Miguel Gallego Roca (ed.) (2024): Jaime Gil de Biedma y Richard Sanger. Correspondencia (1981–1987), Almería, Editorial Universidad de Almería. [221 pp., 16,00 €].
Expertos aparte, Jaime Gil de Biedma debe de tener un puñado de miles de lectores inquebrantablemente felices e infieles —como él mismo lo fue a su modo tantas veces en la vida— y, entre ellos, quienes disfrutamos un montón al conocer cómo bruñía sus versos; a veces durante años, en la despiadada «pelea consigo mismo» (p. 195), «apostado en cada poema», según las expresiones tantas veces usadas en solapas y contraportadas de sus libros. Saber no solo que los bruñía, sino cómo, exactamente.
Así: «Para confirmar su buena puntería», le escribe a Sanger, «basta con dos versos que figuraban en la primera versión y suprimí, porque desequilibraban el poema» (p. 35). Sus explicaciones sobre los poemas me parecen pues un aliciente principal del libro (hay otros, como veremos); especialmente las que detalla en las páginas 41-48, 57-63 y 69-72. No explica solo significados, también son de una riqueza notable sus comentarios sobre las procedencias, influencias, métricas, gustos. El libro es una aportación más —valiosa, modesta— al conjunto de los muchos materiales en los que Gil de Biedma (Barcelona, 1929 – 1990) pudo explicarse a placer: los editados por Andreu Jaume en Random House, las entrevistas… Debe de ser uno de los poetas españoles de todos los siglos que más vastamente pudo comentar su obra, persona y tiempo. Para desnudarlas o disfrazarlas.
Y en este contexto, algo que hace especial al libro: las traducciones que Sanger hace de los poemas. Son lo que Gil de Biedma analiza más concienzudamente. Richard Sanger (Manchester, 1960 – Toronto, 2022) es al principio (1981) estudiante, poeta en ciernes, traductor; treinta años menor.
Para el lector el juego entre castellano e inglés, y viceversa, es absorbente, delicado. Primero, en sí mismo, lingüísticamente. Segundo, porque ilumina cómo Gil de Biedma concebía cada verso. Y tercero, porque plantea en qué modesta medida obtuvo el reconocimiento que lógicamente anhelaba en el mundo literario anglosajón. Tres cuestiones que siguen teniendo interés; la tercera, además, concierne a numerosos escritores europeos.
Claro: este es un libro para jugar al juego de hacer versos. Con el título del poema homónimo se editó en 1986 un número de la revista Litoral dedicado a la poesía de Gil de Biedma, publicación cuyos avatares son comentados en diversas cartas. Dice el peculiar poema: «El juego de hacer versos, que no es un juego, es algo que acaba pareciéndose al vicio solitario» (Las personas del verbo, pp. 139-140). No en la correspondencia que reseñamos.
Aunque Gil de Biedma es exigente —sobre todo consigo mismo, también con el lector—, para él hacer versos sí es a la vez, a veces, un juego. Arduo, ambicioso, placentero, de alto aliento. En lo procaz y escabroso hoy nos parece contenido, elíptico (y sensual, excitante), cuando años antes había ofendido a espíritus a la sazón pudorosos como el de Joan Ferraté. El arriesgado, divertido y artesanal juego de levantar andamios de poemas —tambaleantes o estables— es una propuesta y una praxis que Gil de Biedma nos permite ver a los lectores. Quiere que la veamos. Es un gozo, un oficio; y aunque a él quizá no le gustase escucharlo, una ética. Cualidades que permanecen vigentes, atractivas. Como lector creo que ese juego (proceso y resultado) tan personal es una de las posibles respuestas a la pregunta: por qué Jaime Gil de Biedma sigue siendo vigente, atractivo, leído hoy.
Dice Joan Ferraté: «Pero la experiencia privada de nuestro autor incluye también su experiencia de lector. La voz que oímos al leer la poesía de Jaime Gil de Biedma es tanto más personal por estar cargada de resonancias literarias, por evocarse en ella las lecturas del autor, quien, sin embargo, al aludir a ellas citando palabras, frases o versos enteros, lo que hace es invitarnos a vivir con él los lugares familiares, aquellos donde él y nosotros nos hemos encontrado ya sin saberlo, y que a los dos nos gustará volver a ver…». La cita es de otro interesantísimo libro de cartas (pp. 217-218). Lo mismo ocurre en la correspondencia con Sanger.
