Nota editorial: Ofrecemos, en concepto de prepublicación, el capítulo inicial del libro de José Lázaro: El contrato de prostitución conyugal. Catherine Robbe-Grillet, que llega a las librerías el 18 de septiembre 2024.
El paratexto de su cuarta cubierta lo presenta de la siguiente manera: «Cuando Catherine llevaba un año casada con el novelista y cineasta de vanguardia Alain Robbe-Grillet (que ascendía hacia la celebridad), él le entregó la propuesta de un “Contrato de prostitución conyugal”. Ella no llegó a firmarlo, pero se convirtió en la sumisa de su marido. Hoy, a punto de cumplir 94 años, la actriz y fotógrafa Catherine Robbe-Grillet es la Dominatriz y Maestra de Ceremonias más célebre de Francia. Este libro relata y analiza su historia, a la vez que plantea un profundo enigma sobre la naturaleza humana: ¿cómo es posible que el dolor se transforme en placer, la humillación en excitación y la sumisión en satisfacción? ¿Es realmente el sadomasoquismo uno de los placeres más intensos que se pueden alcanzar?
Con una estructura mixta entre el retrato biográfico y el ensayo narrativo, este análisis teórico se ilustra con un amplio catálogo de escenas sadomasoquistas tomadas de la literatura clásica, del cine y de los relatos clínicos. La presencia continua de esas escenas en la cultura actual contrasta con la pobreza de la investigación científica y la reflexión teórica sobre ellas. La hipótesis que aquí se plantea entiende el sadomasoquismo como una extraña metamorfosis de sensaciones y sentimientos que nos invita a profundizar en los aspectos más importantes y menos explorados del animal humano».
Capítulo 1
El contrato
En el año 1958 Catherine Rstakian tenía 28 años y llevaba uno casada con el escritor y cineasta experimental Alain Robbe-Grillet, que ascendía rápidamente hacia la celebridad como máximo representante del movimiento vanguardista incipiente por entonces en la literatura francesa: le nouveau roman. A finales de septiembre su marido le entregó cinco páginas manuscritas, enrolladas y atadas con un fino cordón rojo. Era un contrato de prostitución conyugal:
—El presente contrato se establece entre los abajo firmantes con objeto de precisar los derechos especiales del marido sobre su joven esposa, en sesiones particulares, pagadas en metálico, durante las cuales será sometida a malos tratos, humillaciones y torturas, superando los límites establecidos por la costumbre durante el primer año de matrimonio.
- La duración de las sesiones particulares se limitará a dos horas, pero, a discreción del marido, podrá ser más breve. El día y la hora de cada sesión se fijarán de común acuerdo entre ambas partes. Una vez elegida la fecha, solo el marido puede anular la cita. También podrá exigir un mínimo de tres sesiones al mes. El día señalado, en el minuto exacto, la esposa se presentará a la cita, con el atuendo que se le haya prescrito; salvo orden en contrario, se arrodillará inmediatamente ante su marido, con los ojos bajos y las manos a la espalda, y permanecerá en esta postura a la espera de que se disponga de ella.
- Durante toda la sesión, la joven se comportará de forma discreta y mostrará una docilidad absoluta. No se sorprenderá por nada, no expresará ninguna opinión sobre lo que se le pida y obedecerá todas las órdenes inmediatamente. Solo hablará si su marido se lo ordena y, en ese caso, se limitará a lo que él le indique. Nunca deberá mostrar la menor iniciativa, sino solo prestarse, con exactitud e inteligencia, tanto a los menores detalles como a las exigencias más escandalosas. Las únicas expresiones personales que se le permiten son las de miedo, dolor y disgusto, siempre que, por supuesto, tales sentimientos se superen rápidamente. La menor vacilación acarreará, además, un severo castigo, dejado a la discreción del marido.
- Dado que la joven solo está allí para satisfacer los vicios de su marido —que, por tanto, la tratará con un rigor y una brutalidad constantes— no se planteará la cuestión del placer que ella misma pueda obtener en el proceso. Si es sometida a caricias, solo será porque a su marido le apetece el contacto de su carne y nunca con la intención de hacerla disfrutar. Por tanto, poco importa que lo haga o de deje de hacerlo; tampoco le está prohibido gozar. Pero la única participación que se le exige es de carácter intelectual; una comprensión inmediata de las diversas actitudes y gestos que se le impongan, y que deberá realizar con vistas a la mayor satisfacción del marido.
