix» (pp. 31-51), que levantó una tormenta en la vida y el entorno de Zubiri, es un resumen bastante claro y completo de algo tan difuso en el mundo católico como «el modernismo» religioso. Los dos complejos procesos de secularización son verdaderas autobiografías (pp. 148-155, 196-202), lo que ya aparece en la larga carta (pp. 69-85) que Zubiri dirigió a su obispo para informar y explicar su pensamiento religioso en aquel momento de zozobra. Igual de dramática me parece la carta dirigida a su amigo y protector Juan Lladó (pp. 443-446), en la que lo nombra albacea y depositario de todos sus escritos ante el agobio extremo de su incapacidad para cumplir los plazos, por él mismo propuestos, para entregar aquella obra decisiva que diese sentido a su entrega a la vida intelectual. Trágica sin paliativos es la que dirige a su íntimo amigo de la época, Eugenio Ímaz, confesándole dos días antes de su ordenación sacerdotal que se acerca a ella habiendo perdido la fe (pp. 28-29), tragedia que se agrava porque Zubiri pidió ayuda desesperada y no parece que encontrase a nadie en su entorno capacitado para estar a la altura de la demanda.

Si se hace una lista de las personas que aquí aparecen como remitentes o destinatarios, nadie dudaría del interés de este volumen: Ortega y Gasset, Pío XI, el cardenal Pacelli (futuro para Pío XII), M. Heidegger, H.-G. Gadamer, M. Schmaus… Bastaría remitirse a los colaboradores del voluminoso homenaje que se publicó en 1970. Sin embargo, la persona que más veces aparece en esta correspondencia es su esposa Carmen Castro, siempre como destinataria de todo tipo de cartas, lo cual no significa que no existiese correspondencia en la dirección inversa con Zubiri como destinatario, sino que no se ha conservado. La correspondencia con Severo Ochoa, ahora recuperada en su integridad, ya muestra en concreto el constante interés de Zubiri por la investigación científica, algo que durará toda su vida y que marca un notable rasgo propio por poco usual en los filósofos contemporáneos y deja abierta la cuestión de cuál sea el verdadero peso de las ciencias en una filosofía, teóricamente autónoma, como posible inspiración, verificación o incluso veto para determinadas posiciones. Lo mismo cabría decir en otro sentido de la teología. Los editores, en un trabajo de paciente orfebrería, han logrado identificar la fecha de casi todas las cartas y proporcionan una contextualización imprescindible y sobria con notas a pie de página.

Para completar el interés biográfico, el Epistolario no solo cumple sobradamente la intención primera de documentar la biografía de 2006, sino que la desborda por la relevancia de lo publicado y por nuevos hallazgos imprevistos. Por ejemplo, las cartas de y a Julián Marías en la inmediata posguerra van a obligar a revisar un lugar común entre los historiadores de la filosofía española, aunque desafortunadamente se necesitará algún recurso imaginativo porque la correspondencia a todas luces no está completa. Esto ha permitido a los autores una segunda edición (2025) de aquella biografía, que no es simplemente una corrección y ampliación de la primera, sino una obra cualitativamente nueva. No se trata del volumen total de adiciones, aclaraciones o nuevas redacciones, sino de que esas intervenciones inciden en pilares básicos que, en mi opinión, proporcionan una imagen de conjunto mucho más rica y coherente del biografiado. Me referiré a algún punto solo como ejemplo: la muy peculiar etapa formativa de Zubiri desde la enseñanza secundaria hasta sus doctorados en Teología y Filosofía (por este orden) avanzaron por caminos ciertamente inusuales; los pasos de su crisis religiosa y su superación; los largos procesos de secularización, que parecían establecidos con fines disuasorios; su retirada de la actividad pública abrazando una «soledad» que tardaría mucho tiempo en mostrarse «sonora»; el muy equilibrado tratamiento de las relaciones del biografiado con Ortega y Gasset, que lógicamente fueron variando a lo largo del tiempo y que en su etapa madura están marcadas, no sólo por el aprecio personal, sino por el respeto entre dos modos de pensar que toman vías diferenciadas con puntos de contacto y en los que la supuesta «rivalidad» por un espacio público en la posguerra parece invención de algún crítico poco documentado. En varios de estos y otros temas, esta nueva versión de la biografía será difícilmente superable.