«Mi poesía atiende a ser coloquial e idiomática», le dice Gil de Biedma a Sanger (p. 155). La «dicción coloquial» de los poemas impactó a Sanger, comenta Andreu Jaume en un excelente artículo. Parece que Jaume ayudó a localizar en la Agencia Balcells las cartas de Gil de Biedma incluidas en el libro. Todas cuidadosamente editadas por Miguel Gallego Roca y colaboradores.
Andreu Jaume: «Volver a Gil de Biedma es siempre una experiencia intelectualmente estimulante y vitalmente excitante. Pocos autores españoles han sabido hablar de vida y literatura con tanta pertinencia, tanto gusto y tanta lucidez, a la vez dolorosa y vigorizante. En estas cartas, volvemos a admirar su inteligencia crítica, su prodigiosa memoria, su capacidad de distanciamiento consigo mismo, su vasta cultura, tan particularizada y vivida, su maravilloso castellano…». Razones para la pervivencia.
Mediante las cartas, directamente por mano del poeta y su interlocutor tenemos pues el gusto de aprehender mejor —racional y emocionalmente— la obra de Gil de Biedma. Y creo que entendemos mejor que nos atraiga a la vez e indisolublemente esto: experimentar que sus hallazgos poéticos son fruto tanto de su inteligencia y talento como de su tenaz compromiso con el oficio y, casi diría, con la vida. Esta experiencia es parcialmente consciente y parcialmente inconsciente, naturalmente. En ambos casos, queda. Para los lectores de esa índole el libro puede ser una gozada: numerosas cartas muestran los «andamios, arquitrabes y cañamazos» de los poemas. Los usos de esas tres palabras en la correspondencia (pp. 42, 49) ya nos traen el mejor sabor de la escritura de Gil de Biedma, tanto en poesía como en prosa.
Claves de los poemas
Falta nos ha hecho a algunos lectores, a lo largo de los años, que Gil de Biedma nos explicase sus poemas… bueno, falta no: las explicaciones no eran imprescindibles, como comento en el último párrafo de esta sección. Pero sí que buen provecho nos ha hecho, a lo largo de ciertas páginas, que Gil de Biedma nos brindase «explicaciones poéticas»: algunos poemas no había quien los entendiera ni sintiera, ya me perdonaréis.
Por supuesto que algunas explicaciones las habíamos logrado antes de las cartas con Sanger. Así en la magnífica correspondencia que Gil de Biedma y Joan Ferraté mantuvieron desde finales de los 50 del s. XX. Todavía recuerdo perfectamente el asombro, el alivio y la gratitud hace veinte años, cuando por fin entendí el que para mí era un críptico poema de Gil de Biedma, al leer una carta de él a Ferraté: creo —eso no lo recuerdo tan bien— que en ella decía que el poema contaba que si una oscura noche en un serpenteante río en algún lugar de África se estaba bañando con un negro y tal… (pp. 103-112). Cosas. Inofensivos detalles procaces. Explicaciones innecesarias, banales e irritantes para la crítica literaria, qué duda cabe.
Releído hoy el poema, «Días de Pagsanjan»: una maravilla cristalina y fluida como aquel río nocturno. De África, nada: era en Filipinas. No con un negro: filipino. Ay, benditos lectores…
Sería fácil —y veraz— decir que la correspondencia entre Gil de Biedma y Ferraté tiene más enjundia que la de aquel con Sanger. Pero, qué importa, who the fuck cares? (disculpas, pero así lo dirían los corresponsales protagonistas de esta reseña). Vale, son treinta años de cartas versus siete, ¿y qué? Sí, son etapas históricas, vitales y profesionales solapadas y dispares: entre 1957 y 1988 (con Ferraté) y entre 1981 y 1987 (con Sanger). Entre los 33 y 64 años de Ferraté, entre los 21 y 27 de Sanger, entre los 28 y los 59 de Gil de Biedma. Por tanto y sobre todo, el tonelaje literario de Ferraté es considerablemente superior al de Sanger. Con Ferraté, Gil de Biedma se enfrenta a un «peso pesado», un sparring de cuidado. Mas pelea a gusto con ambos. Y como aliviado de no luchar siempre a solas consigo mismo. Más que boxeo es esgrima, jiu jitsu, póquer, ajedrez… Sin menoscabo de las diferencias, a Gil de Biedma le gusta hacerlo con Sanger (cartearse, analizar, bailar… Sanger es hetero). Eso da texturas agradables a contenidos y tonos.