- Estas actitudes serán casi siempre humillantes. Pueden ir acompañadas de cadenas y ataduras de todo tipo, o bien destinadas a mantener su cuerpo en una posición precisa durante las caricias o torturas, o bien tan solo a materializar el estado de esclavitud en el que la joven se encontrará durante las sesiones. Del mismo modo, su sumisión podría hacerse aún más evidente con una venda en los ojos, o algún otro accesorio inventado según la conveniencia del beneficiario. Muchas posturas resultarán además incómodas, pero la joven deberá permanecer en ellas el tiempo que le plazca a su marido dejarla así: como el placer de la esposa no está en juego, el cansancio que sienta por ello no se tendrá en cuenta. Sin embargo, si el dolor es demasiado grande, podrá pedir clemencia a su Amo, que generalmente se la concederá.
- Los tormentos que se le apliquen podrán ser variados, o monótonos, si al marido le apetece; tampoco en este caso será la joven quien lo juzgue. Si se aburre, se impacienta o se cansa de un castigo, puede tranquilizarse recordando que el hombre a quien pertenece encuentra satisfacción en él, y que ese es el único propósito de la operación. En general, y sin prejuzgar otras invenciones, será abofeteada constantemente, mordida, etc. Su carne recibirá arañazos, preferiblemente en las zonas más sensibles; por último, será azotada, con un látigo de cuero comprado por ella a tal efecto, en cualquier parte del cuerpo, varias veces por sesión y durante el tiempo que su marido desee. Sin embargo, ningún latigazo, etc., podrá aplicarse con tanta fuerza que desgarre la piel o produzca hematomas evidentes; ninguna tortura podrá dejar marcas visibles al cabo de unas horas. Además, también en este caso, la víctima tendrá la opción de pedir un respiro cuando considere que no puede soportar más el tormento.
- A lo largo de estos entretenimientos, el marido concederá la mayor importancia a que su mujer permanezca constantemente ofrecida. Salvo indicación contraria, la menor presión de los dedos debe interpretarse como una invitación a abrirse más, o a entregar más convenientemente la zona que el marido desea ver, acariciar o vejar. En particular, los orificios naturales del cuerpo se presentarán siempre —en la medida en que las órdenes dadas lo permitan— de forma que se facilite al máximo cualquier penetración. Esta regla se respetará en todos los casos, incluso si una tortura intensa, en ese momento, corre el riesgo de desviar la atención de la joven de los deseos eróticos a los que al mismo tiempo debe prestarse. Igualmente, cuando se le pidan caricias con la mano o con la boca, deberá prestarles toda la atención necesaria, aunque la posición en que se la mantenga o la tortura a que se la someta le dificulte la aplicación de sus conocimientos amorosos.
- Una vez que el marido se haya cansado (o le interrumpa el límite de dos horas), despedirá a su mujer sin más. Ella deberá respetar hasta el final las normas del presente contrato de prostitución relativas a su compostura. Se arrodillará por última vez, con los muslos separados, las manos levantadas y los ojos muy abiertos, para mostrar su libre aceptación de todo lo que acaba de pasar. Permanecerá así alrededor de un minuto y saldrá de la habitación, después de haber recogido su ropa, sin decir una palabra. Si lo ha hecho todo de forma complaciente y aplicada, se abonará en su cuenta la suma acordada.
- Esta suma se fija en veinte mil francos franceses por sesión; pero, si la dureza del trato lo justifica, o si la fortuna del marido lo permite, podrán establecerse nuevas condiciones. Ese dinero pertenecerá a la esposa de pleno derecho: no responderá de su uso y podrá, en particular, emplearlo en placeres en los que su marido no tenga parte: viajes costosos, compras privadas de cualquier tipo, generosidad pródiga con terceros, etc. Excepcionalmente, y con el consentimiento mutuo de los abajo firmantes, podrán establecerse acuerdos especiales para otras sesiones más largas, atrevidas o crueles.