Si hacemos una reflexión sobre el interés «filosófico» de este Epistolario, la primera impresión es que dista de ser el dominante. Los corresponsales «filósofos» en términos relativos son pocos y en la mayoría de las ocasiones se trata de temas administrativos o protocolarios, aunque a Zubiri le producía una mezcla de hilaridad y estupor que Gadamer hubiese referido a Sobre la esencia como su «libro sobre Aristóteles» (p. 527). En esto, dejando de lado lo que Gadamer hubiese podido leer, siempre me pareció que iba menos descaminado que otros críticos. El problema de fondo es que Zubiri, que no es un gran epistológrafo, al buscar la soledad, aisló a su filosofía del debate público en aras de una elaboración personal, con unas exigencias de perfeccionismo tan desmesuradas que a punto estuvieron de convertirlo en filósofo ágrafo, porque incluso la vía de los cursos, primero privados y a partir de 1952 públicos (de hecho para una minoría), es tan esotérica que no desemboca por su propia dinámica en una comprensión adecuada de las publicaciones, como se puede comprobar a placer con las reacciones de los asistentes que recibieron como obsequio un ejemplar de Sobre la esencia y entre los que solo cabe espigar una reacción razonada de Ignacio Ellacuría (pp. 497-501), por así decirlo el último en entrar en aquel momento en el círculo próximo a Zubiri. Es cierto que hay propuestas de un debate epistolar sobre temas filosóficos, al menos por parte de José María Rubert Candau (pp. 495-496), un antiguo franciscano que en esa época desarrollaba una amplia labor de publicaciones a la sombra del CSIC, y desde México por parte de su viejo conocido Eduardo Nicol (pp. 462-464), a las que Zubiri no parece que fuese sensible, como no lo fue a la multitud de invitaciones desde las instituciones más diversas y desde lugares remotos para conferencias, ciclos y actos de todo tipo. Sus más allegados le presionaron para que publicase aquellos cursos, solo accesibles a un auditorio muy reducido y con el soporte volátil de un discurso veloz; en fecha temprana Laín Entralgo le avisó con graves palabras: «Debe usted abandonar toda obra accesoria y dedicarse de lleno a su labor personal, histórica y creadora. Lo necesita España, lo necesita también usted mismo para ser fiel a su destino y lo necesitamos un grupo de españoles amigos suyos, que vemos en su obra, por muchas razones, una guía intelectual decisiva» (pp. 309-310). No es fácil pensar que estas palabras cayesen en saco roto, más viniendo de una persona que sería clave en su vida por su estrechísima amistad con Zubiri y uno de los pocos que quizá siguieron en su integridad todos los cursos, sin desdeñar nunca cualquier oportunidad de citarlo. No obstante, es este epistolario el que, a veces indirectamente, permite conocer los cambiantes estados de ánimo por los que va pasando y poner fechas precisas a sus preocupaciones, sobre todo en las larguísimas temporadas con ausencia de publicaciones. También nos permite descubrir las tensiones que están en la base de publicaciones que parecen abstractas o la reacción de estupefacción ante el hecho de que se convierta en éxito de superventas un libro tan difícil como Sobre la esencia, que los compradores en avalancha no pueden entender y los que parecían entendidos marcarán claras distancias con él. Dejo para el final la ya famosa carta a Heidegger cuando Zubiri se despide de Friburgo (pp. 132-138), carta pensada a fondo, de tono elegíaco, en la que Zubiri da salida a su frustración por no haber sido posible una relación de intercambio intelectual y malograr aquella oportunidad única, lo cual no disminuirá su aprecio por el filósofo alemán y el seguimiento de sus escasas publicaciones posteriores. En esta misma línea nos deja desconcertados la intervención muy posterior del propio Heidegger a favor de Víctor Farías (p. 591), el escritor de origen chileno que en 1989 publicará uno de los libros más duros contra Heidegger, no tanto por los hechos allí tratados y que en alguna medida eran conocidos, sino por el tono sensacionalista y agresivo, próximo al panfleto político. Si tuviese que sintetizar este punto, diría que, sin ser dominante en la correspondencia, no es nada desdeñable su aportación filosófica y, de hecho, desde la publicación de la biografía ya en 2006, todos nos acercamos casi inconscientemente a Zubiri desde otro ángulo y con otra actitud.