Las páginas 103 a 117 entre Gil de Biedma y Ferraté son espectaculares; la 103 (inicio de una carta de Gil de Biedma a Ferraté de finales de 1963: el autor tiene pues 34 años) diría que es cuasi obligatoria para quien pretenda hablar de ese hombre.
A pesar de todo, tan buenos como los buenos intercambios entre Ferraté y Gil de Biedma son aquellos entre este último y Sanger. Así las citadas páginas 41-48, 57-63 o 69-72.
Las similitudes y diferencias entre los temas de ambas correspondencias son asimismo numerosas: temáticas ricas, complementarias. La relación personal, geográfica y cultural con España que tienen uno y otro: Ferraté desde Cuba, Canadá y Barcelona; Sanger desde Andalucía, Berlín, el Reino Unido y Canadá. Mientras Gil de Biedma viaja por doquier (y le encanta Andalucía, como a tantos barceloneses) y se establece unos meses cada año en Manila. Dos visiones de su obra: ambas con distancia y proximidad, erudición y afecto, locales y cosmopolitas. Ambas con una fuerte influencia anglosajona, pero, en el caso de Sanger, influencia congénita, nativa, y sin los lastres del nacionalcatolicismo falangista. Aunque sí otros, naturalmente.
De nuevo: la cómplice y brillante exigencia crítica entre Gil de Biedma y sus corresponsales. Por supuesto que a ratos moteada y carcomida de dudas, chanzas y cursilerías, boutades, vanidades, celos, agravios. Ese alto nivel de exigencia, vivido con sutileza, cabeza, alegría y en la amistad: idéntico al que practicamos en la investigación científica en medicina, salud pública y otras ciencias naturales y sociales.
Explicaciones de menor calado filológico las tuvimos también en la biografía de Miguel Dalmau (p. 401): «Una noche de verano, en la Costa Brava, [Gil de Biedma] se quedó prendado de un muchacho y decidió seguirlo hasta la playa. En la arena, un grupo asaba sardinas junto al mar y el muchacho se agachó para coger una. Gil de Biedma reparó entonces en los poderosos músculos marcándose bajo el pantalón, y sucumbió a un ramalazo de sensualidad. Pero, consciente de los peligros, blindó aquellos versos que pudieran delatarles». La escena está en el excelente «Artes de ser maduro».
No es solo Gil de Biedma quien radiografía ciertas interioridades de su obra para Sanger, también este se las desvela a aquél. Y entonces Gil de Biedma se asombra: «Lo he releído ahora y descubro que hay, efectivamente, afinidades directas» (p. 46). «Al volver ahora sobre ese pasaje, por primera vez me doy cuenta de que se trata de una trasposición, en clave distinta, de una de las primeras décimas de Guillén…» (p. 45). «Nunca se me había ocurrido asimilar el final de Canción para ese día a la primera parte del Chant d’Automne, que admiro muchísimo y que me sirvió de cañamazo para escribir Noche triste de octubre» (p. 42). O sea, que en el proceso de creación hay más: no solo talento y artesanía, también ¿inconsciencia, magia…? Por supuesto. Y claro que un chaval de veintipocos años, Sanger, critica y enseña al veterano poeta.
Lógicamente, las cartas son una ventana a todo un universo creativo, no solo al poético: por ellas transitan ideas, intuiciones, vastas lecturas, ocurrencias, conferencias; colegas, personajes, chismes y cotilleos; adaptaciones musicales, teatrales y televisivas; viajes, cenas, salidas nocturnas, alguna que otra juerga (de Sander mayormente, acaso por el visceral pudor de Gil de Biedma).