Neuilly, 22 de septiembre de 1958
El currículo de una Domina
Catherine no firmó el contrato. Sin embargo, la relación con su marido ya iba en esa dirección: Catherine había descubierto en el lecho conyugal que le gustaba el papel de sumisa y lo había contado dos años antes, bajo el pseudónimo Jean de Berg, en la novela La imagen.
La segunda novela —del mismo género, pero mucho más explícita y basada de forma directa en sus experiencias personales como Dominatriz— la publicó Grasset en 1985 con el título Ceremonias de mujeres; el pseudónimo ahora se había feminizado: Jeanne de Berg. El contenido de ambos relatos es muy distinto, el primero refleja los años iniciales de Catherine como sumisa y el segundo su madurez, transformada en la Dominatriz más célebre del mundillo intelectual parisino.
La otra serie de sus libros, ensayísticos y documentales, empezó en 2002 con un folleto firmado ya por Catherine Robbe Grillet y titulado Entretien avec Jeanne de Berg, en el que la autora juega con su doble personalidad para construir una autoentrevista sobre las ideas de su «Mrs. Hyde».
La publicación de los textos y documentos autobiográficos, que constituyen el grueso de su obra, empezó de forma casi fortuita cuando tuvo que revolver papeles viejos buscando datos cronológicos para una exposición sobre Alain. Encontró unos antiguos diarios íntimos y se los enseñó a su marido, algo asustada por el contenido, que entre otras cosas hablaba claramente de la limitación sexual que él padecía. Para su sorpresa, Alain le ensalzó el valor de aquellos escritos y la animó a publicarlos, insistiéndole en que debía hacerlo antes de que él falleciese, para que no dijeran que lo había traicionado. El libro, Jeune mariée, Journal 1957-1962, apareció en 2004. Tres años después lo completó con un cuadernito más, Le petit carnet perdu: Récit, que también relata y comenta sus prácticas sadomasoquistas.
Alain murió en 2008 y Catherine prosiguió con sus publicaciones: en 2012, firmada por ambos, apareció su Correspondance 1951-1990. Y en el mismo año ella publicó el libro de recuerdos biográficos sobre la personalidad de él y la larga relación amorosa entre ambos que incluye el texto íntegro del contrato: Alain.
En 2018, Catherine volvió a contraer matrimonio, esta vez con Beverly Charpentier, la más fiel y amorosa de sus sumisas.
La mayor parte del trabajo profesional de Catherine se había desarrollado en el cine y el teatro, como actriz pero también como fotógrafa o guionista. No es raro que accediera a protagonizar el documental La ceremonia, dirigido en 2014 por Lina Mannheimer, en el que se filmaron algunos de los rituales que realiza con grupos de amigas dominantes, sumisos y sumisas; también se entrevistó a varios de ellos. La película ofrece, en setenta minutos, un espléndido acercamiento, visual y verbal, al mundo de una mujer única en su género. Si es que pertenece a algún género.
Sumisas y sumisos
En la historia de Catherine Robbe-Grillet hay muchas cosas sustanciosas que comentar. La primera es la doble inversión que se produce en su trayectoria y que anula cualquier intento tópico de criticar el contrato por sexismo.
En efecto, el texto que Alain Robbe-Grillet le propuso a su mujer, si se lee de forma aislada y superficial, parece tener todos los elementos necesarios para despertar la furia del feminismo: el varón como Amo absoluto que disfruta de someter, abofetear, humillar y maltratar a la mujer que ha caído en sus redes. Y sin embargo, en su contexto el contrato era una pieza más en el complejo mecanismo de una pareja singular que buscaba de forma lúdica y cómplice el placer mutuo representando escenas que incluían el dolor, la humillación y la dominación, cosa radicalmente distinta del sadismo patológico, en el que una parte disfruta dañando o torturando a otra.
Ante la conducta de su marido, Catherine descubrió en la sumisión masoquista —envuelta en amor conyugal— un placer desconocido que la llevó a disfrutar con gran intensidad de su condición aparentemente indigna. Pero el siguiente paso rompió ya todos los esquemas: Catherine acabó dando un salto de la posición «sum» a la «Dom» y se convirtió en una Maestra de ceremonias sadomasoquistas en las que participaron, durante muchos años, hombres y mujeres. Especialmente, hombres sumisos y mujeres dominantes.