Respecto al interés «histórico» podré ser más breve. Es importante para calibrar la inserción y la independencia de Zubiri dentro del desarrollo de la filosofía en la España del siglo XX, en cuyo estudio ya se ha hecho habitual la tríada Unamuno-Ortega-Zubiri, que de ninguna manera significa un proceso de dependencia sucesiva ni tampoco una estricta continuidad en su despliegue. El Epistolario recoge toda la extensión del arco que va desde un programa regeneracionista en el período de formación de Zubiri, pasando por un efímero momento de esplendor del cual él mismo fue parte muy activa, hasta su desmoronamiento y la desconexión de sus miembros después de la guerra civil. Más próxima al quehacer cotidiano de Zubiri es la historia del catolicismo español —un aspecto especialmente cuidado por sus biógrafos— y las posturas de sus máximos jerarcas. Zubiri choca desde muy joven con aquella rutina improductiva, sufre en su carne los rigores de la magna e indiscriminada condena antimodernista y debe de ser el único español excomulgado por sus simpatías «modernistas», una amenaza difusa que resultó mucho más dura en los católicos de lengua francesa. Zubiri, que no se consideraba un «teólogo», fue convocado a numerosas reuniones con ocasión del Concilio como representante de un catolicismo sólido y abierto, pero es una cuestión no cerrada determinar hasta qué punto las líneas triunfantes en el Concilio hicieron mella en su pensamiento religioso. Esbozaré únicamente algún apunte. Habría que ver hasta dónde un libro como El problema filosófico de la historia de las religiones —es decir, la II Parte de El problema teologal del hombre y los cursos de 1965—, con todos los antecedentes que sean de rigor ya en el escrito de 1947, es deudora de las corrientes ecumenistas surgidas a raíz del Concilio y no dejan de resultar curiosas las anotaciones mordaces respecto a la polémica encíclica Humanae vitae (pp. 577, 582) en cartas a su mujer. Es muy amplio el número de eclesiásticos y dignatarios presentes en este epistolario, pero encontramos reiteradamente la presencia del obispo Leopoldo Eijo y Garay, primero como obispo de Vitoria y luego como obispo de Madrid-Alcalá, parte activa en decisiones muy importantes en la vida de Zubiri.