Pero, un momento: explicaciones, ¿quién necesita explicaciones? El hecho es que todo lo dicho en este artículo es del todo compatible con la idea de Eliot, mencionada por Gil de Biedma: «La poesía puede resultar muy estimulante antes de ser comprendida» (p. 254). O con esta de Coleridge: «La poesía da más placer cuando es sólo comprendida de un modo imperfecto» (p. 254). El propio Gil de Biedma dice: «Cuando lees un poema, lo que importa no es entenderlo; lo que importa es que te guste» (p. 218). «La parte más afectiva e irracional del poema la pone siempre el oído» (p. 255). «En un buen poema no puedes distinguir entre emoción e inteligencia» (p. 192). Etcétera. Quizá estas ideas y similares, meticulosamente aplicadas por él a su obra, explican también la popularidad de la misma, ayer y hoy.
El juego de traducir las vivencias en versos
Como anticipaba, en las cartas hay un plus considerablemente atractivo: el que descubren las discusiones sobre las mejores opciones para traducir los poemas de Gil de Biedma al inglés. Ejemplo: «Con todo, Desembarco en Citerea y Conversación son dos poemas que me han interesado más en tu versión que en el original», le escribe a Sanger en marzo de 1982. «Me ha parecido que, traducidos, ganaban» (p. 72). Diez meses más tarde se lo confirma: «Conversación sigue pareciéndome mejor poema en tu versión que en la mía» (p. 99). ¡Versiones…!
Otro ejemplo relevante. Sanger: «¡Qué extraño pensar en el inglés como lengua de los sentimientos!» (p. 77). Gil de Biedma: «Por extraño que a ti te parezca, para expresar sentimientos personales el inglés me resulta más cómodo, quizá porque el esfuerzo de hacerlo en una lengua que no es la mía materna cancela esa sospecha acerca de la sinceridad de lo que se dice que siempre nos turba a la hora de expresar nuestros sentimientos» (p. 79).
Detalles relativos: la constante mezcla de castellano e inglés en las cartas de ambos, fluida, natural, ocurrente, witty. Apreciaciones: Gil de Biedma: «¡Lástima de esa dicotomía inglesa entre history y story! “Historia” está ahí en ambos sentidos: la story que es la history personal» (p. 70). Como es sabido, en inglés history es la disciplina que estudia los acontecimientos del pasado y story una narración inventada o real; en español, «historia» tiene ambos significados.
Y eso que Gil de Biedma dice: «Yo me tengo en mucha medida por un producto literario anglosajón» (p. 41). Quizá. Se basa en muchas lecturas y en sus influencias, como las de Auden, Eliot o Spender. Otra cosa es lo que dijo en 1982: «Ten en cuenta que yo pienso en inglés» (Conversaciones, p 148). Dudoso, en alguien que apenas vivió continuadamente unos meses en un país angloparlante, sin muchas otras vivencias; no sé si las muchas lecturas justifican la sentencia.
Más valores del libro: el intrínseco de las propias traducciones que Sanger hace de poemas de Gil de Biedma; visible en varias partes de la obra y particularmente en los diez poemas que se ofrecen traducidos al final de ella (pp. 200-213).
Más: los doce poemas de Gil de Biedma que Gabriel Ferrater elige para una hipotética antología de aquel (p. 163).
Menos: Dos de los poemas de Sanger y sus traducciones están publicados en el libro (pp. 215-219) y se refiere a ellos y otros en las cartas (pp. 166, 183); pero apenas recibió comentarios del maestro (p. 169).
¿En su último apogeo personal?
En marzo de 1982, refiriéndose a Después de la muerte de Jaime Gil de Biedma, este escribe a Sanger: «No estaba en paz conmigo cuando escribí ese poema: deseaba, eso sí, llegar un día a estarlo. Salvo temporadas excepcionales en mi vida, creo que solo en estos últimos meses, a partir del verano pasado [1981], he empezado a estar al fin mínimamente en paz conmigo» (p. 69). Una confesión de notable interés.