Respecto a la relevancia «cultural» permítanseme dos breves anotaciones. El Epistolario muestra, y los editores lo resaltan en la nueva edición de la biografía, la importancia cultural de la Sociedad de Estudios y Publicaciones, constituida jurídicamente dentro del Banco Urquijo el 29 de mayo de 1947 con la finalidad inmediata de proporcionar un cobijo intelectual y asegurarle unos mínimos ingresos a Zubiri por iniciativa de Juan Lladó, ejecutivo del banco y unido por estrecha amistad de por vida con Zubiri, en cuya valía intelectual creyó siempre incondicionalmente. Con el paso del tiempo y cuando el régimen político lo permitió, la Sociedad se fue transformando en un importante agente cultural y, bajo la dirección de Zubiri, consiguió traer a Madrid a ilustres personalidades de las ciencias y de la cultura, con su ya citado amigo Severo Ochoa en primer plano. Pero en una labor menos ruidosa otorgó ayudas a personas valiosas sin recursos económicos y ofreció cobijo a otros desafectos con el régimen, que no siempre fueron agradecidos. El Epistolario documenta, en su parte más protocolaria, la amplitud de esta labor de Zubiri, que se suele pasar por alto. No en último lugar, la Sociedad servirá de soporte para el «Seminario X. Zubiri» creado en noviembre de 1971 bajo la dirección de I. Ellacuría y D. Gracia. En la última fase de la vida del filósofo ese «Seminario» rompió el aislamiento intelectual de Zubiri en una época de profundos cambios políticos y sociales, no muy favorables para el cultivo de la filosofía y fue el apoyo que hizo posible y sostuvo la escritura de la trilogía final Inteligencia sentiente, aunque la actitud de varios participantes era la de aprender de un maestro consagrado y, si era posible, aclarar con él las múltiples dudas que nos había dejado el estudio autodidacta de sus obras. Esta será también la semilla que, con el tiempo, cristalizará en la «Fundación X. Zubiri».

Tengo la pretensión de que las notas anteriores muestren desde diversos frentes la importancia y oportunidad de este Epistolario. No me cabe ninguna duda de que los criterios con los que se ha llevado a cabo esta «selección» son sólidos y prudentes. Si a ello añadimos por parte de los editores una dedicación y un afán de precisión sin límites para aquilatar detalles que a veces parecerán nimios, su trabajo merece reconocimiento y agradecimiento. Para completar su valor, el volumen contiene una amplia cronología a tres columnas que será una guía precisa para su manejo: la columna de la izquierda es una cronología de la vida de Zubiri tal como se refleja en el Epistolario; la columna del centro recoge los hechos sociales, políticos y eclesiales conectados con referencias explícitas o implícitas de las cartas; la columna de la derecha  recoge los hechos culturales, científicos y filosóficos que por algunos índices existentes tienen conexión con el pensamiento del autor. Todavía se añade un muy importante «índice onomástico» en el que se identifican con una breve referencia los nombres que aparecen en el volumen y el entorno de Zubiri, labor costosa en muchos casos porque son nombres que ni son fáciles de identificar ni hoy resultan conocidos para una gran mayoría. Si esto se puede ir completando en algún detalle, si se tienen en cuenta además las sobrias anotaciones a pie de página que explican pasajes oscuros de algunas cartas, estamos ante lo que debe llamarse un «texto limpio» (clear text) de lo publicado, que no ofrece dudas para su manejo y utilización hasta donde sea conveniente.

 

2. Al hilo de la publicación, en vida de Zubiri, de su Trilogía sobre la inteligencia, la editorial Alianza inició y fue consolidando una colección de «Obras de Zubiri» que todavía hoy mantiene las grandes líneas del diseño original, excepto en lo relativo a márgenes, interlineados o calidad del papel. Esta colección es la referencia para lectores y estudiosos de Zubiri y contiene los textos sobre los que se elaboran las traducciones a otros idiomas, algunos tan alejados del original como el ruso, aunque con la muy notable ausencia del alemán, tras el fracaso de aquella traducción de Sobre la esencia (Vom Wesen. Traducción de H. G. Rotzer. Prólogo de A. Dempf. Max Huber Verlag, Múnich, 1968). Han transcurrido cuarenta y dos años desde la muerte de Zubiri, y la colección de sus obras comprende más de una treintena de volúmenes, muy diversos en temática, extensión e importancia, con la particularidad de que ningún rasgo externo advierte al posible lector de tal diversidad. El penúltimo tomo en este momento es el Epistolario, cuya misma presencia en el conjunto podría sorprender, al menos porque, incluso tratándose de una selección, es el más voluminoso de los publicados hasta ahora.

Cuando el lector abre el Epistolario encuentra en la página izquierda de la portada la relación de todas las obras de la colección, ordenadas por riguroso orden de publicación, que no es, sin embargo, el de su composición. Quien precise tal orden lo puede encontrar fácilmente en la página web de la Fundación X. Zubiri. No obstante, para quien no esté familiarizado con su obra voy a pergeñar una cartografía general, indicando los principales grupos de escritos que componen la colección, aunque advierto desde el principio que en algún caso la línea divisoria entre los diferentes grupos es borrosa.

Hay un primer grupo que es el mejor caracterizado y está definitivamente cerrado. Se trata de las (escasas) obras publicadas en vida por su autor: exactamente cuatro, si se toma la Trilogía final como una obra unitaria en tres partes (1980-1983), aunque con la anomalía de que el primer libro, Ensayo de una teoría fenomenológica del juicio (1923), había caído completamente en el olvido, con la necesaria colaboración del autor. Quedémonos ahora con esa fecha porque entre 1923 y la muerte de Zubiri en 1983 transcurren exactamente sesenta años en una de las épocas más convulsas de la historia europea. Si exceptuamos el caso único de Cinco lecciones de filosofía (1963), entre cada uno de aquellos libros media un lapso de unas dos décadas, lo cual en principio deja en penumbra largos períodos de silencio y de indiferencia, al menos aparente, en las ruidosas y apasionadas «batallas culturales» —con terminología de ahora— que han atronado el siglo XX. Podemos añadir un puñado de publicaciones más breves, algunas ocasionales, que llenaron dos sucesivos volúmenes, Sobre el problema de la filosofía y otros escritos (2002) y Escritos menores (2006), a los cuales todavía podría añadirse una recopilación de escritos antropológicos, Siete ensayos de antropología filosófica, publicada en 1982 por Germán Marquínez Argote en Bogotá, y que contó con la conformidad de Zubiri. El trabajo de los editores consistió en recuperar la integridad y limpieza del texto, en algún caso deteriorado por la mala calidad del trabajo del impresor, por el aumento de erratas, y en añadir unos «índices» que facilitaban mucho su estudio. No hace falta decir que este grupo es y será siempre la columna vertebral del pensamiento zubiriano, con una particularidad de gran alcance: la última obra de Zubiri fue publicada en vida por él mismo y, por tanto, de los inéditos no cabía esperar revelaciones esenciales novedosas.

Entre las abundantes publicaciones póstumas, el primer grupo lo inició muy pronto Ignacio Ellacuría con la esperada publicación El hombre y Dios (1984), en cuya revisión trabajaba Zubiri en el momento de su muerte. Esta edición fue rehecha posteriormente. Por otra parte, Sobre el hombre (1986), el libro más peculiar de toda la serie conformado externamente por una recopilación de fragmentos de inéditos de distintos años (fundamentalmente de 1952-1953 y de 1959, pero también el último texto acabado por Zubiri) y que sigue esperando su obsolescencia en aras de criterios más rigurosos en una temática tan importante. Además, Zubiri había insistido en colocar la publicación de Sobre la esencia (1962) como línea divisoria de su madurez definitiva y, por tanto, proponía desdeñar la publicación de inéditos anteriores a esa fecha como «inmaduros» y «superados». Lo primero que se publicó es lo que podríamos llamar «el ciclo de Sobre la esencia», pero de una forma aleatoria porque quien tenía un conocimiento más directo de la amplitud y contenidos de los inéditos era el propio Ellacuría, asesinado en San Salvador en 1989. Diego Gracia fue reuniendo a un grupo de colaboradores con intereses distintos que nos fuimos haciendo cargo de cursos, sin una idea clara del conjunto y también con herramientas metodológicas diversas, a partir de originales mecanografiados y en muy distinto estado de elaboración.