Supongamos que en 1981-1984 Gil de Biedma vivía un cierto apogeo personal. O estaba al menos en una etapa vital buena —aunque no en su cima literaria—, cuando desplegó la primera parte de su afectuosa y tranquila correspondencia con Sanger. Aunque es fácil que lo diga, a toro pasado, un médico y epidemiólogo que en 1981 asistía al primer diagnóstico en su hospital de lo que más tarde conocimos como SIDA; inconscientes de la tragedia planetaria que comenzaba y sigue, a pesar de los beneficios clínicos de los antiretrovirales.
No sabemos cuándo Gil de Biedma se infectó con el VIH. En noviembre de 1985 le dice a Sanger: «Tuve el peor verano en muchos años y mis vacaciones fueron un desastre» (p. 169). Y anota Gallego Roca: «Ese verano empezaron a manifestarse en forma de manchas en la piel los primeros síntomas del sida». En 1981 Gil de Biedma había vuelto a seleccionar y ordenar poemas escritos entre 1965 y 1981 para una nueva edición de Las personas del verbo (p. 179).
En abril de 1987 Gil de Biedma le escribe a Sanger: «El año 86 fue malo incluso desde antes de empezar; en cuanto al 87 no creo que pueda felicitarle. Como dice Casanova en sus memorias, a partir de cierta edad a uno le abandona la buena suerte, y yo ya he llegado a ella» (p. 190).
Lo de «apogeo personal» es relativo, claro, tratándose del autor de versos como
a duras penas te llevaré a la cama,
como quien va al infierno
para dormir contigo
[…] pelmazo,
embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes,
zángano de colmena, inútil, cacaseno…
(Fragmento de Contra Jaime Gil de Biedma).
Hasta esas cartas en torno a 1985 el tono vital de Gil de Biedma es alto, para quien además fue justo destinatario del bolero de José Agustín Goytisolo («a ti te ocurre algo, yo entiendo de estas cosas…»). Fallecerá cuatro años más tarde, en enero de 1990, a los 60 años. Su madre había muerto dos meses antes. Escribió y vivió velando su sexualidad, a menudo con denuedo.
Recitando a gusto «en plena posesión de sí mismo»
El buen tono vital y poético no solo se escucha en las cartas, también en otro tesoro que el libro contiene: unas magníficas grabaciones que de poemas suyos Gil de Biedma hizo a petición de Sanger, a principios de 1982 (pp. 50, 63, 65). Pueden descargarse mediante un código QR impreso en la página 221 (es de mal enfocar con el móvil en una librería, mejor en casa tras comprar el libro, aunque siempre quedan las bibliotecas). A Jaime se le nota a gusto, «en plena posesión de sí mismo», como había escrito Ferraté en 1968 (p. 222): inmerso en poemas que había escrito mucho antes. Supo currarlos, abandonarlos («un poema no se termina…»). Mucho tiempo en quebradiza paz, dando entrevistas, aunque a menudo afectase un pijo «escribir cansa» y parecidas máscaras decadentes. En esto también se parece a Josep Pla, tan diferente.
Otro gran placer, pues: cotejar con el oído cómo saben los poemas en la voz de su autor y cómo uno los ha leído y recitado tantas veces. «Para saber de amor, para aprenderle, haber estado solo es necesario…». Pero id con cuidado, cada poema es una botella de malta cask strength, el whisky no diluido tras madurar en barrica. Quema el alma, la del esófago. Después de escuchar el primer poema en boca de Gil de Biedma, no pude sorber otro. Proseguí a la noche siguiente, debidamente pertrechado. Sí, un Ardnamurchan (AD/09.22), 58 grados. No creo que Gil de Biedma le hubiese hecho ascos, en aquel sótano más negro que su reputación.
Es verdad que ya teníamos otras grabaciones en las que Gil de Biedma lee su obra. En la Residencia de Estudiantes (8 de diciembre de 1988), por ejemplo. Whisky en mano. Sobrio. Trascurrido ya no solo «el último verano de nuestra juventud» sino el penúltimo de tu vida, Jaime. A trece meses exactos de que empezase otro «después», otro tiempo eterno «después de la muerte de Jaime Gil de Biedma».