Existe un núcleo amplio de publicaciones que completan Sobre la esencia, cuyo fruto más granado es Estructura dinámica de la realidad. Esto puso de manifiesto un hecho entonces sorprendente: es falso que, pese a la primera apariencia, aquella obra sea un libro completo y cerrado sobre sí mismo, algo en lo que incidían también lecturas de Inteligencia sentiente que iban encontrando allí exigencias de una depuración a fondo de la obra anterior del filósofo. Otros varios volúmenes están dedicados a temas clásicos de la filosofía: el espacio, el tiempo, la materia (texto que también tuvo que ser revisado por hallazgo del original), la verdad, la imaginación. Los editores de aquella época tienden a «presentar» los distintos temas como «precedentes» de Inteligencia sentiente, lo cual en estricta cronología es una obviedad, pero sus contenidos responderían mejor al de «complementos de Sobre la esencia». La investigación zubiriana de las últimas décadas del siglo XX debatió con pasión variaciones en distintos aspectos al calor de cada nueva publicación, con temas que muchas veces han quedado obsoletos por ser objeto de un consenso básico o quedar minimizados a medida que aumentaba la colección de textos publicados. Las «presentaciones» de los editores se irán haciendo más neutras y austeras, dejando de lado cualquier intento de orientar la interpretación.

Otro grupo de publicaciones versa, desde enfoques distintos, sobre lo que es la metafísica o, para decirlo con más precisión, «lo metafísico» en las cosas, algo que se identifica «formal y materialmente» con la filosofía misma. Aquí podría incluirse Sobre la realidad -un título que podría haber servido perfectamente para la obra publicada en 1962- donde Zubiri, probablemente disgustado con las malas interpretaciones, ofrece una guía ordenada de sus contenidos básicos y, de modo indirecto, una respuesta a algunos de sus críticos, sobre todo en el embrollado tratamiento de los transcendentales. Estructura de la metafísica expone el esqueleto sistemático del tema; su «cañamazo» histórico no lo ofrece la «parte segunda» de Sobre la esencia, sino Los problemas fundamentales de la metafísica occidental, obra de la cual sería un apéndice el breve curso El sistema de lo real en la filosofía moderna, provisionalmente alojado como continuación de Cinco lecciones de filosofía. Para calibrar la importancia de este grupo, podría decirse, con cierta simplificación, que la fuente de las incomprensiones y críticas a Zubiri reside en que, si bien todos hablan de «metafísica», no entienden lo mismo con este término, algo que tendría que anotarse en el «debe» de Zubiri por no haber clarificado este punto, dándolo por supuesto.

Hay un grupo de temas que atraviesa toda la obra de Zubiri y parece tener dinámicas propias: los escritos «religiosos» iniciaron la publicación de los póstumos y fueron sometidos a una profunda revisión textual. Su eje vertebrador es la idea de «religación», un gran hallazgo de Zubiri que sale a la luz en 1935 y atravesará el resto de su vida, con importantes precisiones en su significado. En 2012 El hombre y Dios fue refundido de raíz separando las fuentes básicas que I. Ellacuría había unificado. La publicación con idénticas exigencias de rigor en 2015 del último curso largo –El problema teologal del hombre: Dios, religión, cristianismo– provocó, a juicio de los editores (Antonio González y Esteban Vargas Abarzúa), la obsolescencia de los otros dos volúmenes que conformaban la «trilogía teologal» anterior: El problema filosófico de la historia de las religiones y El problema teologal del hombre: cristianismo. Fue necesario rescatar los cursos de 1965 y 1968, a todas luces preparatorios del gran curso de 1971, conformando un nutrido volumen con el título genérico Sobre la religión. Luego se añadiría el texto de 1967 Reflexiones filosóficas sobre algunos problemas de teología, que en algunos oyentes bisoños provocó en su momento gran desconcierto, aunque Zubiri afirma sin duda que es un libro «de filosofía», como apunta un texto contundente del Epistolario: «No lo creas ni por un momento que yo sea un teólogo. Cuando te digo que no es que no y sé lo que digo y no pienses en una línea de teología que vaya a pasar por mí» (p. 646). En todo caso, la relación que en Zubiri exista entre filosofía y teología no es cuestión que se pueda zanjar de un plumazo. En los mismos días en que escribo, todavía con tinta fresca, se publica, con el título Filosofía de la religión (1947), la tercera parte (la única de la que quedan textos) del curso privado de ese mismo año. El tema, que cuenta con un número apreciable de lectores, quizá no esté todavía cerrado.

En 2007 se dio otro paso importante en esta colección. Manuel Mazón recuperó los cursos universitarios de Zubiri en la Universidad Central y en la Universidad de Verano de Santander, hasta completar cuatro gruesos volúmenes (uno por año de docencia, pues Zubiri se marchó a Roma a finales de 1935). La novedad es que el texto parte de colecciones de apuntes, ordinariamente elaborados a partir de notas tomadas en las clases por asistentes, que frecuentemente no eran alumnos oficiales de Zubiri. En la mayoría de los casos se encontró más de un grupo de apuntes para el mismo curso, con un fondo similar y variantes que el editor recogió meticulosamente, siendo los autores de apuntes más habituales L. F. Vivanco, M. Araujo, C. Castro y, más esporádicamente, J. Marías. Lo que aquí se muestra es la extraordinaria conexión entre su actividad docente e investigadora, que ya no se repetirá nunca más. Creo que la «fiabilidad» de esos apuntes es la misma o incluso superior a otros casos renombrados en la historia de la filosofía, como pueden ser los muy influyentes cursos de Hegel en Berlín. En este mismo grupo, conectado con su actividad docente en Barcelona y basado fundamentalmente en un curso en Ameixenda y Madrid, debe incluirse Introducción a la filosofía de los griegos, publicado por J. Corominas y J. A. Vicens.

Quedaba romper aquel último tabú sobre los cursos, numerosos y muy voluminosos, anteriores a Sobre la esencia, que Zubiri consideraba impublicables por «anticuados». Cabía suponer que esa especie de veto se refería fundamentalmente al amplio volumen de datos científicos, sobre todo de las ciencias biológicas, que Zubiri había recogido con verdadera libido sciendi; pero lo cierto es que esto afectaba de refilón al posible tipo de dependencia que las consideraciones «filosóficas» mantenían con esos hechos científicos. Hay una réplica muy sencilla a ese desdén porque, si bien es cierto que en algunos de esos cursos el espacio dedicado al análisis de hechos científicos divididos por zonas de la realidad es muy amplio, en otros el porcentaje de «hechos» no es superior al que ocupan en obras publicadas, también en este punto sometidas al mismo riesgo de obsolescencia. Lo que no puede cuestionarse es que esos cursos tienen un gran interés para conocer la evolución y la formación del pensamiento maduro de Zubiri, aunque esto indirectamente ponga en cuestión la utilidad de agrupar tantas obras en una «etapa de madurez», establecida por el propio filósofo desde 1944, que se extendería hasta su muerte y tendría su momento culminante en el Opus Maius de 1962. Pues bien,  después de una ligera incursión con motivo del volumen Sobre el sentimiento y la voluntad (1992), fue el propio director de Publicaciones de la Fundación X. Zubiri, Antonio González, quien rompió ese tabú en 2010 con la publicación de Acerca del mundo, un curso breve, cronológicamente coetáneo de la redacción de Sobre la esencia, en el que hay un amplio porcentaje de información científica, hoy anticuada, e incluso algo tan sorprendente como una reformulación de la prueba cosmológica de la existencia de Dios. Seguirán una década después el primero de los cursos privados Ciencia y realidad, revisado a fondo por Zubiri, y a partir de 1921 el curso largo y primero de los públicos Filosofía primera, que el editor considera con razón «la cumbre intelectual» de este tipo de cursos. Quizá deberíamos replantearnos si es adecuado llamarlos «extrauniversitarios» pues la denominación puede dar a entender que tienen alguna relación con otros cursos que serían «universitarios», cuando es conocido que, a partir de 1942, Zubiri no tuvo ninguna relación orgánica con ninguna institución universitaria. Ese curso y ese año (1953-1954) parece marcar así una encrucijada en el pensamiento del filósofo y, al mismo tiempo, la formación de un inmenso vivero al que seguramente recurrió en momentos posteriores de su actividad intelectual. Distinto alcance tiene la ya mencionada Filosofía de la religión.

 

3. ¿Qué se deduce de este panorama, aquí evocado en sus trazos elementales? De entrada, una cuestión en buena medida retórica. Algunos ya se han preguntado si el sitio de este Epistolario, compuesto por cartas, muchas de ellas (no todas) privadas y condicionado por el azar de que no se hayan conservado muchas otras que existieron, tiene su lugar adecuado en la serie de las «Obras de Zubiri». Mi pregunta, después de lo dicho, es otra: ¿Por qué no? ¿Cuál sería, según esos puristas, su lugar propio, una vez que hemos notado que la serie de «Obras», con diseño editorial ya familiar, cobija elementos tan diversos? Habría que tomar en consideración el tratamiento al que los editores han sometido el texto y su inserción en el programa de «vida intelectual» que da sentido e identidad a la vida de Zubiri. Es cierto que en otros casos se ha optado por separar la correspondencia de las otras obras de algunos filósofos, incluso para proteger la obra de dudas sobre las cartas, algo que viene sucediendo desde Platón y que es perfectamente explicable en la edad de oro de los epistológrafos en un caso extremo como el de Voltaire, donde el volumen de cartas y obras epistolares aplastaría su propia producción literaria e intelectual. Pero es más habitual que se considere la correspondencia como parte de la obra y voy a poner un solo ejemplo, que no deja de tener en este punto semejanzas con Zubiri. Kant fue un filósofo que, según expresión famosa del poeta Heinrich Heine, «no tuvo una vida ni una historia», si por tal se entiende un conjunto de sucesos noticiables al margen de la magna labor de elaboración de su pensamiento, por más que meticulosos biógrafos se afanen con ocasión de cada efeméride por componer un relato digno de uno de los más grandes filósofos de todos los tiempos y, podríamos añadir, la labor de la Kant como escritor de cartas es marginal si se compara con contemporáneos cuya pasión por el género epistolar parece incontenible —Leibniz, por no salirnos de la misma tradición filosófica— y si se compara con la mole de su obra publicada. Sin embargo, hay una etapa en la vida de Kant, la década que precede a la eclosión de sus grandes obras, en la que las cartas son imprescindibles para reconstruir el desarrollo de su actividad intelectual y entender su resultado, no del todo coincidente con el previsto al comienzo y a nadie le extraña que la edición crítica de las obras de Kant, iniciada a finales del siglo XIX y para humillación de la investigación (Forschung) alemana todavía sin visos de terminarse, dedicase cuatro volúmenes a esa correspondencia, de la cual se hizo luego una amplia selección en una conocida serie de manejables publicaciones filosóficas (Ed. F. Meiner). Ni los editores de Kant ni tampoco los editores de Zubiri tienen la obligación ni es tarea suya prever el uso que en el futuro se pueda hacer de esos textos; ya han cumplido sobradamente con su tarea al ofrecerlos con todas las garantías deseables.

 

Autor

Comentarios y respuestas: revista@hedonica.es

BOLETÍN


Importante:
Si no recibe el correo de confirmación tras suscribirse, por favor revise su carpeta de spam o correo no deseado. Si lo encuentra allí, márquelo como «No es spam» para asegurarse de recibir nuestras comunicaciones futuras.

DESTACADOS